"El 'haiku' es la siguiriya japonesa"
Poemas de tres versos, el primero de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero de cinco; rima, generalmente asonante, del primero con el tercero. Así explica, en un breve y pasajero rapto de didactismo, José-Miguel Ullán (Villarino de los Aires, Salamanca, 1944) el canon formal del haiku, esa composición poética japonesa que de repente se le apareció en la infernal canícula de julio pasado y le tuvo un mes entero en un trance "de inspiración grotesca, enfermiza, como nunca antes había tenido".
El resultado de la fértil calentura (que Ullán vivió en medio de continuas visitas a tanatorios y cementerios "para despedir a gente querida") es Amo de llaves (Losada), una sucesión (es decir, un rensaku)
"Este libro es un titubeo vertiginoso, una melopea interior que pedía salir"
de 138 "estribillos de poemas que no existen" en la que juega y pelea con la obligatoriedad autoimpuesta de usar las palabras ojos y corazón o los actos que se derivan de ellas.
"Pero que nadie vea en esto un exotismo avieso. El haiku tiene la misma composición de la seguidilla, o seguiriya, o siguiriya", decía ayer el poeta y editor en su estudio del barrio de San Blas, bajo una ventana que mira a dos gigantescas cubas de acero donde madura el vino Cumbres de Gredos. "El estribillo que se añade a los dos cuartetos de la seguidilla compuesta, ese remate que los gitanos llaman siguiriya corrida, tiene también tres versos. Por ejemplo: 'No sé lo que tiene / la hierbabuena de tu huertecito / que tan bien huele'. Y es una vieja fórmula española, que fue utilizada por los poetas neopopulares, el 27 lo más palmario, y antes por Machado, Villarroel, Romero Murube... Incluso en el Quijote, Cervantes habla de 'los que se humillan haciendo seguidillas...".
Impulsado al principio por un reto personal (una correspondencia poética con su amigo Orlando González Esteva), Ullán tomó esa tradición "de buenas y malas compañías" para tratar de bucear en el sentido de la seguidilla ("¿seguir con qué?"), tan excitado por su carácter "menor,
inestable, resbaladizo, anómalo", como por su riqueza y brevedad: "El género tiene mucho que ver con lo que la poesía juega y con lo que se la juega; en un rensaku caben todos los registros, altibajos, repentes y fogonazos, desde el más lírico al humorístico, las rijosidades cuarteleras o el piadoso villancico".
"Subyugado", además, por los trucos fonéticos y sonoros que sirven para adaptar las coplas a las melodías (la acentuación, la puntuación, las palabras rotas o alargadas...),
Ullán llenó sus tercios de "impurezas, saltos, tonterías, ingeniosidades", sin evitar tampoco, quizá para tapar un poco "su obligada desnudez" sobre el papel, su querencia "al emborronamiento, el garabato, los dibujos".
Los poemas hilan un universo heterodoxo y jondo, absurdo y divertido ("Húbolos, Braulia, / que enjugaron matices / y eran legañas"); burlón o serio ("El sol se abisma. / Las pupilas se cierran. / Cama camilla"); castizo-sofisticado ("Se alumbra el corte / si maneja el cuchillo / Ludwig von Borges"); amante y solitario ("Amo de llaves, / me alcanzaran tus ojos / para atrancarme"), crítico ("Patera y balsa. / De Marruecos a Cuba, / la vela es parca") y autocrítico ("Caer más bajo / no es materia accesoria / de este guiñapo").
El libro supone, además, su regreso a la poesía escrita tras dos libros de poemas mudos: Ni mu, una caja de dibujos maravillosamente editada por El Gato Gris (Valladolid, 2003), y Con todas las letras (Universidad de León, 2003), con sus ilustraciones a sus canciones preferidas.
Retirado del columnismo, Ullán mantiene bien viva su pasión musical; ¿quién le gustaría que cantara estas siguiriyas japonesas? "El drama de este libro es que
me cuesta incluso pensar que es decible. Podría decir muy pocos poemas con un mínimo de naturalidad y neutralidad. Son titubeos vertiginosos que salen de una resonancia interior. No porque oiga voces, sino porque se han creado como una melopea que pedía salir. Y no quiero desearle ese titubeo a nadie. Desde luego, no cuadra con ese bolero fino y bonito que hace digerible lo tórrido y arrasa entre el yuperío de El Cigala. Puestos a eso, prefiero a Olga Guillot. Aunque me gustaría mucho oírle a la Paquera de Jerez cantar el que da título al libro, sobre todo por ver cómo pronuncia atrancarme".
Babelia
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