Demasiados presos
Se presentó en el Festival de Cannes del año pasado, aunque pasó por su sección oficial a concurso sin que ni la crítica ni el jurado la tomara en cuenta para un posible premio. Después se vio en el de San Sebastián, donde tampoco se reivindicó. Y ahora se estrena comercialmente en España, pero en apenas 10 salas.
Está visto que nadie parece confiar demasiado en Carandiru, a pesar de estar dirigida por el reputado director brasileño Héctor Babenco, ser de un género que suele gustar al gran público (el drama carcelario) y de poder aprovecharse del tirón comercial y crítico de la reciente película brasileña Ciudad de Dios.
Basada en un hecho real, acaecido en 1992 en la prisión de Carandiru, en São Paulo, la película cuenta la relación con los internos de un médico recién llegado a la cárcel (como trabajador, no como preso), dedicado en cuerpo y alma a transmitir nuevas ideas en torno a la prevención del sida. Ahí comienzan los errores de la historia, al dibujar el personaje del doctor más como un santo de perfil plano y sin esquinas que como un ser humano de verdad.
CARANDIRU
Dirección: Héctor Babenco. Intérpretes: Luiz Carlos Vasconcelos, Milhem Cortaz, Iván de Almeida. Género: drama. Brasil, 2003. Duración: 148 minutos.
Presente y pasado
Babenco, además, se propone un ambiciosísimo trabajo al querer contar la existencia de demasiados individuos, su presente entre rejas y su pasado en libertad, sus fechorías antiguas y su estado mental actual, a través de un excesivo número de flash backs que no llevan a ninguna parte. Carandiru es uno de esos retratos corales con decenas de personajes que sólo le salen bien a Robert Altman y a muy pocos más, una de esas historias en las que las pinceladas sobre cada personaje deben ser exactas para que, cuando llega el momento del drama, uno pueda sentir como propio lo acontecido a cualquiera de los presos, de manera individualizada y no como colectivo.
La película pierde en demasiadas ocasiones el tono (tiene unos toques de comedia absolutamente incomprensibles) y sólo consigue enganchar en su explosión final, con el estallido de furia en forma de sangriento motín. Babenco llevaba siete años sin dirigir y no parece encontrar su sitio desde el éxito de El beso de la mujer araña (1985), película americana que le proporcionó a William Hurt su único Oscar. Aquél sí que era un notable drama carcelario.
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