Melancolía
Hay un progresista melancólico que no entiende por qué algunas bocas se tuercen cuando escuchan la palabra España. Hay un progresista melancólico que jamás ha asociado esa palabra a aquel lema franquista de "Una, grande y libre" sino a las Españas de las que hablaba Machado, a aquella que Neruda llevaba en el corazón, la que recordaba con espanto Cernuda, o de la que se acordaba Emilio Prados en aquel poema, "Cuando era primavera en España". Hay un progresista melancólico que no entiende cómo en este país las palabras nacionalismo e izquierda pueden ir juntas. Hay un progresista melancólico que se echó las manos a la cabeza cuando leyó que Anasagasti afirmaba sin pudor que Sabino Arana no era racista. Ese progresista melancólico recuerda el título asombroso de una obra de Arana, Cartas a un maqueto que tiene cara de feto y también ha leído textos de ese héroe loando la buena planta del bizkaíno en comparación con el cejijunto español. Hay un progresista que cree que criticar una ideología no es demonizarla, que uno ha de considerar respetable a los hombres pero no sus ideas. Hay un progresista melancólico que nunca pensó demasiado en su origen ni tampoco en sus tradiciones ni en sus fronteras porque para ese progresista un país no era más que un acuerdo cívico en el que cupieran personas de aquí y de allá. Hay un progresista melancólico que cree que no toda la culpa del avance de los nacionalismos la tiene la derecha porque ese progresista piensa que algo habrán sembrado los partidos nacionalistas que han tenido en sus manos la batuta de la educación desde que nació la democracia. Ese progresista ansía un país en el que las campañas electorales se centren en el paro, la educación, en la justicia social, porque ese progresista está hasta las narices de escuchar debates sobre el origen y la esencia, o sea, sobre la nada. La melancolía de ese progresista viene de que se siente anticuado, de que su manera de ser progresista ya no vale, y desearía que los partidos de izquierda le dieran un cursillo, aunque fuera por correspondencia, para aprenderse el nuevo catecismo de la nueva doctrina, porque ya que es tan burro que no entiende nada, al menos que se lo pueda aprender de memoria.
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