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Columna
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Todo va a cambiar

Juan Urbano se iba a poner como un toro, ya te digo. O, si no, estaba a punto de convertirse en un auténtico intelectual. Una de dos. Lo uno o lo otro, pero una de esas cosas, seguro, porque resulta que ése era, ni más ni menos, su gran plan para el otoño. Músculo o cerebro, a elegir. Schwarzenegger o Kafka. Como dice esa canción de Javier Krahe que siempre tararea en las fiestas Joaquín Sabina: yo quiero ser o Borges o bailable. En ese punto se encontraba Juan Urbano ayer mismo, mientras observaba con toda atención a la gente, sentado en el andén de una estación de metro.

Hombre, no es que para él hubiese muchas diferencias entre septiembre y agosto, porque como no tenía dinero para veranear, pues eso. Pero qué más daba: en otoño todo el mundo emprende una nueva vida, o por lo menos la amaga, y él no iba a ser menos. Una cosa es que, a base de pasear por la caldera de Madrid, tuviese los brazos y la cara más negros que los agujeros del AVE de Álvarez-Cascos, o sea, estilo moreno-Getafe, y el resto del cuerpo blanco lechoso, que parecía un monstruo de Frankenstein hecho mitad en Islandia y mitad en Marruecos. Pero otra cosa es que no fuese como cualquiera, otro que imaginaba un futuro mejor a base de convertirse en alguien menos peor, como dicen los niños.

Lo de ponerse hecho una bestia era porque tres días antes había cumplido los cuarenta años y empezaba a necesitar una opción B, una de ésas que hacen que ya no te puedan decir qué joven eres, pero sí qué bien te conservas. Vale, ya sé que eso es conformarse con levantar la copa de subcampeón de uno mismo, se dijo, pero y qué, menos da una piedra. "Menos da una piedra", repitió, porque esa mañana estaba un poco javierarenoso, y se lo decía todo dos veces. En una ciudad como ésta, pensó, observando a los viajeros que entraban y salían de los vagones del metro, o tienes buena pinta o eres invisible. Y para buscarte un buen trabajo, ya ni te digo. Y para que las chicas no te hablen de usted en los bares, que eso duele. Pregunta: Hola, ¿vienes mucho por aquí? Respuesta: No, no mucho. ¿Y usted, señor?

La segunda opción, la de convertirse en un intelectual, también era buena. Juan Urbano había dejado una carrera a medias, hacía tiempo, para ponerse a trabajar. Cuando lo hizo, pensó lo que tantos: No hay problema, me sitúo, pongo las bases de la cosa y el año que viene, sin falta, retomo el tema y acabo los estudios. Pero lo cierto es que el año que viene dio paso a otro el año que viene, etcétera. Como si la verdad siempre pudiera aplazarse, pero las mentiras no. Ahora, sin embargo, se vio otra vez capaz de retomar su vocación perdida y recomponerse pieza a pieza, lo mismo que si pegara los trozos de un jarrón. Lo primero que había hecho era ir a la Universidad de Educación a Distancia, donde todo lo que le dijeron le sonó a chino. Y qué. En dos días me pongo al día, se juró. Me licenciaré en Filología Española. Asistiré a un millón de conferencias. Conoceré a escritores. Me haré un hueco en ese mundo.

En realidad, Juan Urbano era tan parecido a tantos. Gente que afrontaba el nuevo curso con un proyecto que podía ser una apuesta o sólo un disfraz: piensa en lo que quieres ser y no verás lo que eres. Pero no en su caso. Esta vez, no. Estuvo aún un rato en la estación de metro y se fijó en dos tipos de personas, las que llevaban un libro en la mano y las que estaban en forma. Es lo bueno de las ciudades como Madrid, en las que hay de todo y de todos y en las que la muchedumbre es un muestrario: yo quiero ser ése, o aquélla, o este otro. Abrió el periódico: tránsfugas, robos, deslealtades, insultos. Sintió que su fuerza se desvanecía, que lo malo y lo bueno se parecen en que ambos pueden empeorar. "Qué me importa a mí", pensó, "en cuanto me haga más grande, ellos se harán más pequeños". Soñó que muchos le imitaban. Así empezó el otoño Juan Urbano. Sus esperanzas serían una armadura contra las flechas venenosas de los miserables, un antídoto contra la droga que nos vierten los telediarios en el oído. "Veintiséis de octubre", se dijo, con sus sueños saliendo y regresando a él igual que un bumerán, "llegaré en plena forma al 26 de octubre". Esta vez, Madrid estaba aún por decidir, como él mismo. Bendito otoño.

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