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Entrevista:Jean-Yves Thibaudet | Músico

"Es una pena que los pianistas vivan tan encerrados en su mundo"

Jesús Ruiz Mantilla

Le gusta la buena vida, el jolgorio social, la ropa cara que ve como asistente asiduo en los desfiles de moda de París... Todo eso se trasluce en la música colorida, vital y con brillo que saca de su piano Jean-Yves Thibaudet (Lyón, 1961), que inaugura mañana el octavo ciclo Grandes intérpretes, organizado por Scherzo y patrocinado por EL PAÍS, además de haber actuado ayer en Sevilla y repetir el martes en Oviedo.

De ahí que este hombre rubio, elegante, cosmopolita, que reparte sus días entre las ciudades donde ofrece sus cerca de 100 actuaciones al año y descansa cuando puede en sus casas de Los Ángeles y París -desde donde responde por teléfono a las preguntas que se le formulan- predique que sus colegas salgan de sus guaridas y se enfrenten más a la aventura de la calle: "Es una pena que los pianistas vivan tan encerrados en su mundo", afirma.

"Erik Satie es uno de los grandes franceses y fue el precursor del minimalismo"
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Thibaudet, que se presenta mañana por primera vez en solitario en Madrid, predica su gusto por el placer y la belleza con el ejemplo. Pero tampoco huye de las responsabilidades que se le suponen a quien hoy está considerado uno de los grandes del instrumento. Es el reducto más firme de la escuela francesa del piano hoy día. "Muchos la critican porque creen que es artificial, preocupada por la forma, el color y el sonido, pero superficial, y no es así", dice.

Su reivindicación de los maestros de esa tradición es constante y seria. Las versiones de Debussy, Ravel, Messiaen o Fauré han sido aclamadas y su empeño en lograr respeto por Erik Satie, de quien acaba de grabar un disco bien lucido, es su última cruzada: "No se le ha tomado en serio, ni se le considera con respeto. Pero su lugar en el piano francés está en lo más alto", afirma. Lo predica con la fe del converso. "Yo soy el primer sorprendido por su calidad y la variedad de sus estilos, pero lo más importante es que fue precursor de movimientos del siglo XX tan importantes como el minimalismo", dice Thibaudet, que habla con ímpetu, entusiasmo e intercalando carcajadas de vez en cuando.

Dará prueba de ello en los programas de mañana y pasado, cuando el pianista interprete a Satie, Debussy, Messiaen y Chopin, un repertorio elegido para hacer patria. "Incluyo muchos franceses en mis recitales porque me siento obligado con ellos. Es una responsabilidad para nosotros", asegura. Le viene de su maestra, madame Descaves, que le inyectó una deuda vital con la música de su país. "Trabajó con Ravel, me hablaba de él con la cercanía de quien fue su amiga. Todo eso es algo que queda para el resto de tu vida como una gran responsabilidad", insiste.

Pero luego llegaron otros que le desafrancesaron un tanto hasta convertirle en lo que es hoy. "No me siento un producto francés puro. He vivido muchos años en Estados Unidos y luego tuve otros maestros que me llevaron por más caminos", cuenta. Fue el caso de Aldo Ciccolini, "que aparte de un maestro del piano lo es para mí de la vida", dice.

Él, entre otros, le envenenó con los románticos. "Con Liszt y Chopin, sobre todo, que me atraen mucho". Liszt por su virtuosismo, pero también por su compromiso romántico. "Era un intérprete inmenso y muchos dicen que sus piezas responden al lucimiento de un virtuoso pero que no son profundas, yo lo niego". De Chopin, elige su nostalgia y su belleza: "Creo que vivía con el alma dividida entre la pena que sentía por no estar en su país, Polonia, algo que se trasluce en su música, y la vida intensa y más alegre que tuvo en París", cuenta Thibaudet.

Su relación con la música le viene de cuando no conserva memoria. A los cinco años ya tocaba el piano. "Mis padres me regalaron uno y también un violín. Pero yo elegí el primero", asegura. Lo aprendió con rapidez y en su infancia dio varios recitales, pero nunca ha sentido la esclavitud de algunos prodigios. "Mis padres quisieron que yo tuviera una relación natural con la música, nunca me presionaron para que me dedicara a ello", afirma.

Él tampoco se planteó otras cosas. "Me acostumbré a él y todo fue llegando a su tiempo", relata: los premios, como el del Conservatorio de París, a los 15, el de Jóvenes Artistas de Nueva York; los honores, como el de ser nombrado en 2001 caballero de la Orden de las Artes y las Letras, y los éxitos en solitario y en compañía.

Porque Thibaudet es de esos pianistas raros que huyen de la rareza, de la cerrazón, del misticismo, que muchas veces es la religión obligatoria de los de su especie. "Yo no quiero ser una estrella", declara. Es humilde porque disfruta de su oficio no únicamente cuando toca solo en el escenario, sino también cuando ofrece conciertos con orquesta, música de cámara y, sobre todo, cuando acompaña en recitales a grandes divas del canto como Cecilia Bartoli y Renée Fleming, una ocupación que los grandes reyes del piano despreciarían para entrar en el paraíso: "Hay demasiados egocéntricos en esta profesión. A mí no me importa tocar el piano para los cantantes, lo paso estupendamente. La ópera es mi pasión y aprendo muchas cosas acompañándoles... Es una pena que los pianistas vivan tan encerrados en su mundo, no les interesa la lírica, ni las canciones del lieder y son cosas que dan mucho placer".

Por eso trata de huir todo lo posible de esa torre de marfil. "Me gusta ir a los bares, a los restaurantes, a los desfiles de moda, al cine, al teatro, a la ópera, a los museos. Todas las artes están interrelacionadas y los pianistas, como viven aparte, no entienden esa conexión, por eso no disfruto con ellos porque sólo hablan de lo único que les importa en la vida: su instrumento".

Jean-Yves Thibaudet, fotografiado ayer en Sevilla.
Jean-Yves Thibaudet, fotografiado ayer en Sevilla.GARCÍA CORDERO
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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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