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Reportaje:Un símbolo del barcelonismo | FÚTBOL

El hombre sin miedo

Carles Puyol, acunado por sus amigos y técnicos de La Pobla, encarna el valor de la resistencia en un Barça falto de referentes

Àngels Piñol

"¿Mi amigo? Mi amigo es ¡un animal! ¡Una bestia! No sabía y creo que no sabe lo que es el miedo: miedo a meter la pierna, la cabeza. Tardaremos en encontrar por aquí a alguien igual". Javi Pérez, de 24 años, íntimo amigo de Litos en La Pobla de Segur (Pallars Jussà, Lleida), de Puyi, en el vestuario del Barça, y de Puyol para toda la afición, lo dice con cariño, con la complicidad de quien habla de un hermano. Javi, que juega en Primera Regional, está ahora recuperándose de una grave lesión en el comedor de su casa de la calle de la Indústria en La Pobla de Segur.Desde la ventana, se ve un edificio con una panadería y dos pisos más arriba unos balcones llenos de geranios rojos. Es la casa en la que resguarda su intimidad la familia Puyol y que antes fue propiedad del ex ministro y líder socialista Josep Borrell, otro de los hijos ilustres de La Pobla. "¡Símbolo!", medita Javi. "Yo alucino. Hacía cosas con el balón nunca vistas y sabíamos que llegaría lejos, aunque no tanto. Pero él sigue siendo el mismo de siempre. No se le han subido los humos y por eso la gente le quiere aquí tanto".

"¡Era un crack! Habría sido también un gran portero", recuerda su primer entrenador
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Quizá Javi casi se pellizque por ser el íntimo de un chico de 24 años convertido en símbolo por accidente y que acaba de firmar un contrato fabuloso gracias a que la afición forzó al presidente Joan Gaspart a dar el mejor paso (sino el único) que se recuerda de su tortuoso mandato. Un chico normal y corriente que vive por y para el fútbol, que cena fuera y a las 22.30 ya está en casa, que no sale de copas y que es feliz pasando el tiempo en su piso en la parte alta de Barcelona con su novia Agnès, viendo películas en DVD o pasando el rato con la familia de Luis Enrique, su gran amigo en el club. Pero Puyol es más que todo eso: su fuerza encarna la obstinada resistencia a la decadencia del Barça y es un guiño a la dignidad. El día del Mallorca, en el que Louis van Gaal se jugaba el cargo, estaba lesionado pero viajó y vio el partido desde el palco.

La simbología culé ha viajado desde Santpedor (Bages), el pueblo de Guardiola, en la Cataluña central, a Pobla (así, a secas, como la llaman aquí), una población de 3.000 habitantes del prepirineo de Lleida, a una hora del Valle de Arán, abrazada por montañas y tatuada por los ríos Noguera y Flamisell. Un lugar tan culé que el 10% de sus vecinos son de la peña blaugrana, rebautizada en agosto con el nombre de Carles Puyol. Su presidente, Xavier Roset, mientras despacha verdura y fruta en un austero local que huele a hortalizas y tierra, dice que no le hubiera cambiado el nombre aunque su paisano ("siempre ha sido del Barça: no necesita besar el escudo") se hubiera ido al Madrid. Sienten a Puyol como algo muy suyo. Y se sienten orgullosos por haber visto ya a Carlitos, Litos o Carles hacer diabluras desde que era un niño con el balón ("nos quedamos de piedra cuando empezó a jugar de defensa en el Barca en lugar de extremo", recuerda Javi) y con una energía colosal que dejaba estupefacta a gente curtida entre montañas.

Amables y hospitalarios, los vecinos de Pobla dicen que su pueblo se ha deprimido desde que se fueron las eléctricas, las serradoras y las cementeras. Que no hay muchas salidas para los jóvenes: que las chicas se van a estudiar a la universidad y que para ellos apenas queda nada. "¿La ganadería?" Bueno, eso más al norte", dice Ramón Jordana, el director del centro Sagrada Família, donde estudió Carles desde los 3 hasta los 17, cuando se fue al Barça. Ése, sin embargo, habría sido el futuro de Puyol, cuya familia tiene una espléndida explotación ganadera de 400 o 500 vacas, en las que trabaja su padre (tiene tanta faena que apenas ha ido una vez al Camp Nou) y su hermano Josep Xavier, Puchi, un fino delantero ("¡ya le iría bien al Barca! ¡él no fallaría los goles de Kluivert!", clama Pobla), que hizo la prueba en La Masia, pero que fue rechazado por ser ya mayor (tenía 19 años).

El balón pudo con las vacas. El fútbol lo copaba todo y no había tiempo para más: ni para la bicicleta de montaña (este verano Puyol hizo la empinada cuesta hacia el lago de Montcortés), ni para los raiers (la tradicional bajada con troncos por los ríos) ni para la nieve, la ilusión de Pobla con la futura apertura de la estación de Vall Fosca. "Me parece que nunca se ha puesto unos esquís, y yo, porque mis padres me obligaron", admite su amigo. "Sólo nos interesaba el fútbol. Éramos malos estudiantes. Repetimos segundo de BUP. Nos reíamos, no prestábamos atención y nos pasábamos el día cambiándonos cromos". "Yo discrepo", dice Jordona, con el expediente de Puyol en las manos. "Es verdad que en sus redacciones siempre salía el fútbol. Desde luego era de ciencias: se le daban bien las matemáticas. Pertenecía a un grupo de gente muy sana, que yo aún añoro. Y estoy seguro de que habría seguido el mismo camino. Muchos estudian en Barcelona: Mar Chimisana, ingeniería técnica; Pepe Franch es piloto de helicóptero; Ramón, empresariales, y Jaime, ingeniería". "Pero", conviene el profesor, "esos chicos jugaban de memoria. Llegaban a clase empapados en sudor. Lo hacían tan bien que les mirábamos desde los ventanales".

O era en el patio del colegio. O en el pabellón jugando a fútbol-sala para tocar más la pelota. O en el espléndido campo de fútbol (aunque no tenga césped, el auténtico debate de este pueblo tan futbolero), rodeado de plataneros y las aulas de otro colegio. "¡Era un crack! También habría tenido un gran futuro como portero", recuerda Alfonso Garreta, Foncho, ex portero de Pobla y primer entrenador de Puyol, mientras consume su primera manzanilla al alba, antes de acudir a su trabajo de yesero. "Pero Rosa, su madre, me pidió que le quitara de la portería porque el médico le avisó que el niño tendría problemas en la columna. Era un crío muy obediente, muy sentido y, como su madre, con un corazón de ángel. Un ganador, un matador: Un día jugábamos en Tremp, cuando iluminaron el campo, y quedamos 0-8. En la primera parte hizo de portero y, en la segunda, de delantero: metió tres goles".

Nunca quería perder. Litos ya cerraba los puños, explica Javi, y lloraba de rabia cuando recibía la reprimenda de un profesor o si su equipo enseguida perdía por 0-2. "Valía por dos o tres", recuerda Pep Ortega, su entrenador del equipo de fútbol-sala en el colegio, que muestra una fotografía del azulgrana con 14 años. Puyol, que aparece con una mano enyesada, tenía ya la misma pinta de ahora con su melena larga. Fue todo entonces deprisa: el técnico Jordi Mauri ascendió a Pobla a Primera Regional y la Federación les obligó a crear equipo juvenil, en el que ingresó Puyol. Mauri no dudó ("vi que tenía la fuerza y el carácter de Neeskens") y le propuso un plan de preparación física para hacer una prueba en el Zaragoza. Y así estuvo seis meses, entrenándose a las 7.30, antes de ir a clase, ignorando el frío para hacer abdominales con dos sacos de tierra de 10 kilos sobre los hombros. "Un día me quedé de piedra", recuerda Mauri. "Estábamos jugando a fútbol-tenis y Puyol se cayó de bruces y se levantó con la cara llena de sangre. No se quejó: sólo estaba furioso por no haber salvado el punto".

Ya corría la voz por Pobla y los seguidores empezaron a ir a ver a aquel portentoso juvenil, que jugaba de extremo, que metía goles y que un año después se repartía entre el segundo y primer equipo. Y uno de esos seguidores fue Ramon Sostres, vecino del pueblo y que ejercía de abogado en Barcelona y que es ahora su agente: "Mis amigos me decían: ¡Ven al campo que aquí hay un fenómeno! Tenía buenas relaciones y convencimos a sus padres para que hiciera la prueba en el Barça". La criba duró tres semanas: sólo se quedó él y cayeron uno a uno otros 15 futbolistas, incluido su hermano Puchi, que se entrena ahora bajo el frío y la noche cerrada en el campo de Pobla.

Su técnico es Ramon Ordi, que también había dirigido al Puyol famoso como delantero en los juveniles. "Litos tenía mucha fuerza y Puchi una gran técnica. Llegó a hacer una pretemporada con el Lleida", dice mientras el joven mira con curiosidad. El campo está partido en dos y en el otro lado corretean niños que aspiran a ser como Puyol algún día. "Los mayores somos más conscientes, pero todos los infantiles llevan su camiseta", dice resuelto Ignasi Soler, un estudiante del instituto. Un ídolo, un estímulo, un referente. Todos quieren ser como él. No hay niño en el pueblo que no tenga una foto con la medalla olímpica que el lateral ganó en Sidney. Hasta los profesores tienen que frenarlos para evitar una decepción.

Porque Puyol sólo hay uno. Un tipo que no sabe lo que es el miedo ni al dolor (ha jugado con una fisura en el pómulo o con un fuerte impacto en la cabeza) ni al fracaso, ni a la derrota, ni a ser consciente de sus propias limitaciones. Excepto a una cosa: rechazó hace poco la oferta del Aquarium de Barcelona a sumergirse en la piscina (sí lo hicieron Dani y Mendieta) para bucear con tiburones.

"¿Quiere saber algo de él?", cuenta un anciano que compra queso y bacalao en el mercadillo de La Pobla de los miércoles. "Una vez, hace ya años, vino un circo y él le pidió a su madre que le comprara un disfraz de superman. Rosa se negó. El niño cogió luego una rabieta y se tiró del balcón". Leyenda o no, Javi, su amigo, lo piensa unos segundos y dice al final: "Lo de superman, no lo sé. Pero que se tiró de un balcón, seguro. No le pasó nada: es un hierro".

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