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Reportaje:LA CRISIS ARGENTINA

La revolución solidaria

Nueve millones de voluntarios tratan día a día de aliviar la desesperación de un país devastado por las clases dirigentes

"Salven a los argentinos" dice el graffiti firmado por Las Ballenas en una pared de Buenos Aires. El humor trata de aliviar la desesperación. Los niños muertos a causa del hambre, el estado de abandono de familias enteras, el paro, la indigencia, el drama humano de un país devastado por la corrupción de las clases dirigentes, salta ya a la vista de todo el quiera mirar. El corazón de los que todavía tienen empleo y comen acaba por quebrarse y se reparte. Cada minuto y medio, durante los últimos cinco años, un ciudadano argentino mayor de 17 años comienza a trabajar voluntariamente en beneficio de los demás en sus horas libres, según indican los resultados de una encuesta Gallup.

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Nueve millones de personas, una de cada tres, colaboran en la asistencia del resto, los 18 millones de pobres y necesitados, uno de cada dos argentinos. Algo pasa, algo se mueve aquí. Juan Carr, un veterinario de 40 años, padre de cinco hijos, inspirador de la Red Solidaria que acaba de ser distinguida entre 650 organizaciones de todo el mundo por la ONU, asegura optimista que todo esto no es más que un anticipo de la "revolución solidaria" que se viene en el país.

Hay contables, médicos, ingenieros, odontólogos técnicos, que ofrecen sus servicios gratis. Actores y músicos que montan espectáculos y conciertos benéficos. Estudiantes y maestros que dan clases en las villas miseria. Cientos de profesionales que participan en la cátedra de Cultura Solidaria. Vecinos que donan ropa y alimentos, amas de casa que cocinan y sirven en los comedores comunitarios. Todo eso es, afirma Carr, "el caldo de una revolución que venía creciendo lentamente a comienzos de los años noventa como resistencia a la cultura menemista, la del Gobierno de Carlos Menem, que proponía todo lo contrario, el sálvese quien pueda".

"Al agravarse la crisis se aceleraron los tiempos porque ahora hay que competir en la carrera con la creciente inseguridad, el desempleo, la desnutrición infantil, el analfabetismo. Será el pueblo el que haga su historia, pero cuando el péndulo de la crisis retorne a su posición espero que la revolución de la cultura solidaria sea posible sin sangre y sin muertos. Tengo amigos españoles que me dicen: 'recuerda que a nosotros nos costó un millón de muertos en la Guerra Civil'. Los europeos me hablan de las guerras mundiales, pero alguna vez tiene que ser posible una revolución sin sangre", añade.

El crecimiento de la Red desde 1995 ha sido extraordinario. Actualmente participan activamente 2.300 voluntarios. En siete años contribuyó a resolver problemas graves que afectaban a 16.000 enfermos de cáncer y 900 de sida que necesitaban remedios y tratamientos, colaboró en conseguir órganos para 120 trasplantes, apoyó 180 comedores comunitarios y guarderías, participó en la búsqueda de 590 niños perdidos, envió ropa y libros a 250 escuelas rurales y consiguió 280 sillas de ruedas.

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Un miembro de la Embajada argentina en Francia anudó la Red en París, luego la bordaron un grupo de brasileños en São Paulo, estudiantes argentinos en Nueva York, el abogado argentino Javier Bonomi en Barcelona y en estos días dos españoles la tejen en Madrid. Los números de la acción solidaria abruman. Se calcula que son casi 80.000 los grupos, asociaciones, comedores y centros vecinales que involucran a los millones de voluntarios del país. Pero las estadísticas no recogen acciones espontáneas como la de los fiscales y empleados de los tribunales que compran alimentos, cocinan y sirven, fuera de su horario, en un comedor comunitario. O el de cientos de vecinos de los barrios de la Capital Federal que acercan cada noche un plato de comida a los cartoneros cuando pasan a revisar la basura y cuidan a sus niños mientras los padres recogen y clasifican papel, cartón, plástico y metal. En los colegios, y hasta en los barrios cerrados adonde se ha ido a refugiar la clase media-alta se organizan rifas, loterías, recogida de alimentos y ropas para las villas miseria. Los beneficiarios, una vez recuperados, se convierten en voluntarios y se anudan como eslabones de una cadena infinita.

Emilio Cartoy Díaz, productor de televisión y voluntario solidario en una villa miseria del gran Buenos Aires destaca las relaciones de afecto que se crean: "Los padres agradecen el plato de comida para sus hijos, pero sobre todo la compañía, sienten que alguien se interesa por ellos, los escucha y los contiene. Está todo mal y da mucha bronca ver lo que han hecho con el país, pero cuando se llega ahí y se toca el fondo uno siente que todavía está vivo, hay algo que renueva la energía y la esperanza".

Todos quieren tener un puesto en la "revolución". Y se ofrecen. Los jugadores del Gimnasia y Esgrima de Concepción del Uruguay, un club de la provincia de Entre Ríos de Segunda División, organizan partidos en los que la entrada se paga con un alimento no perecedero para sostener cuatro comedores comunitarios. Los bailarines Julio Bocca y Maximiliano Guerra participan en funciones benéficas. También Diego Maradona, que grabó La Mano de Dios, una canción escrita en su homenaje y donó luego todos los derechos del disco a la cooperadora de un hospital pediátrico. Los periódicos llevan "suplementos solidarios" semanales y ofrecen espacio gratuito para la publicación de "avisos solidarios". La página de Internet porloschicos.com recibe 18.000 visitas por día. Las empresas que patrocinan la página pagan una ración de comida por cada ingreso.

En los sondeos sobre las próximas elecciones los voluntarios más destacados recogen opiniones favorables aunque no sean candidatos. Juan Carr rechazó ya ser ministro del actual Gobierno. "No, gracias", le dijo a la esposa del presidente Eduardo Duhalde. Renuncia a los cargos pero no a la política. Según Carr, "los políticos en su ascenso hacia el poder se alejan de la gente que sufre y la receta para no perderse es el dolor".

Un grupo de niños, en un comedor popular de una barriada de Buenos Aires.
Un grupo de niños, en un comedor popular de una barriada de Buenos Aires.MARÍA MARTA CREMONA

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