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El misterio crece en torno a Tutankamón a los 80 años del hallazgo de su tumba

Se publica en España un libro que sostiene que el joven faraón murió por causas naturales

Jacinto Antón

'¿Qué es lo que realmente sabemos de este Tutankamón con el que nos hemos familiarizado de un modo tan sorprendente?', se preguntaba Howard Carter, el descubridor de la tumba del joven faraón, para responderse que casi lo único a ciencia cierta es que falleció y fue sepultado. Ahora, cuando se cumplen 80 años de aquel hallazgo que conmovió al mundo, ninguno de los enigmas se ha despejado y, más bien al contrario, el misterio se espesa alrededor de la vida y desaparición del rey. Tras años de cobrar fuerza la teoría del asesinato, se vuelve a plantear que muriera por causas naturales.

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Un libro muy sugerente que acaba de aparecer en España, Tutankamón, vida y muerte de un rey niño, de Christine el Mahdy (Península), sostiene que lo más probable es que el faraón falleciera a causa de un tumor en la cabeza. La egiptóloga -autora del excelente Mummies, myth and magic, 1989- se apoya en la existencia de un adelgazamiento de la pared del cráneo de Tutankamón, detrás de la oreja izquierda, que habría sido provocado por la presión interna en el hueso. En su reconstrucción de los hechos, Tutankamón habría sufrido dolores y su movilidad se habría visto afectada. Finalmente, caería inconsciente y moriría poco después. Los médicos de la época se habrían visto impotentes. El texto faraónico del denominado Papiro Médico Smith dice claramente que, si hay daño en la cabeza y no se observa herida abierta, 'es un problema contra el que no lucharé'.

El Mahdy tampoco descarta que pudiera haberse tratado de un accidente, quizá con un palo de caza (los célebres bumeranes hallados en la tumba); en todo caso, el lugar de la lesión del hueso del cráneo, recalca, no es el lógico para un golpe criminal. En 1992, la teoría del accidente fortuito fue sostenida por Dennis C. Forbes en un sugerente escenario: Tutankamón habría muerto aplastado en un accidente de carro, vehículo que parecía gustarle especialmente (en su tumba había seis desmontados). Una novela con bastante gracia, Tutankamón, el faraón maldito, de la francesa Danièle Calvo Platero (Apóstrofe, 1997), juntaba la tesis del asesinato y el accidente: al rey le sierran el eje de las ruedas.

Criatura frágil tras la máscara de oro, jovencito revestido con el gran poder del Estado y elevado a la categoría de dios, Tutankamón fue enviado por el destino o la casualidad a través de 3.300 años hasta el siglo XX en una auténtica cámara del tiempo abarrotada de tesoros y en la que hasta las flores parecían conservar su aroma. Paradójicamente, entre los más de tres millares de fabulosos objetos que lo rodeaban no se encontró ninguna clave definitiva -un papiro o una inscripción histórica, por ejemplo- para esclarecer los brumosos hechos de su época, su vida y su reinado. Hoy, Tutankamón sigue durmiendo su sueño eterno en su tumba del Valle de los Reyes, aunque despojado de todo su ajuar, depositado en su inmensa mayoría en el Museo Egipcio de El Cairo. Su misterio, al contrario que su momia, desnudada y escarnecida, sigue intacto.

Fallecido a los 16 o 17 años, Tutankamón o Nebkheprura, 'señorial manifestación de Ra', fue el duodécimo faraón de la dinastía XVIII del Imperio Nuevo egipcio. La mayoría de los egiptólogos creen hoy que fue hijo de Akenatón, el faraón 'herético', y de una esposa secundaria, Kiya. Su inmediato predecesor fue el misterioso Smenkara, que algunos egiptólogos como Nicholas Reeves (autor del imprescindible Todo Tutankamón, Destino, 1990), opinan que fue nada menos que Nefertiti, la esposa de Akenatón, coronada como faraón bajo otro nombre (Christine el Mahdy sugiere que Nefertiti trató de crear una dinastía de mujeres faraón). La esposa de Tutankamón fue su medio hermana Ankesenamón, hija de Akenatón y Nefertiti. A Tutankamón, coronado de niño, le sucedió Ay, viejo cortesano que ya ocupó altos cargos con los faraones anteriores.

El hecho de que Tutankamón muriera joven, viviera en tiempos turbulentos -los cambios orquestados por Akenatón y la reacción posterior contra ellos- y fuera el último rey de su linaje, los tutmósidas (además de las características extrañas de su tumba, a todas luces improvisada, y su ajuar, en gran parte reaprovechado de otros entierros), ha dado alas tradicionalmente a la hipótesis del magnicidio, aunque la autopsia a la momia en 1925 no reveló la causa de la muerte. Un trozo de hueso suelto observado en el cráneo del rey en una posterior autopsia en 1968 pareció reforzar la teoría criminal, que ha tenido a su más sensacional propulsor en el mediático Bob Brier (El asesinato de Tutankamón, Planeta, 1998). Éste, siguiendo una larga tradición, hace de Ay el principal sospechoso. Han retomado la idea este mismo año dos policías de Utah, Greg Cooper, miembro del FBI, y Mike King, investigador criminal, apuntando de nuevo a Ay. No son los primeros detectives en poner bajo su lupa al faraón: en 1997, un inspector de Scotland Yard, investigó el caso y también señaló a Ay como culpable. Sin embargo, muchos egiptólogos dudan de que un hombre que había profesado veneración a la familia fuera capaz de tal crimen; sin contar, además, con que el asesinato de un faraón simplemente era un acto que no cabía por lo general en la mentalidad egipcia.

Para Christine el Mahdy, de lo único que es culpable Ay es de haber precipitado el entierro de Tutankamón a fin de asegurarse la sucesión ante el general Horemheb.

El sarcófago de oro de Tutankamón en el Museo Egipcio de El Cairo.
El sarcófago de oro de Tutankamón en el Museo Egipcio de El Cairo.JOAN SÁNCHEZ

Una momia muy ajada

El daño post mortem sufrido por el cuerpo de Tutankamón es una de las causas que impiden hacer luz sobre el rey. El tradicional proceso de momificación ya fue tan tremendo (extracción del cerebro por la nariz, destripamiento y retirada de órganos, inmersión en natrón) que muchas de las claves del fallecimiento quedaron borradas entonces y se produjeron grandes desperfectos en el cadáver. Añádase la profusión de líquidos de embalsamar, perfumes, resinas y ungüentos ceremoniales usados (que provocaron, según algunos estudiosos, una especie de combustión de la momia: hay autores que apuntan que ello sirvió para enmascarar pistas criminales). Y, no menos importante, el trato que dieron a la momia Howard Carter y sus colaboradores al desnudarla y realizarle la autopsia en 1925. Esta operación, sostienen algunos estudiosos como la propia Christine el Mahdy, incluyó hasta el uso de hornillos bajo el sarcófago de oro para despegar el cuerpo al haber quedado medio soldado, en una pasta infame, con el fondo del ataúd. Con semejante trato, es lógico que los análisis de los ajados restos permitan montar casi cualquier hipótesis.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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