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Columna
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Literatura divertida

Hay una frase que se repite regularmente. La última vez que la he escuchado (debería decir leído) ha sido en boca de un maestro: Martí de Riquer. Hace muchos años adquirí los tres volúmenes de una obra suya titulada Los trovadores, que desde entonces es uno de los libros fetiche de mi biblioteca, como lo son la edición bilingüe de Li contes del Graal, de Chrétien de Troyes, o esa historia única y extraordinaria, mucho más reciente, que es Quinze generacions d'una família catalana. En fin, sólo trato de decir que para mí es un sabio admirable y ejemplar, especie bien escasa en nuestra España contemporánea.

La frase en cuestión es ésta: 'Una de las cosas fundamentales de la literatura es que tiene que ser divertida'; y luego insiste, en la misma entrevista: 'Lo más importante de la literatura es divertir' (Babelia, 20-04-02). Lo contrapone, naturalmente, a literatura aburrida. Más adelante, su consejo -bastante sabio, por cierto- es éste: 'Si te aburre déjalo'. Pero hay una diferencia importante entre esta última declaración y las dos primeras frases.

¿Qué es un libro divertido? Tal y como se deduce, un libro que divierte. ¿Que divierte a quién? Al lector en cada caso, se supone. Ah, pero entonces, hay tantos libros como lectores y tantas diversiones como lectores. Es decir, la diversión -o el aburrimiento- no son categorías literarias, sino expresiones de un gusto personal. Eso quiere decir que yo puedo afirmar con todo derecho que un libro me divierte o me aburre, pero no puedo dar un paso más allá; no puedo categorizar y decir la literatura ha de ser divertida o este libro es aburrido. No parece necesario explicarlo más: un mismo libro puede ser muy aburrido para un lector y muy divertido para otro. Yo disfruto cada vez que releo Viaje al fin de la noche, de Céline, pero hay mucha gente a la que le aburre soberanamente.

El problema de la frase 'la literatura ha de ser divertida' es que parece contener una directiva sin la cual la literatura carece de gracia. No sólo eso, en realidad se emplea de una manera más artera: vale para dar a entender que la literatura tiene que ser entretenida per se, sea quien sea el lector, lo cual la empuja hacia abajo, hacia la forma de entendimiento más primaria. Y aun así es dudosa, pues yo conozco a mucha gente que desprecia los cuentos populares -que serían un paradigma de lectura entretenida o divertida- o encuentran poco estimulante La isla del tesoro, que de todo hay.

Lo que al final ha venido a representar esta manida frase es la defensa del inculto y muchas veces se emplea sin las debidas precauciones, provocando el alborozo de aquellos que dicen que la literatura ha de contar historias -no conozco una sola narración que no cuente una historia- con lo que quieren decir en realidad que han de ser historias inteligibles a la primera, sin pizca de misterio, sin capacidad de sugerencia, sin otro valor que el de la evidencia grosera. Son los defensores de la anécdota, del argumento ilustrado en viñetas, que sólo quieren ser atrapados por lo que consideran inmediatamente sorprendente o trepidante; en fin, la clientela ideal para un vendedor de crecepelo de la época del Far West.

En cambio, la frase 'si el libro te aburre, déjalo' es un consejo personal, no una directiva literaria. Ahí es donde tiene sentido, porque se dirige al territorio donde eso se cumple: el aprecio personal, el gusto propio. Lo malo de la frase 'la literatura debe ser divertida' es que parece elevar a categoria literaria lo que no es más que la actitud de un lector ante un libro; por el contrario, la frase 'que cada uno elija su diversión' es una afirmación que no cierra o limita, sino que se abre a la variedad misma del placer singular de las personas.

Yo sugiero que se matice o se olvide la expresión 'literatura divertida', que tan mala fortuna ha hecho entre lectores y seudolectores. No nos engañemos: el placer que Martí de Riquer me ha proporcionado con sus versiones de los trovadores estoy seguro de que mataría de aburrimiento a una buena cantidad de gente.

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