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Reportaje:

Pero... ¿qué hay entre Pinto y Valdemoro?

Un concejal de Cultura y un entrenador de fútbol, cada uno de un pueblo, se dan cita en el punto donde nació la famosa frase

Antonio Jiménez Barca

Según el diccionario, todo el mundo ha estado entre Pinto y Valdemoro. Basta con confesarse 'indeciso o vacilante'. Según la geografía, la cosa cambia: entre Pinto y Valdemoro, la verdad, hay un caminejo que serpentea a lo largo de 10 kilómetros entre unos trigales ahora secos, un polígono industrial especializado en industrias cárnicas, la entrada de una cárcel, una grúa y, hace unos días, una lombriz muerta. La grúa se encontraba por casualidad, debido a que en el polígono están en obras. Y la lombriz, pues había muerto allí porque había muerto allí, de sed o de calor, entre Pinto y Valdemoro.

También estaban el concejal de Cultura de Pinto, Jerónimo Corrales, del PSOE, y un vecino de Valdemoro, Luis Ferreras, que es entrenador del Pinto, de Tercera División 'pero que va muy bien este año'.

Llegar al remoto origen de la famosa frase requiere al menos un coche todoterreno, un guía local y una buena dosis de amor a la filología. Corrales y Ferreras llegaron, se estrecharon la mano y después se largaron a otro sitio, pues entre Pinto y Valdemoro no hay ni una mala sombra. Accedieron por una trocha forestal llena de baches y cuando, subidos los dos a una loma, pisaron el punto tantas veces nombrado y oído observaron el camino de tierra que sirve de linde y que se pierde por una cordillera de montecillos resecos y gastados. '¿Nos vamos ya?', dijeron.

Los habitantes de Pinto y Valdemoro tienen claro el origen de la frase que les ha hecho famosos en toda España. 'Por el borracho del puente', aseguran. Hasta el concejal de Cultura de Pinto, Jerónimo Corrales, daba al principio la versión más conocida: 'Hace mucho tiempo, un borracho venía desde Valdemoro hacia Pinto y en un riachuelo que divide los dos términos municipales, encima de un puentecillo, empezó a bailotear y a dar pasos para adelante y para atrás: 'Ahora estoy en Pinto, ahora en Valdemoro, ahora estoy en Pinto, ahora en Valdemoro', decía. Tanto saltó que al final se cayó al río. 'Ahora estoy entre Pinto y Valdemoro', decía al final el tío'.

El concejal, como cualquier habitante de los dos pueblos, estaba convencido de que el borracho, el riachuelo y el puente existían de verdad. Hasta que hace unos días, después de haber quedado con Ferreras, empezaron ambos a tener problemas para encontrar el sitio exacto. Tras consultar con el guardia forestal, Federico Serrano, se dieron cuenta de que ni el riachuelo en cuestión ni el puente han existido jamás, ni, por supuesto, el borrachín del cuento.

El historiador local Gonzalo Arteaga argumenta, en su libro Pinto, éste es mi pueblo y tras rechazar la leyenda del borracho del puente, que el origen de la frase se remonta al siglo XIII, cuando Madrid y Segovia pugnaban por las tierras de Valdemoro y Pinto. El enfrentamiento por los terrenos de cultivo llegó a tanto que el mismo rey, Fernando III el Santo, tuvo que asignar, 'con carácter irrevocable', Pinto a Madrid y Valdemoro a Segovia. Para que no quedara ninguna duda, el monarca ordenó colocar en los lindes 42 hitos que a partir de entonces delimitaron los territorios. Algunos de ellos persisten todavía. El rey presenció durante bastantes días la colocación de los hitos, así que los cortesanos, cuando alguien preguntaba por Fernando III, respondían, 'está entre Pinto y Valdemoro'.

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Arteaga se cura en salud: 'Ninguna de las dos explicaciones cuenta con un apoyo histórico, pero particularmente acepto la más lógica'. La del rey y los hitos.

No es extraño que en Pinto o en Valdemoro se siga creyendo en la leyenda del borrachín. Llegar al hipotético lugar de la historia (para cerciorarse de que el puente en realidad no existe) es casi tan complicado como emprender un safari por el parque keniano del Serengueti. Tal vez el Serengueti esté incluso más poblado, porque, siendo sinceros, entre Pinto y Valdemoro no suele haber nadie.

La dirección de la cárcel

De vez en cuando se pasea el guardia forestal, que con su todoterreno vigila los vertidos ilegales. Por lo general, circula sobre el camino que sirve de linde entre los términos municipales, así que, en puridad, este hombre es el que, por motivos laborales, más tiempo pasa de España entre Pinto y Valdemoro.

Desde el montecillo que sirvió de punto de encuentro para Ferreras y Corrales, este último señala la cárcel de Valdemoro: 'Es verdad que está entera en Valdemoro, pero hay que entrar por Pinto, así que también se puede decir que la cárcel está en medio', reflexiona.

La cárcel y el polígono industrial de la carne, al este; al oeste, más campos de cultivos; al norte, Pinto, con sus casas de sólo cuatro alturas ('una norma impide que las viviendas midan más que la torre de Éboli, el edificio más antiguo y más emblemático del municipio', precisa el concejal); y al sur, Valdemoro, con una mancha de tierras removidas que indican el futuro crecimiento de la localidad.

El guardia forestal, amante del campo, chasquea la lengua al contemplar el volumen de tierra levantada: 'Todo esto va a cambiar muy pronto'. Corrales está de acuerdo: 'Con el parque temático de la Warner en San Martín de la Vega [cuya apertura está prevista para abril], toda la zona va a pegar un subidón de gente que para qué. Habrá que pensar en nuevos atractivos para los turistas'.

El rescate de la oveja 'Yoli'

Entre Pinto y Valdemoro ocurren cosas. Una de ellas atañe al guardia forestal de Pinto, Federico Serrano, de 56 años, y a su oveja. Hace 15 días la policía le dio un aviso extraño: 'En Arroyo Culebro hay una oveja atada a un árbol'. Acudió Serrano y descubrió al animal. Y a su cría. La oveja acababa de dar a luz. 'Los bomberos rescataron a la oveja de un pozo y, creyendo que el pastor pasaría por ahí, la ataron. Pero no pasó. Y el animal comenzó a dar vueltas al árbol y se ahogó con la cuerda. Antes dio a luz. Cuando llegué, la madre estaba casi muerta, pero la cría no', explica el guardia. 'Y la adopté'. Y tanto. Yoli, que así se llama, acompaña desde entonces a Serrano en todas sus excursiones. Viaja en la parte de atrás del todoterreno, metida en una caja de cartón. 'Cuando voy a pie la suelto y viene detrás de mí. Como un perrito. Le doy leche en polvo en un biberón y de noche la tengo en casa, en el tendedero. Se ha vuelto un poco mimada, porque hay que darle la leche caliente. Para eso llevo un termo', señala. No sabe qué hará con ella cuando crezca. Y prefiere no saberlo. Por ahora, la ovejita, es cierto, sigue el corpachón del guardia a todas partes: 'Normal. Para ella soy su madre'.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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