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La religiosidad de los iconos rusos eclipsa sus cualidades artísticas

La Pedrera acoge una selección de imágenes de la Galería Tretiakov

En Occidente sería como retrotraerse a la Edad Media, pero en el Oriente cristiano ortodoxo parece que en la imagen religiosa sigue pesando más su valor de objeto sagrado que su cualidad artística. No es imprescindible para disfrutar de su evidente interés estético, pero es un aspecto que conviene recordar cuando se visita la magnífica exposición Iconos rusos de la Galería Tretiakov, de Moscú, inaugurada ayer en La Pedrera de Barcelona.

En la presentación, ayer, de la exposición en el centro cultural de la Fundación Caixa Catalunya, de Barcelona, uno de los protagonistas fue el sacerdote ortodoxo Nicolás Jokolov, párroco de la iglesia de San Nicolás, anexa a la Galería Tretiakov, investigador científico del departamento de iconos y responsable del coro de la galería, que, con motivo de la exposición, realiza una serie de conciertos en Cataluña. Es poco habitual encontrar un museo estatal con párroco, pero desde 1996, a raíz de un acuerdo entre el Ministerio de Cultura ruso y el Patriarcado de Moscú, la Galería Tretiakov tiene una iglesia anexa, en la que se celebran oficios religiosos bajo la presencia del icono más venerado de Rusia, la Virgen de Vladímir, del siglo XII.

La exposición en Barcelona, abierta hasta el 17 de febrero, está compuesta por 52 iconos rusos de gran formato realizados sobre madera y datados entre los siglos XIV y XVII, los que marcaron el momento de florecimiento del icono ruso con características propias y diferenciadas, tanto del icono bizantino que le sirve de modelo como de las influencias del arte cristiano occidental posterior. 'Es difícil resumir en qué se diferencia el icono ruso del bizantino, pero en general puede decirse que en el ruso los colores están más difuminados y más iluminados desde dentro', explicó Nadezda Bekeneva, responsable del departamento de iconos de la Galería Tretiakov. 'Para los bizantinos, Dios era un juez; para los rusos era un salvador. Creo que en general la imagen de los iconos rusos es más festiva, más alegre'. La comisaria de la exposición, Ekaterina Selezneva, justificó más adelante la escasez de imágenes de figuras sufrientes, personajes malvados o la misma representación del infierno en 'un sentimiento de positividad del pueblo ruso. En la creencia popular se dice que cuando menos se piensa en el mal, menos llega'.

En el icono (eikon, imagen en griego) todo es simbólico y tiene una función religiosa, desde la técnica de aplicación de colores y formas hasta la disposición arquetípica de las imágenes, que se mantiene fiel a una tradición establecida en el Concilio de Nicea de 787.

Para un católico es relativamente fácil reconocer a los personajes, con la excepción de los santos locales rusos, pero en cambio resulta más difícil atender a toda la simbología religiosa que acompaña cada imagen o a su misma disposición en las iglesias. En este sentido, el director de la Fundación Caixa Catalunya, José Luis Giménez-Frontín, recordó ayer que 'no hay mirada más extraña a la tradición ortodoxa que la católica, y aún más la del Sur'. 'Esta última pone el acento en la condición humana de Cristo y mira de realzar aquellos aspectos que hacen más terrenales a los personajes sagrados. En la tradición ortodoxa hay que olvidarse del realismo, porque lo que interesa es la carne transfigurada. No hay sombras, no hay perspectiva, no hay rasgos humanos'.

Todas las obras provienen de iglesias o monasterios y el montaje rehúye la organización cronológica o por escuelas y reproduce en su distribución la colocación de las imágenes en el iconostasio ortodoxo, la puerta que separa la zona de culto en la que se oficia la ceremonia de la parte destinada al público. Es una distribución que, salvando las múltiples distancias, puede explicarse como si fuera un retablo. En la parte inferior se sitúa el 'registro local', en cuyo centro se encuentran las puertas reales, profusamente pintadas, y a cada lado, los iconos del Salvador o la Santísima Trinidad y la Virgen, además de los iconos de los santos y las festividades locales. Entre éste y el segundo registro, dedicado a la Deésis (plegaria), se sitúa el calendario de los meses del año. El Cristo Salvador entronizado (con rasgos que recuerdan al pantocrátor románico) ocupa el centro del registro de la Deésis, flanqueado por las imágenes de la Virgen y San Juan Bautista, además de por arcángeles y apóstoles. El cuarto registro es el de las festividades, que relatan los momentos de la vida de los personajes sagrados que marcan el calendario litúrgico. El quinto registro lo ocupan, presidido por el icono de la Virgen de la Encarnación, los profetas bíblicos. Culmina el iconostasio el icono de Cristo entronizado.

El recorrido por la exposición permite ver diferentes ejemplos de los iconos correspondientes a cada registro y, como suele ser habitual en la tradición ortodoxa, todos ellos están sin firmar. Con importantes excepciones, como el famoso Andréi Rubliev, en la tradición ortodoxa el autor importa menos que la representación sagrada.

Iconos del registro de la Deésis, la parte principal del iconostasio ortodoxo, procedentes de Novgorov, del siglo XVI.
Iconos del registro de la Deésis, la parte principal del iconostasio ortodoxo, procedentes de Novgorov, del siglo XVI.TEJEDERAS

Una muy larga tradición

"Antes del zar Pedro el Grande, que a principios del siglo XVIII abrió una ventana a Occidente y fundó las Academias de Arte, no existía otra pintura profesional en Rusia que la de los iconos", comentaba Ekaterina Selezneva. A mediados del siglo XIX, gracias al descubrimiento de nuevas técnicas de restauración, se devolvió a los viejos iconos su original esplendor y coleccionistas de arte ruso, como el mismo Pavel Tretiakov, fundador de la galería que lleva su nombre, promovieron su revalorización al tiempo que impulsaban el arte contemporáneo de su país, influido en parte por estas imágenes. Con la Revolución de Octubre los iconos se sacaron de las iglesias y se dispersaron por numerosos museos regionales. Nicolás Jokolov decía que "cada icono está bañado en sangre de mártires cristianos". Nadezda Bekeneva reconocía, en cambio, que fue entonces cuando comenzó su recuperación científica.

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