_
_
_
_
_
Reportaje:

El chinchón de la Diada

Mesa redonda de los protagonistas del primer Onze de Setembre legal

Francesc Valls

En los sofás oficiales de la residencia del gobernador, en Abadesa Olzet, y entre copas de españolísimo chinchón se fraguó hace 25 años el acuerdo para legalizar la concentración en la plaza de Catalunya de Sant Boi. Así lo recordaba el pasado jueves el que en 1976 era máxima autoridad provincial y policial de Barcelona: Salvador Sánchez Terán. No fue nada fácil el pacto entre aquellos que desde el poder alternaban la apertura del franquismo con la mano dura y quienes representaban a los que todavía llenaban las cárceles, aquellos para quienes en la historia de este país y de este siglo hay un agujero negro de 40 años. Así las cosas, lo que para unos era chinchón dulce para otros debía de ser definitivamente seco. El pasado jueves, ambas sensibilidades compartieron civilizada mesa en el Museo de Historia de Cataluña. A un lado, Rodolfo Martín Villa (ministro de Gobernación en 1976) y Salvador Sánchez Terán (gobernador civil de Barcelona) y, en otro, el que aquel Onze de Setembre fue portavoz de la Assemblea de Catalunya, Jordi Carbonell, tan insobornable como cuando fue torturado por negarse a declarar en castellano.

Carbonell: 'Lo único que pacté con Sánchez Terán fue no insultar ni al Ejército ni al Rey'

Sánchez Terán explicaba lo incómodo de la celebración de aquel Onze de Setembre en libertad: era un mal momento para el Gobierno de Adolfo Suárez y, por si fuera poco, la manifestación se convocaba el día siguiente de la aprobación de la Ley de Reforma Política que para unos abría el franquismo y para otros lo perpetuaba. 'Había que autorizarla fuera de Barcelona', aseguraba un Sánchez Terán que recordaba el eco de la manifestaciones multitudinarias del 1 y el 8 de febrero de aquel mismo año. 'Las condiciones eran que Tarradellas no podía ser el centro de la jornada, que no se podía llamar nacional y que debía haber una garantía absoluta de orden', agregó el ex gobernador civil. Con este guión y en los sofás de su residencia, la cuarta noche de copas Sánchez Terán llegó a un acuerdo con una comisión en la que se mezclaban churras y merinas, pues a los nombres de opositores reputados como Pere Portabella, Josep Benet, Miquel Sellarès o el doctor Colomines, se sumaban los de Jorge Trias Sagnier o Manuel Almodóvar, entonces en la nebulosa del asociacionismo tardofranquista.

Con todo, se llegó a un acuerdo. Los oradores de aquel Onze de Setembre en Sant Boi serían Octavi Saltor, entonces en un partido -Lliga Catalana- que no participaba de las plataformas de la oposición democrática mayoritaria; Miquel Roca, en nombre del Consell de Forces Polítiques de Catalunya, y Jordi Carbonell, en representación de la Assemblea de Catalunya. 'Recuerdo que en la entrevista que tuvimos en el Gobierno Civil usted me dijo que en mi discurso dijera 'España', en lugar de 'Estado español', y yo me negué; lo único que pacté con usted es que no insultaría ni al Ejército ni al Rey, y la verdad es que no tenía previsto hacerlo pues no era mi estilo ni soy tan insensato', recuerda Carbonell. 'Yo le dije que para mí España no era una realidad, a pesar de mi aprecio por los demás pueblos del Estado y mi reconocimiento a los nuevos catalanes, pues mientras estuve detenido en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía, en la Via Laietana, pude sentir el afecto, el aliento y la solidaridad de militantes presos de Comisiones Obreras que no hablaban una palabra de catalán', aseguraba el hombre que aquel Onze de Setembre habló en nombre de la Assemblea de Catalunya.

En esa negociación en la que 'con los comunistas no se podía hablar', Sánchez Terán estaba obsesionado -confesaba anteayer- con que los partidos de extrema izquierda quisieran romper el acto y 'provocar altercados violentos'. Carbonell temía, en cambio, que la reputada violencia policial campara por sus fueros. 'Recuerdo cuando se celebró la manifestación el 1 de febrero de aquel 1976, con qué brutalidad reprimió la policía a los manifestantes pacíficos, cómo dio testimonio la prensa internacional', señalaba el ahora dirigente de Esquerra Republicana.

Con todo, la primera Diada en libertad se celebró, como apuntó anteayer Rodolfo Martín Villa, gracias a que 'la política no es una ciencia exacta y tampoco lo fue en la transición, lo que nos ha permitido llegar donde estamos'. El ex ministro le recordó a un nacionalmente insatisfecho Carbonell que gracias a esa Constitución, cuyo título octavo no gusta al republicano, 'hemos podido entendernos un poco más'.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Con un público de opiniones divididas, entre el que se encontraba Antoni Gutiérrez -en 1976 secretario general del ilegal PSUC-, el convergente Joaquim Molins, el nacionalista Miquel Sellarès y el inclasificable Lluís Maria Xirinachs, las intervenciones de cada orador se aplaudían por áreas. Son las ventajas de la democracia que tuvo uno de sus puntos de arranque aquel Onze de Setembre de 1976. Como recordó la consejera de Enseñanza, Carme Laura Gil, aquella Diada fue 'una explosión de color para un país de pocos vencedores y muchos vencidos, en el que imperaba el clamoroso silencio del miedo'. De eso y de las copas de chinchón hace ya 25 años.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_