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"El relato de verano es como un culebrón que ha de agarrar de inmediato al lector"

El día 1 de agosto empezamos un viaje con Eduardo Mendoza: El último trayecto de Horacio II, un viaje a la locura, a la diversión y a la inteligencia. En agosto de 1990, Eduardo Mendoza publicó en este diario un relato de verano, Sin noticias de Gurb. Fue un éxito. Casi diez años después, los mismos que han separado sus grandes novelas, La verdad del caso Savolta, La ciudad de los prodigios y Una comedia ligera, Mendoza repite la experiencia. Horacio y Gurb son muy diferentes, aunque en ambos relatos tienen bastante que ver la ciencia ficción y la paradoja. Horacio es el jefe de una expedición, cuyo destino se sabrá al final de la historia. En ese largo viaje espacial va haciendo paradas para repostar material. Ya pueden imaginarse ustedes las mil y una que hará Horacio durante ese periplo. Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) está convencido de que con ese relato de verano sólo pretende 'entretener al lector un rato cada día'. No tiene ni idea de si lo publicará más adelante en forma de libro, pero si se acuerda de Gurb, sí lo hará. Sin noticias de Gurb se publicó en Seix Barral, su editorial habitual, en marzo de 1991. Diez años después, va por la séptima edición y ha vendido 500.000 ejemplares.

'Horacio es un burócrata estúpido y todos los demás también lo son, aunque creo que todos son simpáticos, sobre todo los malos'
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Pregunta. Hay que empezar por la pregunta clásica, ¿de qué va Horacio II?

Respuesta. Como hace poco que la he acabado de escribir, todavía no lo sé. Es el relato de las peripecias y aventuras de un viaje muy particular. Por supuesto, un viaje espacial.

P. O sea, que estamos otra vez con Sin noticias de Gurb.

R. No. Quiero creer que este relato es muy diferente, aunque también incide en el terreno de la ciencia ficción y de la paradoja. Gurb era un personaje muy próximo en un territorio más próximo. Esto es todo lo contrario. De hecho, el punto de partida ya es diametralmente opuesto. Cuando pensaba en un relato para el mes de agosto, me imaginé el mar y un viaje en barco. También una noche de verano en la montaña, con ese cielo estrellado que ya no estamos acostumbrados a ver. A partir de ahí, empecé a fabular. Quería que la propia escritura tuviera algo de viaje.

P. Gurb es el nombre de un pueblo de Lleida que, según ha contado usted en repetidas ocasiones, siempre le había fascinado. ¿Quién es Horacio II?

R. Es el nombre y el número de la calle en que viví en Nueva York durante bastantes años [entre 1973 y 1982].

P. Gurb era un personaje maravilloso, entrañable, ¿cómo es Horacio?

R. No tiene nada que ver. Horacio es un burócrata estúpido y todos los demás también lo son, aunque creo que todos son simpáticos, sobre todo los malos.

P. ¿En qué tiempo vive Horacio?

R. En unos años indefinidos. Ahora estamos en la era etnológica, o sea, la prehistoria para Horacio. Horacio vive en un futuro en el que se ha producido un gran recorte de la revolución tecnológica. Han vuelto, por ejemplo, la máquina de coser, se escriben cartas y se envían, y hay pistolas con cartuchos, todo eso... Cuando Horacio y su gente se paran a repostar, todo lo que encuentran son construcciones urbanas, estaciones espaciales; incluso se encuentra con un Fórum 2004. Horacio y los suyos se rigen por reglamentaciones muy municipales.

P. Su última novela, La aventura del tocador de señoras, está muy reciente. ¿No tendrán algo que ver ambos relatos? ¿No se superpondrán?

R. Probablemente, sí, pero esto no tiene remedio. El encargo de EL PAÍS de escribir un cuento de verano me llegó cuando ya hacía tiempo que había terminado La aventura del tocador de señoras. La novela estaba en proceso de producción, algo que en mí lleva bastante tiempo, porque dejo muchos cabos sueltos. Entrego el libro sin titular, doy la lata con la ilustración de cubierta, etcétera. Fue entonces cuando me comprometí con EL PAÍS porque tenía las manos libres y escribir el cuento de agosto me parecía algo distinto. Lo que yo no podía calcular entonces es que La aventura del tocador de señoras estuviera aún en el candelero estos días.

P. ¿Qué hay de diferente entre este relato de verano y La aventura del tocador de señoras?

R. El planteamiento. Este cuento está pensado y escrito para ser leído a trozos, cada día un rato. No puede ser una novela desmembrada, cada día tiene que empezar y acabar algo, aunque la acción central siga su curso a lo largo de todo el relato, que también en su conjunto tiene medidas fijas: no puede ir más allá del 31 de agosto.

P. Como los folletines del siglo XIX.

R. No exactamente. Los folletines de Balzac o de Dickens eran novelas convencionales que aparecían en la prensa. Cada mes publicaban dos capítulos bastante largos. Habían de tener un principio y un final, pero el ritmo narrativo podía ser más pausado: largos desarrollos, descripciones, evolución de los personajes... Leídas hoy, nos parecen novelas que fueron escritas por entregas. El relato de verano se parecería más a los culebrones de televisión, que han de agarrar de inmediato al espectador, ponerlo en situación y darle algo que perezca en muy poco rato. Claro, que los culebrones duran años y años y tienen la ventaja de las caras conocidas. Yo no tengo más que las palabras.

P. Lo dice como si fuera una tortura.

R. Algo de eso hay. Es la tortura aceptada del ciclista que echa el bofe para llegar a una cima, y más ahora que coincide con el Tour de Francia.

P. Sobre todo para usted, que dice que es un escritor muy lento.

R. Soy muy lento y muy dubitativo. Por eso me meto en estas aventuras. Los plazos y las extensiones fijas, que son lo normal para los periodistas, para mí son insólitas. Por eso me las impongo.

P. Luego, se arrepiente.

R. Sí y no. Paso momentos malos, pero me resulta muy instructivo. Como escritor de ficción un poco a la antigua, me altera mucho el flujo narrativo como un viaje con objetivo, pero sin mapa que consultar. Acabo de escribir un ensayo sobre Pío Baroja. Baroja era un ejemplo de lo que decía antes: todos los días escribía un rato, dejándose llevar por la narración y a menudo perdiéndose por el camino. Mi ensayo sobre Baroja trata sobre esta manera de escribir. Pero todo esto resulta muy pretencioso. El relato del verano sólo pretende entretener al lector un rato cada día. Un periódico está lleno de seriedades y yo ofrezco una distracción en medio de tanta seriedad.

Ilustraciones de Juan Giménez

El dibujante Juan Giménez (Mendoza, Argentina, 1943), que trabaja actualmente en la serie La Casta de Metabarones con Alejandro Jodorowsky, y en otra serie con guión propio, ilustrará el relato de Eduardo Mendoza. Giménez, que participó en 1980 en la película Heavy metal, posee diversos galardones, entre ellos el Gaudí, de la Feria de Barcelona, y el Yellow Kid, del Salón de Lucca. Su obra, que expuso en 1997 en el Centro Pompidou de París, se caracteriza por su dominio en el dibujo de tecnología y su personalísima visión de la ciencia ficción y del género fantástico.

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