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Tribuna
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De certezas y supuestos

La cuestión central que se debate hoy en Euskadi afecta a la convivencia misma de una sociedad racionalmente organizada, al elemento prepolítico y constituyente de ésta

A esta altura de campaña en el País Vasco, contamos con alguna certeza, sólo con alguna, que debemos expresarla con claridad. Lo demás son supuestos, y, por tanto, argumentos sometidos a discusión.

La certeza, vieja certeza, es que los asesinatos de ETA han generado un clima de miedo e indefensión en buena parte de la ciudadanía vasca, hasta cercenar la propia libertad y provocar un proceso de degradación social gravísimo. Tan cierto como esto es que tras los asesinatos hay un proyecto de nacionalismo étnico totalitario. Un proyecto que choca abiertamente con los valores humanistas de la ilustración de los que es depositaria la Unión Europea.

Hoy en el País Vasco se están cuestionando las tradiciones de racionalidad y buen gobierno europeos (españoles, alemanes o griegos), y en este sentido se está librando una batalla consustancial a ese proyecto de convivencia. Todos estamos, pues, implicados. Por lo demás, nunca se hubiera llegado a ese estado de cosas si el partido de gobierno en Euskadi, el PNV, no hubiera hecho en 1997 una apuesta errada y ventajista sobre el final de ETA que nada tiene que ver con una tradición pendular de ese partido, sino con una decisión consciente de su actual dirección. Esta es la certeza, o la batería de certezas. Son las que en primera instancia deben inspirar la campaña de un demócrata (las que en primera instancia guían a Redondo y Mayor Oreja) y el voto de la ciudadanía.

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Luego están los supuestos y decisiones con los que jugamos, que deben ser, cómo no, sometidos a debate. Veamos alguno de ellos. La cuestión central que se debate hoy en Euskadi afecta a la convivencia misma de una sociedad racionalmente organizada; lo que suele llamarse elemento prepolítico o constituyente de ésta. Requiere, pues, de un amplio consenso. Sin embargo, las elecciones y la misma alternancia en el Gobierno forman parte del juego político, son instrumentos para la discrepancia.

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¿Cómo resolver una cuestión constituyente en unas elecciones? Ateniéndonos a la experiencia, sólo es posible hacerlo a través de la unidad de los demócratas, como sucedió, por ejemplo, en Alemania en 1965-66, con la gran coalición CDU-SPD ante el ascenso de los neonazis de Von Thadden.

Lo cierto es que, hoy por hoy, no es posible contar para ella con el PNV, absurdamente incapaz de condenar su etapa en Lizarra. Lo deseable no es posible ahora. Pero, ¿y el 14 de mayo? Probablemente, tampoco. Pero antes deberá actuar la fuerza del voto.

El Gobierno resultante será -si impera la certeza sobre el supuesto- un Gobierno de unidad democrática, de integración, un Gobierno de consenso democrático en torno al Estatuto y la Constitución. Un Gobierno de cambio y esperanza, claro está. ¿La forma que adoptará? Es de prever (un Gobierno del PP-PSE que, tal vez, fuerce a la larga el cambio en el PNV), pero no de adelantar. Aún estamos en tiempo de merecer.

De manera que éstas no son las elecciones para la alternancia, sino para el consenso y la integración. No es tiempo de derrotar al nacionalismo sociológico (del que, por cierto, emana el Estatuto), como proclaman por el País Vasco algunas voces, sino al político, al PNV, y, a éste, malgré nous.

No es tiempo de revisar la validez de la simbología vasquista o cuestionar elementos del bilingüismo. No lo es. La izquierda debe dar la mano a la derecha, cierto, y el nacionalismo al no nacionalismo, lo que costará más. Ocurra lo que ocurra en la política, es lo que debe imperar en el lenguaje cotidiano.

Hay otras decisiones que no se deben precipitar. El Partido Popular ha demostrado en Álava una extraordinaria capacidad de integración y ha sabido sosegar el clima de crispación existente con la gestión realizada desde la Diputación y el Ayuntamiento de Vitoria. El PP vasco se ha curtido mucho tiempo en la marginación, y, luego, en primera línea de sacrificio. Eso está en su haber. Quien les vote, debe sentirse orgulloso.

Sin embargo, el sectarismo mostrado en San Millán de la Cogolla, con la invención gratuita de nuevas tradiciones o la frivolidad de Macarena en el festival de Las Ventas en septiembre de 1997, pueden hacer mucho daño en Euskadi. Es algo a abandonar definitivamente, y así se debe decir. Finalmente, el socialismo no debe ir maniatado a un Gobierno vasco de restitución. Todos deben estar a la altura de las circunstancias, como lo están personas como Fernando Savater.

Javier Ugarte Tellería es profesor de Historia Contemporánea en la UPV-EHU

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