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Columna
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Catástrofe

Allí me veo, estudiante que fuma y bebe coñac en aquel salón biblioteca, charlando con el señor que me dobla en edad y sabiduría, alto funcionario con altas responsabilidades, hace más de 25 años. Entonces los hombres bebían coñac, eran los años del coñac de Jerez, y Franco agonizaba. El funcionario era un hombre tímido, pero con arraigadas convicciones: la democracia y el sufragio universal son monstruosidades, dijo; cómo van a valer lo mismo el voto del ignorante y el voto del técnico (no se ponía a sí mismo como ejemplo de sabio, me ponía a mí, a quien en realidad consideraba un iluso). Reconozco que aquello no merecía el nombre de conversación. Yo, más que oír al franquista metido a filósofo político, esperaba su silencio para soltarle la respuesta que ya tenía preparada, y él había decidido cómo proseguir su discurso muchos años antes de conocerme.

Estaba convencido de que su mundo se acababa (pero siguió siendo, bajo la democracia, un alto funcionario, más alto aún que con Franco), y no tenía mucho interés en explicarme lo que juzgaba evidente. Ahora creo que sólo se lo repetía a sí mismo. Es imposible, decía, decidir y votar razonablemente sobre cosas que ignoramos: ¿Me imaginaba a mí mismo, o incluso a él, votando cómo trazar una carretera o el punto exacto donde iniciar una prospección petrolífera? (Aquel hombre tan cuerdo recurría a ejemplos disparatadamente caricaturescos). La democracia parlamentaria basada en el voto universal era, a su juicio, un trastorno. No recuerdo qué contesté. Me he acordado del personaje cuando, hace dos días, los parlamentarios socialistas impidieron la formación de una comisión de investigación sobre la A-92, carretera que nunca termina de hundirse: el Parlamento andaluz, según su principal partido, el PSOE, no es competente para estas cuestiones técnicas.

Si el tiempo fuera reversible, aquel funcionario de otro tiempo citaría ahora mismo, como autoridad y aval de sus teorías, a los parlamentarios socialistas en vez de a Platón. El franquista sabio añadía que la política era una lacra, una farsa, un pretexto para armar bulla en beneficio de los mediocres más ambiciosos.

Ahora leo que una investigación sobre cómo se construyó la A-92 para que se autodemoliera con tanta eficacia sería inútil. Así lo dijo el portavoz socialista: una investigación parlamentaria no solucionaría el problema y sólo sería una utilización política del asunto. ¡Una utilización política! Ya nos lo advirtieron: la política es algo inútil y tramposo, aunque yo pensara que los parlamentarios se dedican precisamente a la política y a controlar públicamente la obra del Gobierno.

¿Tiene competencia técnica el parlamentario y presidente Chaves para investigar por qué se rompe la autovía? ¿La tienen los parlamentarios que son a la vez consejeros del Gobierno andaluz? ¿Existe alguien en el mundo capaz de entender lo que pasa en la carretera catastrófica? No lo sé. Pero admito el vigor de la añosa tradición política española, imperecedera, contra la política y los políticos, asumida incluso por los políticos de profesión. Qué catástrofe.

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