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'Es hora de que Fox, y quien le manda, nos escuche'

Juan Jesús Aznárez

Bajo una lluvia de flores y ante decenas de miles de personas que les jaleaban como a ídolos, el subcomandante Marcos y sus 23 compañeros de la dirección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) entraron ayer desarmados en la plaza del Zócalo, en el corazón de la capital de México. Culminaron así dos semanas de marcha triunfal de la guerrilla zapatista a lo largo de 3.000 kilómetros de tierra mexicana en defensa de una ley de autonomía para 10 millones de indígenas. Poco antes de dirigirse hacia el Zócalo -donde el alquiler de un balcón para presenciar el acto alcanzó las 150.000 pesetas-, Marcos proclamó: "Es hora que Fox, y quien le manda, nos escuche".

El Ejército de Liberación Nacional (EZLN) tomó simbólicamente la plaza más grande e histórica de México emulando el desfile de las milicias rurales del general revolucionario Emiliano Zapata, que entró a caballo en Ciudad de México el 6 de diciembre de 1914 exigiendo la redención del pobre. El Caudillo del Ejército Libertador del Sur avanzó sobre El Zócalo con la artillería a lomos de mulas, y el subcomandante Marcos lo hizo ayer en el remolque descubierto de un camión blanco, pidiendo al presidente, Vicente Fox, ante cerca de 150.000 personas, el reconocimiento constitucional de los 10 millones de indígenas mexicanos.

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"Es hora de que el (sic) Fox, y a quien sirve, escuche y nos escuche. Es hora de que el Fox y quien le manda nos vea", exigió el jefe zapatista en un discurso pronunciado desde una tribuna que presidía esta leyenda: Nunca más un México sin nosotros . El zapatismo llenó el Zócalo aunque sin llegar a reventarlo como hizo el opositor Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, poco después de abandonar el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y liderar un amplio movimiento social por la democracia y contra una hegemonía de siete decenios. No obstante, Marcos entró en la capital victorioso, aclamado por los suyos, atesorando un capital político nada desdeñable.

La ruidosa caravana por la liberación indígena arrancó de Xochimilco, a 15 kilómetros de distancia, y la esperó en el corazón de México una multitud que había acudido a la plaza desde primeras horas de la mañana. "¡Viva el EZLN, Viva Marcos!", gritó. El líder del EZLN, y los 23 comandantes de la guerrilla sublevada en Chiapas el 1 de enero de 1994, concluyeron en la plaza más grande de América Latina una marcha de 15 días por 12 de los Estados más pobres y con mayor número de indígenas. Fox les dio la bienvenida, y declaró no sentirse preocupado por la popularidad de su abanderado. "Me tiene sin cuidado Marcos. Se puede hacer tan popular como quiera. Lo importante es que cumpla su palabra, que nos sentemos a dialogar y que esté dispuesto a un acuerdo de paz".

Al grito de "¡Mueran las fincas! ¡vivan los pueblos!", el legendario Caudillo del Sur, Zapata, confluyó en la capital federal con las tropas de Pancho Villa, el Centauro del Norte, hace 87 años, y los dos jefes clamaron contra el latifundio y la oligarquía. Marcos arremetió de vísperas contra el Gobierno y los principales consorcios familiares de México, y en su recorrido hacia el Zócalo, siempre con la pipa humeando, fue aclamado por los suyos como el nuevo libertador. "¡Todos somos Marcos! ¡No están solos!". El subcomandante pidió en el mitin de clausura "un lugar digno para el color de la tierra (para los indígenas). Es la hora de que este país deje de ser una vengüenza y sólo del color de dinero".

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El Zócalo, con un aforo próximo a las 200.000 personas, apretadas, fue ocupado por los estudiantes más rebeldes de la Universidad Nacional Autónoma (UNAM) y otros centros escolares, por sindicalistas y grupos de la izquierda radical, por homosexuales y lesbianas, y por las decenas de miles de mexicanos que acudieron a la explanada atraídos por la curiosidad o por el convencimiento de que los rebeldes del empobrecido Chiapas defienden una causa justa. La secundaron en la plaza, entre otros, el Nobel de Literatura José Saramago, la ex primera dama francesa Danielle Mitterrand, el dirigente campesino galo José Bové, el escritor español Manuel Vázquez Montalbán, el sociólogo Alain Touraine, el ensayista Yvon Le Bot y los cantantes españoles Joaquín Sabina y Miguel Ríos.

"Estamos presos del pasamontañas. Ojalá pudiéramos luchar por los derechos del hombre sin máscaras, como lo hace Danielle Mitterrand", dijo Marcos, citado por un testigo, a la delegación francesa, de la que también formaban parte el dibujante Georges Wolinnsky y Bernard Castens, presidente del grupo Attaq. En opinión de Vázquez Montalbán, el zapatismo "está demostrando la posibilidad de levantar un movimiento mundial en contra el neoliberalismo, y en un momento en que la izquierda estaba caída".

A paso lento

El trayecto de la caravana guerrillera fue a paso lento y su jefatura correspondió con la mano a quienes reclamaban su atención, coreaban gritos como en un concierto de rock, o la observaban en silencio. No fue la primera vez que el EZLN entraba en el Zócalo, pues el 12 de octubre de 1996, la comandante Ramona presidió allí un multitudinario mitin. El Gobierno del Distrito Federal, sede de la Alcaldía de Ciudad de México, administrado por el opositor Partido de la Revolución Democrática (PRD), centro-izquierda, despachó cerca de 4.000 policías para evitar incidentes. El alcalde, Andrés Manuel López Obrador, no acudió a los actos aunque dijo mantenerse atento a su desarrollo. No pocos analistas anticipan que si Marcos entra en política puede malograr las aspiraciones presidenciales del alcalde en las elecciones del año 2006.

Algunas reacciones informaban sobre la expectación hacia la caravana. "¡Ése es Marcos, míralo...!" "¿Y los que están con él?", preguntaba un niño a su madre. "Esos son los que mandan, esos son comandantes, Marcos es subcomandante". "¿Y por qué habla más él?", inquiría el chaval. "Es que los otros no han tenido escuela, y por eso Marcos es el que habla". El profesor universitario identificado por el Gobierno, en 1995, como Sebastián Guillén, fue el centro de todas las miradas, el objetivo a escrutar. Sin embargo, las dos principales cadenas de televisión ignoraron la marcha hasta los informativos de la noche.

Indígenas de las diferentes etnias participaron en la concentración, y todos coincidían en la necesidad de enmiendas constitucionales que reconozcan su singularidad. Guadalupe Espino Palma, tarahumara del Estado de Chihuahua, admitió haberse unido a los actos "porque oímos ruido de que se iban a reconocer los derechos de los pueblos indios, y ya tenemos mucho tiempo oyendo esto". El escepticismo auguraba una estéril resaca política. "Mañana, cuando se acaba este espectáculo todo seguirá igual".

El <i>subcomandante</i> Marcos empuña un bastón de mando indígena, ayer en el Zócalo de Ciudad de México.
El subcomandante Marcos empuña un bastón de mando indígena, ayer en el Zócalo de Ciudad de México.REUTERS

Balcones a 150.000 pesetas

Una intensa actividad inmobiliaria y comercial precedió la llegada de la caravana al Zócalo. Los balcones de la plaza fueron alquilados a la prensa y a aquellos mexicanos o extranjeros interesados en observar sin apretujones, o carteristas, la comparecencia de los 24 jefes insurgentes. La cotización osciló entre las ocho mil pesetas por metro cuadrado, por un hueco en una ventana, y las más de 150.000 pesetas por un espacio razonable en las azoteas de platea. Una legión de ambulantes y fritangas ocupó todos los accesos y vendió pañuelos zapatistas, pasamontañas, zapatillas, perritos calientes, imágenes del guerrillero Ernesto Che Guevara, asesinado por el Ejército boliviano en 1967, o textos de Marx, Engels o Lenin. 'Yo soy zapatista indirectamente', admitía un tendero, reacio a una definición más precisa. Ningún hotel de las inmediaciones disponía de habitaciones, pues todas habían sido alquiladas días antes por los equipos de televisión, y delegaciones de todo tipo, y restaurantes del área cobraron el doble. Los italianos, franceses, españoles o activistas latinoamericanos que acompañaron la caravana desde La Realidad, cuartel general de la jefatura zapatista en Chiapas, confluyeron ayer en El Zócalo dando vivas al alzamiento. El batallón de monos blancos italianos, llamados así por vestir un buzo de ese color, han sido blanco de críticas. Sus voces y maneras autoritarias en la organización de los cordones de seguridad acabaron hartando, y creando un problema, al propio EZLN. En lugar de incluirlos en la sociedad civil que apoya al subcomandante, diputados de la derecha mexicana y varios periodistas les situaron en la mugrosidad civil. Cuatro días después de arrancar la expedición, conductores de los autobuses que transportaban a los italianos renunciaron, incapaces de soportar el griterío, las voces, el olor a pies y las nubes de marihuana que inundaban los vehículos. Finalmente, fueron relegados a funciones de apoyo subordinadas. Varios miles de estudiantes, y una nutrida representación de simpatizantes extranjeros, acudieron a la concentración después de haber pernoctado en la Ciudad Universitaria, empapelada con pancartas de apoyo al zapatismo, y otros de carácter libertario. Muchos esperaron al EZLN toda la noche en la misma plaza, en sacos de dormir o envueltos en las mismas banderas que desplegaron por la mañana.

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