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Reportaje:

Un Miércoles de Ceniza sangriento

Vitoria rememora la jornada del 3 de marzo al cumplirse el 25º aniversario de un episodio que marcó la transición

El recuerdo de las jornadas del 3 de marzo de 1976 todavía pesa en Vitoria 25 años después. La muerte de cinco trabajadores a consecuencia de una sangrienta carga policial desarrollada a las puertas de la iglesia de San Francisco de Asís, donde se celebraba una multitudinaria asamblea, aceleró las reformas democráticas en el posfranquismo y dejó profundas secuelas en el inconsciente colectivo de la ciudad. Los familiares de los heridos y fallecidos aún reclaman un estatuto de víctimas del terrorismo, mientras algunos protagonistas políticos de la época, como Manuel Fraga o Rodolfo Martín Villa, entonces ministros de la Gobernación y de Relaciones Sindicales, respectivamente, se mantienen en la arena pública.

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La plaza del Tres de Marzo del vitoriano barrio de Zaramaga, que el Ayuntamiento pretendía inaugurar hoy de modo oficial, se encuentra a pocos metros del lugar de los incidentes. Fue un miércoles de ceniza. La iglesia de San Francisco de Asís acogía su decimooctava asamblea, tras más de dos meses de conflictos laborales que habían implicado a una docena de empresas y más de 6.000 trabajadores. Las demandas de los huelguistas eran una subida lineal de 6.000 pesetas, jornada de 42 horas, 28 días de vacaciones y mejoras en las jubilaciones. Los templos de la ciudad se habían convertido en punto de reunión habitual en la lucha contra el sindicalismo vertical y en pro de mejoras laborales que se desarrollaron en ese periodo de la transición que algunos han definido como de franquismo sin Franco.

Una 'bola de nieve'

Dos grandes industrias locales, Forjas Alavesas y Mevosa, fueron las primeras en salir a la huelga el 9 de enero, y a partir de ellas se produjo un efecto bola de nieve que implicó a las demás, dentro de un contexto de gran efervescencia reivindicativa en toda España. La rebelión contra el sindicalismo vertical se fraguó a través de un singular sistema de asambleas llamadas 'comisiones representativas', que denunciaban el intento de congelación salarial que anunció el Gobierno de Arias Navarro y buscaban una mejora de las condiciones de trabajo. Interrelacionadas entre sí a través de una coordinadora, las comisiones de cada fábrica lograron movilizar a una clase obrera alavesa menos politizada por aquellas fechas que la guipuzcoana y vizcaina, en su mayoría de origen inmigrante y que logró concitar apoyos de movimientos sociales y estudiantiles como nunca había ocurrido en la desmovilizada capital alavesa.

'La represión provocó que un movimiento que era de contenido económico pronto se tornara político'. Jesús Fernández Naves, uno de los líderes de los trabajadores recuerda con claridad aquellas fechas. El día 3, a las 5 de la tarde, él no se encontraba en el interior de la iglesia, pero sí miles de personas que vieron cómo una decena de furgones y dos autobuses de la Policía Armada, los grises, rodeaban el templo. Tras infructuosos intentos de desalojo, casi medio centenar de botes de humo invadieron el recinto religioso a través de los ventanales. Después, la confusión. Disparos, un pasillo de golpes para los que desalojaban precipitadamente la iglesia, enfrentamientos y sangre. El dramático balance, un centenar de heridos, 34 de ellos de bala, y dos muertos: Pedro Martínez Ocio, de 27 años, y Francisco Aznar, de 17. Romualdo Barroso fallecería esa misma noche por las heridas sufridas, José Castillo, de 37 años murió cuatro días más tarde, mientras Bienvenido Perea, de 30 años, lo hizo dos meses después.

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'La responsabilidad de aquello era del régimen, aunque Fraga, Martín Villa o Adolfo Suárez son los nombres propios', señala Santiago Díaz de Espada, miembro de la Asociación de Víctimas del 3 de Marzo, que estuvo ese día en el interior de San Francisco. La manifestación que recordará hoy esta fecha tras un acto de homenaje no es suficiente consuelo para los familiares de los fallecidos, que han visto en fechas recientes cómo el Ministerio de Interior rechazaba su demanda ser homologados con las víctimas del terrorismo y recibir la correspondiente indeminización. 'El problema es que ahora están en el poder los herederos de los que mandaban entonces', opina Fernández Naves.

Las consecuencias directas de estos sucesos y de los multitudinarios funerales, a los que asistieron más de cien mil personas, fueron determinantes. Días después de la huelga general del 8 de marzo se alcanzaron las mayores subidas salariales conocidas. Pero, sobre todo, se asestó un golpe mortal al franquismo sin Franco, que inició una lenta transición a la democracia con la memoria fresca del sangriento Miércoles de Ceniza.

La culminación de un proceso asambleario

Jesús Fernández Naves fue el encargado de hablar como portavoz de la coordinadora de comisiones representativas ante la inmensa multitud que se congregó el 5 de marzo en el funeral de los trabajadores fallecidos. Allí quiso subrayar que los cadáveres eran 'nuestros, de todo el pueblo de Vitoria'. Un cuarto de siglo después, con 66 años y ya jubilado, este testigo de primera línea de aquellas jornadas históricas considera que ha pasado tiempo suficiente para 'empezar a realizar un estudio del movimiento obrero de aquel tiempo, no sólo de Vitoria'. Cree que los hechos del 3 de marzo de 1976 fueron la 'culminación de un proceso'. El carácter 'combativo' de aquel movimiento pasaba por estar conformado en buena medida por obreros inmigrantes, situación que se producía en el País Vasco, Asturias, Madrid o Cataluña. 'No estaba dirigido por ningún partido político y se presentaba a sí mismo como de clase', señala. El éxito de este impulso supuso que, más tarde, sus protagonistas fueran cortejados por organizaciones políticas, pero en sus comienzos los trabajadores tuvieron que inventar y desarrollar fórmulas novedosas de actuación, en granmedida asamblearias, frente al ya oxidado sindicalismo vertical. 'El obrero se sentía protagonista y creía en lo que estaba haciendo', indica Naves. Nombres de líderes como Tomás Echave, Iñaki Martín, Francisco Lecuona o Emilio Alonso entre otros muchos, siguieron vinculados al movimiento sindical en organizaciones que en aquella época aún no significaban demasiado o que surgieron como alternativa a las centrales históricas. El tiempo, sin embargo, no ha pasado en balde. Política y sindicalmente, 'hoy estamos en los antípodas de aquello', sentencia Naves.

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