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Bush gana la campaña electoral y llega con una corta ventaja a la cita con las urnas

"Necesito su ayuda", imploró ayer Al Gore en una iglesia afroamericana de Filadelfia, la baptista del Monte Carmelo. A 48 horas de la cita con el destino para el que sus padres le prepararon desde el nacimiento, la elección presidencial, Gore no estaba seguro de ganar frente a un George Bush que él mismo ha descrito como balbuciente e incapacitado para gobernar. El gobernador de Tejas, al que, según algunos sondeos, poco va a perjudicar el descubrimiento de su detención por conducir bebido hace 24 años, le llevaba una ligera delantera en las encuestas.

"Ha llegado la hora del relevo en Washington", dijo Bush. La pregunta que ayer estaba en boca de todos los analistas es cómo es posible que Gore no tenga ganada ya la batalla frente a Bush. "Gore", escribió el veterano R. W. Apple en The New York Times, "debería estar muy por delante, dada la paz y la prosperidad que han dominado su periodo en la vicepresidencia". The Washington Post, que, como el diario neoyorquino, ha pedido editorialmente el apoyo a Gore, también expresaba su estupor por el hecho de que el candidato demócrata "parezca un trapecista con los brazos extendidos en mitad de un salto, que transmite la impresión angustiosa de que puede o no agarrar la barra en el otro lado". Cuatro de los cinco grandes sondeos difundidos ayer concedían al gobernador de Tejas una ventaja de entre dos y cuatro puntos frente al vicepresidente de los últimos ocho años. No es nada definitivo; Gore todavía puede ganar el martes, pero tras una larga y angustiosa noche electoral. Y no puede descartarse el que no alcance la barra y caiga en el vacío de la derrota. Esto supondría el fin del clintonismo en la Casa Blanca y una humillación para el político de Tennessee, al que su padre, el senador Albert Gore, educó para ser presidente de Estados Unidos.

Gore y sus aliados intentaban ayer movilizar a los afroamericanos, los hispanos, los sindicalistas y las mujeres, cuatro colectivos tradicionalmente partidarios de los demócratas. Tenían delante encuestas inquietantes que aseguraban que la base del Partido Demócrata está menos entusiasmada con Gore que la del Partido Republicano con Bush. Entre los electores independientes había mucho indeciso, pero Bush, que el jueves consiguió el apoyo del reformista Ross Perot, mordía en ese terreno con mayor fuerza que los candidatos republicanos de 1992 y 1996. "La diferencia es entre el día y la noche, y Gore es el día", dijo ayer en Albuquerque (Nuevo México) su candidato a la vicepresidencia, Joseph Lieberman.

El gran argumento de Gore es la prosperidad económica de EE UU, con superávit presupuestario, el paro en su nivel más bajo en 30 años y la mitad de sus habitantes disponiendo de acciones o participaciones en fondos de inversión. Gore se presenta como el garante de esa bonanza frente a un Bush que, dice, le amenaza con su propuesta de un recorte de impuestos del que se beneficiarán esencialmente las rentas más altas. Pero Gore seguía enfrentándose ayer a una resistencia popular a concederle un mérito particular en el crecimiento económico. Y, sobre todo, continuaba con un grave problema de imagen: resulta antipático a muchos de sus compatriotas. Sólo logró seducir durante las semanas de finales de agosto y comienzos de septiembre, en las que, tras el célebre beso a Tipper, disfrutó de ventaja en los sondeos.

Exagerado y sabiondo

Pero él mismo resucitó su estereotipo de ambicioso, exagerado y sabiondo en los debates televisados con Bush. La campaña la ha ganado el gobernador de Tejas, aunque eso no le asegure mañana la victoria en las urnas y, sobre todo, en el sistema indirecto de nombramiento del presidente por los 538 compromisarios del Colegio Electoral.Cometiendo numerosos errores, Bush ha ido redondeando una imagen presidencial. Tiene el estigma de trabucarse con las palabras y ofrecer un aspecto simplón, como el de Ronald Reagan, pero les resulta a sus compatriotas más honesto y agradable. Si Gore predicaba ayer la continuidad de la prosperidad, Bush ponía acento en la necesidad de cambio en Washington. "Tenemos una oportunidad de terminar con el viejo estilo de política, el del miedo y el partidismo", dijo en Florida, donde hacía una frenética campaña para compensar la ventaja que le saca su rival y que quizá sea mañana el Estado decisivo.

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Bush lidera una cruzada para terminar con el clintonismo sin Clinton que supondría la victoria de Gore y para vengar la derrota de su padre, el ex presidente Bush, en 1992. Con esos objetivos, se ha desmarcado del extremismo derechista del Partido Republicano en los años noventa. Gore afirma que la nueva moderación republicana es una "máscara, que sigue escondiendo a una fuerza partidaria de los ricos, enemiga del aborto, peligrosa para el porvenir de las pensiones y hostil a las minorías. "Hay que distinguir el bien del mal", dijo el sábado en una iglesia de Tennessee, en presencia del hijo de Martin Luther King. Este comentario despertó ayer un vivo debate, porque los republicanos protestaron por ser caracterizados como un movimiento maligno. "Lo dicho por Gore", declaró Karen Hughes, portavoz de Bush, "va más allá de un discurso político razonable".

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