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El oficio de Nikola de Madariaga

JAVIER A. MUÑOZ

Entre el ruido de la llegada de este 2000 se nos ha ido, silencioso, con su porte caballeresco, el arquitecto Nikola de Madariaga (Bilbao, 1926-Bakio, 2000), que ha dejado una huella muy personal en el mundo de la construcción, al que estuvo siempre muy vinculado en un sentido muy amplio, y en especial en la arquitectura vasca.

Había comenzado Nikola ejerciendo junto a su tío Juan de Madariaga, un hombre fundamental en la arquitectura vizcaína que en su exilio mexicano había mamado de primera mano en las fuentes americanas. A ellos se añadió Lander Gallastegui, que incorpora a su vez la vía inglesa. En la década de los 60 y primeros 70, la actividad arquitectónica de Nikola en colaboración con Lander Gallastegui, y de ambos con Juan de Madariaga, constituye uno de los legados más contundentes de la arquitectura en Vizcaya de todo el siglo XX. Y, desgraciadamente, no ha sido suficientemente valorado, al menos por el gran público. En estos tiempos en los que se habla de arquitectura en las tertulias, en que Bilbao ha entrado con estridencia en los circuitos mundiales de la moda arquitectónica, es preciso difundir también que sólo a unos pocos se debe el que por aquí se fundieran oficio y Movimiento Moderno en la arquitectura, el que nombres del olimpo de la arquitectura se oyeran en aquel Bilbao oscuro de los años 60. No creo que nadie se rasgue las vestiduras si se otorga ese privilegio a Aguinaga (más potente y también con mejores clientes) y al tándem Madariaga-Gallastegui, siempre buscando una cierta simbiosis entre modernidad y casa tradicional, el caserío.

En otras palabras, por si alguien quiere polemizar: el piso ideal ya fue diseñado por Aguinaga; el honor de la mejor casa unifamiliar les corresponde a los otros. En efecto, son dos mundos, dos culturas, dos tipos de cliente y dos concepciones frente por frente, muchas veces en lugares tan concentrados como Getxo. Aparejador y arquitecto, alumno y maestro, digno escuchante y gallardo señor. Fue todo un privilegio ver disfrutar a Nikola de Madariaga enseñando su casa de Bakio, el por qué de la relación "a lo japonés" entre casa y jardín, los juegos de las mamposterías de piedra y los pies derechos metálicos, la simpleza de los interiores y la complejidad de los juegos de carpinterías y armarios, el concepto de "una familia completa viviendo en unos espacios ajustados". O también el por qué del capricho de la sorprendente Torre Amézaga de Getxo, un edificio octogonal de piedra y hormigón visto, para un cliente con las ideas claras: "Hay un momento en que a los hijos hay que tenerlos cerca... pero muy lejos. Para eso se construyó esa casa-vigía el escritor-cliente". Nikola de Madariaga compartió el tiempo del siglo XX. Que ambos descansen en paz.

Javier A. Muñoz es arquitecto.

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