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Crítica:TEATRO - 'BARAJA DEL REY DON PEDRO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cronicón

Fui miembro del jurado que dio a esta obra el Premio Nacional de Literatura Dramática: eso me traba un poco a la hora de considerarla. Encontramos un texto espectacular por sí, y un desarrollo de una crónica española muy peculiar. Quienes la votamos lo hicimos en razón del enunciado: Literatura Dramática. Hay otro para el teatro representado. Es una fina distinción. Pero permite decir, y aún se discute después del estreno, si el texto es teatral, representable: Parece que es lo mismo. Estas disputas entre el oficio y la creación, entre conceptos literarios, pasaba en otros tiempos y con otros escritores: con los textos de Valle Inclán o con los de la generación del 27, y hasta se dijo de García Lorca. Muchos directores hicieron después aquellas obras, y fueron teatro.José Luis Gómez ha montado éste, evidentemente difícil, como el gran director que es, con momentos de gran belleza y un sentido audaz y vivo de la narración épica que contiene. La palabra épica, en preceptiva, describe un genero distinto de dramática y de lírica. Algunos autores, como Valle o Brecht, reunificaron aquellos géneros y no sé si hoy todavía se mantienen los antiguos preceptos. Ya no hay muchas separaciones. O lo supongo, y creo que está bien.

"Baraja del rey Don Pedro"

De Agustín García Calvo. Intérpretes: Lidia Otón, Alberto Jiménez, Ernesto Arias, Javier Vázquez, Gabriel Garbisu, Carles Moreu, Elisabet Gelabert, Josep Albert, Cristina Arranz, Miguel Cubero. Espacio escénico: José Luis Gómez. Música: Juan Manuel Alonso. Vestuario: Baruc Corazón. Iluminación: Josep Solbes. Dirección: J. Luis Gómez. Teatro de la Abadía.

La parte épica consiste en que es la crónica de un fragmento de la historia española: cronicón, se dice (y no es aumentativo, sino concepto por sí mismo) de la breve narración histórica por el orden de los tiempos. Los tiempos son los últimos de Don Pedro: su cerco en el castillo por las mesnadas de su hermanastro Trastámara, con grandes aliados, como el rey de Francia; y por ese rey, su vasallo Bertrán Duguesclin, que en el último momento tendió la trampa a Pedro, le hizo salir del fuerte fingiendo que favorecía su huida y le entregó a Enrique; y aún le atacó en la pelea de hombre a hombre con la frase histórica: "Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor". Ha justificado muchas vilezas.

Trastámara, vencedor de esa manera, pone el pie en el cadáver de su hermano enemigo, convoca a sus hombres y emite su primera proclama de rey: una sombra de Shakespeare. Es un instante dramático de bueno y malo. Don Pedro era tan horrible que hasta los huéspedes de un tiempo tan duro como aquel se dieron cuenta, y le llamaron el cruel. Tengo mis dudas personales de que el bueno que reina por una mala celada y por una traición, y que mata porque otras dos manos prestadas se unen a las suyas en lo que debía ser puro cuerpo a cuerpo, fuera realmente bueno. No las tengo de la maldad intrínseca de Don Pedro: si la tuviera, la escena previa al regicidio, en la que el rey se revuelca con una mujer -la castellana de Montiel- y su hija, considerada como niña, me convencerían: aunque estas dos criaturas, finalmente, sobrepasan su condición de violadas porque el olor del hombre y su propio sexo violento y vivo, sus deseos y su carne, las convence y las atrae.

Desde el punto de vista teatral y de la dirección, es una escena enormemente fuerte, con los tres personajes desnudos y actuando. Es indudable, también, que es un momento de teatro, de literatura dramática.

La lírica

La lírica estaría, entonces, en el texto. Y no sólo en los recitados -salmodiados- entre escenas, sino en los parlamentos. García Calvo es un poeta, pero no tierno. Con tanto Shakespeare como tiene detrás -es uno de sus mejores traductores: recuerdo los sonetos-, y como aparece en esta obra, no es dulce como él. Su amor contado o mostrado es de sudor y carne. El gran filólogo tiene un saber profundo del castalleno clásico, y es lógico que en la obra no lo emplee como realmente lo dirían sus protagonistas, sino como una creación que lo parezca, lo propio del teatro.

Muchas veces hay perplejidad en el público, para lo cual es necesario que la haya antes en los actores. Y la hay. No puedo aceptar que otros que no fueran de escuela de teatro, como lo son éstos, lo pudieran hacer mejor en ese aspecto. Aun con las explicaciones que hayan podido darles el maestro de Zamora o el estudioso -con provecho- José Luis Gómez, y la ayuda fonética de Vicente Fuentes.

Lo que prefiero en todo este conjunto es el espacio escénico de Gómez, su estética teatral, su forma de ligar el drama en su espacio. No diré que algunas cosas no molesten, como los paseos en redondo para fingir la llegada o la ampliación del ruido de los pasos. Al público todo le inspiró un gran respeto. La Abadía está acreditada como uno de los teatros donde se debe ir, y nunca es inútil. Esta obra mantiene la breve tradición.

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