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El odio de lo nuestro

Vicente Molina Foix

Menos que antes, pero aún quedan: los españoles que desconfían de lo español. Aviso sin embargo que esto no quiere ser una columna patriótica, de las que está sobrado el edificio de nuestra complaciente identidad. Yo y ustedes hemos aborrecido unas cuantas esencias españolas, y ahora mismo nos pondríamos de acuerdo en que España no sólo no va tan bien, sino que tiene males heredados -infundidos por el dogma, la pereza mental y el orgullo torero- que a menudo afloran entre los cambios y las mejoras. Hablo aquí de otro tipo de autodisciplinantes. De aquéllos que hasta hace poco alardeaban de no ver en los cines cine español, de no leer novelas españolas y sí cualquier inglesa o francesa. Hoy es distinto, y en el campo cinematográfico una serie de factores, la diversificación en la oferta, la mayor solvencia industrial, el afianzamiento de un público joven sin "los fantasmas del rechazo", ha hecho que ya no resulte un desprestigio dejarse ver saliendo de una película española.

Pero me temo que ese nuevo talante apreciativo no tiene efectos retroactivos y la historia de nuestro cine sigue sepultada bajo el polvo del descuido desdeñoso, los recelos ideológicos o el puro y llano desconocimiento.

Estoy oyendo con placer estos días el disco -primero en una serie de Clásicos del cine español coeditada por DECCA y la SGAE- que incluye cuatro partituras cinematográficas del maestro Juan Quintero, preparadas y dirigidas (con la Orquesta Sinfónica de Radio Bratislava) por ese excelente compositor que es José Nieto. ¿Quintero? No se trata de un tercer hermano musical de los sainetistas, pero sí del que fuera famoso autor de revistas azarzueladas y canciones populares en la posguerra; por la radio sonaba mucho. Resulta que el maestro Quintero puso la música de más de 100 películas y las cuatro recogidas en este reciente CD pertenecen a la producción más pintona de finales de los cuarenta: tres Orduñas históricos (está la estupenda música de Locura de amor) y Mare Nostrum, de Rafael Gil, una bonita partitura que sigue el lenguaje internacional y moderno del cine americano de la época.

El gusto y la nostalgia me han hecho sacar de la leja de los cedés una joya que apareció hace más de un año y no ha tenido, creo, por su edición limitada de 3.000 ejemplares, la difusión que merece: Melodías populares del cine español de los años 40 (Blue Moon Producciones Discográficas). Esta bien presentada caja con dos discos y un libro recoge nombres y títulos un día célebres que sólo las personas mayores, francamente mayores, recordarán con agrado; pero estoy seguro de que los más jóvenes -de cualquier edad- se podrían colgar fácilmente de las vocalistas Rina Celi y Katia Morlands, de la Orquesta Bizarros, de la voz inesperada del actor Luis Prendes cantando el foxtrot Triunfar, gozar (con una letra que la censura prohibió en los cines pero no por la radio). Estamos en la España negra y azul de los primeros años cuarenta, pero pierdan el miedo: no todo eran marchas militares ni salves. En esos dos discos hay deliciosos fox lentos, alguna rumba pícara, dos o tres desternillantes canciones cómicas (como El cochero tirolés del gran maestro Durán Alemany).

Si la música de un cine pobre y sofocado por la dictadura supo crear unas melodías tan vivas, ¿qué pasó entonces con las propias películas de Luis Lucia y Miguel Iglesias, de Iquino, Delgrás y otros directores remotos que ni siquiera las filmotecas suelen programar o tal vez ni conserven? ¿Era tan polvorienta la producción bajo la bota franquista? ¿Fue Neville un genio aislado hasta la irrupción milagrosa de Bardem y Berlanga? ¿Cuándo podrá decirse sin que la gente te mire como a un loco que Juan de Orduña, antes de su Nobleza baturra y su Último cuplé, hizo Deliciosamente tontos y Ella, él y sus millones, magistrales comedias a la altura de lo mejor del Hollywood clásico?

Demasiadas preguntas, me parece, para los pocos esfuerzos que se han hecho (el programa español de Garci, algún homenaje o ciclo, ediciones videográficas no muy adecuadamente lanzadas). Los historiadores tienen por delante, siguiendo los trabajos ya realizados por Gubern, Pérez Perucha o Sánchez Vidal, una tarea de reconocimiento que puede ser sorprendente. Mientras tanto, empecemos nosotros a perder la vergüenza en casa oyendo a los buenos maestros ligeros de un tiempo tan cargado de malas vibraciones.

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