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La meticulosa planificación de la Operación Herradura

Después de permanecer un rato bajo un cuadro de Rembrandt en el palacio presidencial de Belgrado, el general yugoslavo Momcilo Perisic se llevó discretamente a un lado a los dos generales supremos de la OTAN, Wesley K. Clark, de Estados Unidos, y Klaus Naumann, de Alemania. Se metió en un despacho, dijo a los hombres de seguridad que se fueran y subió el volumen del televisor para anular cualquier posible dispositivo de escucha. Tenía algo urgente que decir. Era el 25 de octubre de 1998. Clark y Naumann fueron a Belgrado a negociar los términos de la presencia de tropas yugoslavas en Kosovo. Pero el presidente Slobodan Milosevic y su alto mando militar -encabe-zado por Perisic- se habían mostrado bruscos y con una actitud casi despreocupada de desafío a Occidente.

Perisic parecía serio, preocupado: "Dijo que el Ejército era la última institución democrática en el país y que sería un desastre que sus fuerzas acabaran destruidas en un conflicto con la OTAN", recuerda Neumann. "Daba la impresión de que por razones patrióticas quería salvar al Ejército a toda costa".

Pero sólo unas semanas más tarde, Perisic fue apartado de su cargo por Milosevic en una depuración de oficiales independientes. Y poco después, los nuevos jefes militares de Milosevic y su policía de seguridad empezaron a elaborar sigilosamente las bases para un plan secreto, la Operación Herradura, destinado a erradicar la amenaza rebelde y, como se vería después, alterar por completo el paisaje étnico de Kosovo, incluso a costa de una guerra con la OTAN.

En retrospectiva, numerosos analistas occidentales consideran que la salida forzosa de Perisic, hace cuatro meses y medio, fue un momento decisivo en el camino hacia la guerra y una primera pista -que pasó inadvertida- sobre las intenciones de Milosevic. Naumann cree que aquella noche de octubre Perisic intentaba enviar una señal sobre la operación prevista por Yugoslavia en Kosovo. Si eso es cierto, no fue la última señal de ese tipo, ni tampoco la última que la OTAN no supo interpretar.

Desde que empezaron los bombardeos de la OTAN el pasado 24 de marzo, más de 40.000 soldados del Ejército yugoslavo, unidades especiales de la policía y paramilitares de uniforme han realizado una de las campañas militares más ambiciosas y despiadadas de Europa en el último medio siglo. Ignorando prácticamente el ataque de la OTAN sobre su país, empezaron a aplastar a los rebeldes y civiles cuyo deseo de autogobierno para Kosovo amenaza la integridad de Yugoslavia y su república dominante, Serbia.

Con el apoyo de 300 tanques y 150 piezas de artillería, las fuerzas yugoslavas se han desplegado en Kosovo y se han apoderado de los siete baluartes del secesionista Ejército de Liberación de Kosovo (ELK). Han atacado más de 250 ciudades y pueblos y han incendiado 50 hasta destruirlos. Han ejecutado a decenas de civiles -quizá muchos más- y se cree que han detenido a varios millares de hombres cuyo destino se ignora. Y han provocado, prácticamente de la noche a la mañana, la mayor crisis de refugiados en Europa desde la II Guerra Mundial, con una evacuación forzosa de aldeas y ciudades que ha enviado a más de 500.000 albanokosovares al exilio y ha elevado el número de desplazados el año pasado a 900.000, la mitad de la población.

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La reconstrucción de los hechos ocurridos en los últimos meses sugiere que la ofensiva yugoslava -que incluye ejecuciones indiscriminadas y el éxodo forzoso- es consecuencia de un plan coherente elaborado por Milosevic y sus generales y preparado durante muchas semanas por funcionarios yugoslavos. Mediante el uso del terror, el aplastante predominio de sus fuerzas y una acertada interpretación del enemigo, tanto interno como externo, las autoridades del país han realizado lo que un alto cargo militar de la OTAN denomina una "campaña militar planeada, premeditada y meticulosamente ejecutada".

Lo que figura a continuación es una descripción de esas operaciones, basada en decenas de entrevistas y en documentos que incluyen informes de los servicios de inteligencia. Las informaciones proceden de funcionarios de EEUU y de la OTAN, tanto militares como políticos, miembros de organizaciones humanitarias y de derechos humanos, y refugiados en Albania, Macedonia y Montenegro.

Preludio a una guerra

Algunos de los primeros signos fueron sutiles, demasiado pequeños, uno por uno, para que nadie se molestara en sumarlos. En enero y febrero, por ejemplo, un periódico de la capital de Kosovo, Pristina, informó que los funcionarios yugoslavos estaban reuniendo documentos y expedientes fundamentales de varios pueblos en el centro y el oeste de Kosovo. Para protegerlos, según el Gobierno. Más o menos en esos mismos días empezaron a sacar de museos y bibliotecas valiosos iconos religiosos, cuadros y manuscritos históricos, y los pusieron en camiones con destino a Belgrado. En febrero, varios políticos kosovares que sufrieron breves detenciones en las ciudades de Prizren y Decani se quedaron asombrados cuando les dijeron: "Pronto os veréis obligados a marcharos."

Sin embargo, había otros presagios más consistentes de que los serbios se preparaban para una lucha encarnizada, de dimensiones mucho mayores que los combates que mantenían desde hacía un año contra el ELK. Éste, que propugna la independencia de Kosovo, asegura representar a la población de etnia albanesa (en su mayoría musulmana), que antes de la ofensiva constituía el 90% de los 1,8 millones de habitantes.

Según algunas fuentes, la campaña actual se inició en realidad durante la pasada Nochebuena, cuando varias unidades yugoslavas atacaron posiciones del Ejército rebelde cerca de la ciudad de Podujevo, al norte de Kosovo. El ataque no obtuvo grandes resultados militares, pero fue un triunfo político puesto que generó muy pocas protestas de Occidente y demostró que el Ejército podía desafiar a los 1.400 inspectores internacionales presentes allí para supervisar el cumplimiento del alto el fuego negociado en octubre.

Durante todo el mes de enero, los inspectores occidentales contemplaron el despliegue de 14.000 soldados del Ejército yugoslavo en Kosovo y la infiltración de nuevas unidades de infantería procedentes del resto de Serbia. Belgrado empezó a trasladar un gran contigente de soldados y vehículos acorazados hacia el sur, desde las ciudades de Nis, Kraljevo, Kragujevac y Leskovac hacia la frontera con Kosovo. Este Ejército a la espera llegó a ser de 15.000 soldados.

Los analistas de los servicios de información de la OTAN consideraron esta concentración como un preludio a otra gran campaña militar contra los rebeldes, similar a la que habían presenciado el verano anterior. La posibilidad de que Milosevic y sus jefes militares estuvieran planeando un ataque para limpiar la provincia de albaneses no era más que una "opción" con la que contaba el Gobierno, y les parecía poco probable.

Además de las unidades del Ejército regular y la policía especial, Belgrado infiltró a luchadores con gran experiencia a la hora de aterrorizar a comunidades étnicas. Según fuentes occidentales, varias unidades paramilitares controladas por Zeljko Raznatovic, más conocido como Arkan, acusado de haber cometido crímenes de guerra durante el conflicto de Bosnia, se establecieron en un lugar al noroeste de la ciudad de Kosovska Mitrovica y en la ciudad meridional de Velika Hoca. También se desplegaron en Kosovo unidades leales a Franko Frenki Simatovic, otro serbio involucrado en una brutal campaña de limpieza étnica durante la guerra en Bosnia.

La concentración militar se aceleró durante las negociaciones de paz de Rambouillet, en Francia. El 10 de marzo, el Ejército yugoslavo trasladó más tropas y parte de sus acorazados más potentes, tanques M-84, a la provincia y, según los cálculos de la OTAN, ocultó en depósitos repartidos por la región suficiente combustible como para mantener a los vehículos durante un mes de operaciones.

A medida que las fuerzas yugoslavas iban en aumento y el proceso de paz se derrumbaba, el diplomático estadounidense William Walker, jefe del equipo internacional de vigilancia, decidió retirar a los inspectores de Kosovo, a pesar de que la OTAN no estaba lista todavía para iniciar las operaciones militares y que muchos opinaban que los observadores eran lo único que seguía frenando al Ejército yugoslavo.

Los serbios se alegraron de que se fueran los inspectores, y facilitaron su salida hacia Macedonia e incluso aplaudieron cuando el último de sus vehículos naranjas cruzó la frontera, a primeras horas del 20 de marzo. "Ese día fue cuando se desencadenó la tragedia", asegura un miembro del servicio de inteligencia de la OTAN. "Los serbios estaban preparados, como un resorte, para saltar en cuanto el último observador abandonara Kosovo".

Las primeras ciudades en las que se atacó a civiles fueron las del importante pasillo de abastecimiento cercano a Podujevo y en Drenica central, donde habían estado actuando los paramilitares. En Srbica, las fuerzas especiales se dedicaron a recorrer la ciudad, golpeando las puertas con las culatas de los rifles y sacando a la gente a la calle. A primeras horas de la tarde reunieron a ocho hombres y los ejecutaron en un barranco a las afueras de la ciudad, según los residentes locales; golpearon o se llevaron a muchos otros. No obstante, esto no era más que un presagio de lo que se avecinaba.

Milosevic se había preparado con sumo cuidado para una guerra total. Por primera vez había reunido a decenas de miles de soldados del Ejército y miembros de la policía en Kosovo y había creado una máquina militar muy organizada que combinaba la fuerza material de los tanques y los vehículos acorazados con una red aterradora de policías especiales, cubiertos con máscaras de esquiadores, y civiles paramilitares.

Las relaciones de Milosevic con el Ejército profesional yugoslavo eran incómodas desde hacía mucho. En gran medida, había prescindido de él en sus campañas simultáneas para suprimir a los rebeldes de Kosovo y mantener un poder político indiscutible en Belgrado. Sus apoyos fundamentales eran las tropas uniformadas del Ministerio serbio del Interior -llamadas MUP-, los escuadrones antiterroristas y una red informal de violentos grupos civiles de nacionalistas serbios. Las fuerzas del Ministerio del Interior comprendían a los boinas rojas dirigidos por Simatovic, que recorría Kosovo en unidades de 15 a 25 vehículos acorazados, y a los tigres de Arkan.

Durante 1998, en Kosovo hubo aproximadamente 10.000 soldados de Interior que luchaban contra los rebeldes, acosaban a los civiles en los baluartes rurales de los rebeldes y, en ocasiones, los mataban en auténticas carnicerías. El ejército regular -cuya presencia en Kosovo alcanzó unas cifras similares- solía permanecer al margen, acuartelado en barracones o vigilando las fronteras con Macedonia y Albania. "Durante la campaña de verano, el Ejército yugoslavo conservó las manos bastante limpias", asegura un alto mando militar de la OTAN. Pero a medida que se acercaba la confrontación con la Alianza, Milosevic decidió atribuir a los militares un nuevo papel.

A finales de noviembre se deshizo del independiente Perisic, que había advertido a Milosevic en público que no debía "declarar la guerra al mundo entero". En la reorganización posterior, el líder yugoslavo nombró a uno de sus fieles, el general Dragoljub Ojdanic, jefe de Estado Mayor. En Kosovo encargó el mando de la principal fuerza del Ejército regular yugoslavo, el Tercer Ejército, al general Nebojsa Pvkovic, emparentado con el Presidente por matrimonio. Hasta ese momento, Pavkovic había dirigido el Cuerpo de Pristina, la principal unidad del Tercer Ejército con presencia permanente en Kosovo.

Mientras los diplomáticos negociaban en Rambouillet, Pavkovic hizo comentarios tempestuosos en los que denunciaba a los "creadores del nuevo orden mundial", amenazaba con la guerra y prometía que en el caso de que la OTAN bombardeara atacaría con toda rapidez y energía al ELK para que Yugoslavia pudiera prescindir de sus enemigos internos y prepararse para el ataque exterior.

Pavkovic empezó a integrar las brigadas del Tercer Ejército con las unidades de Interior y de la policía especial en las principales ciudades de Kosovo. Al mismo tiempo ordenó al Ejército, por primera vez, operaciones conjuntas con las fuerzas de Interior. El nuevo papel del Ejército en Kosovo "estaba tan claro como la luz del día", explica un alto funcionario de inteligencia de la OTAN. "En lugar de atacar los bastiones del ELK, el Ejército empezó a participar en agresiones sistemáticas contra civiles y pueblos enteros, disfrazadas de ejercicios de invierno".

La matanza en la aldea kosovar de Racak, el 15 de enero, fue el anuncio de hasta qué punto la cooperación entre Ejército y policía y la participación de los grupos paramilitares iban a dar forma a la inminente campaña. Varias unidades militares rodearon la aldea y la bombardearon. La policía, los grupos antiterroristas y los paramilitares entraron y reunieron a los residentes. Asesinaron a unos 45 civiles desarmados, según testigos presenciales.

Milosevic siguió reforzando al Ejército y a las fuerzas policiales en Kosovo mientras se aproximaba el plazo dado por la OTAN para iniciar los bombardeos. Fuerzas especiales del Ejército, con sus uniformes blancos característicos, llegaron a Srbica, Djakovica, Pristina, Suva Reka, Pec y otras ciudades de la región.

Según fuentes estadounidenses, Pavkovic envió a la 15ª Brigada Acorazada del Tercer Ejército al aeródromo de Pristina con un grupo de combate que se iba a encargar de asegurar las comunicaciones entre la capital y Pec, la segunda ciudad de Kosovo. Los soldados empezaron a distribuirse por los pueblos de la región y a entrar en contacto con las unidades de la policía de Interior y de inteligencia. Otras unidades del Tercer Ejército se agruparon en la frontera nordeste de Kosovo. En vísperas de la guerra, el personal y el equipamiento militar que Milosevic había destinado a Kosovo -casi 27.000 soldados dentro de la provincia y 15.000 en la frontera, además de los tanques y la artillería pesada- eran síntomas de una acción mucho mayor que una rutinaria limpieza de primavera de unidades del ejército rebelde.

"No se necesitan tanques para combatir una rebelión", explica un funcionario occidental. "Los tenían para atacar pueblos".

Sin embargo, a pesar de la matanza selectiva en las filas de desplazados que salían de Kosovo, las fuerzas yugoslavas no impedían esta huida masiva. Al contrario, pronto empezaron a acelerarla.

La limpieza de las ciudades

La expulsión masiva, sistemática y mecanizada de decenas de miles de civiles, a los que se hizo salir de pueblos y ciudades de Kosovo por tren, a pie o en autobús, involucró a todas las fuerzas que participaban en la ofensiva, y agrupó las diversas acciones desarrolladas en la provincia en los primeros días del ataque. El éxodo masivo empezó el fin de semana del 27 y el 28 de marzo, cuatro días después de que la OTAN comenzara los bombardeos. Las expulsiones urbanas -una campaña meticulosa y organizada, realizada conjuntamente por el ejército, la policía y las unidades paramilitares- consistieron en unas evacuaciones forzosas de dimensiones industriales, sin precedentes en Europa desde el final de la II Guerra Mundial.

Muchas preguntas acerca de cómo y por qué ordenó Milosevic las expulsiones permanecen sin respuesta, aunque los indicios disponibles hablan de una planificación minuciosa y por adelantado. "Las ciudades representan un giro importante", -afirma Ron, de Human Rights Watch. "Tengo la impresión de que a medida que se acercaba el fin de semana decidieron vaciarlas. Cuando los historiadores examinen los archivos serbios dentro de 20 o 30 años, se encontrarán con los memorandos que circularon por Belgrado los días 26 y 27".

Ese fin de semana, en Prizren, las fuerzas yugoslavas fueron casa por casa diciendo a las familias que debían dirigirse a la frontera a pie. En Pec se sacó a barrios enteros a la calle y se les llevó a la plaza central del pueblo, donde les aguardaban camiones y autobuses.

En el caso de Pristina, la capital, de 200.000 habitantes, los preparativos se habían realizado días antes. Lo primero que hicieron las unidades del Ejército fue desplegarse hacia el sur y el oeste para cerrar la ciudad. Los paramilitares y las tropas del Ministerio del Interior establecieron controles y estacionaron vehículos acorazados en las grandes intersecciones. Se destrozaron los vehículos pertenecientes a organizaciones humanitarias extranjeras con barras de madera. Estas tácticas consiguieron aterrorizar a la población civil: la mayoría de las tiendas cerraron y la gente se quedó en casa. Entre los profesionales de clase media de la ciudad, que habían permanecido aislados de casi todos los efectos de un año de luchas, el asombro dio paso al horror.

Las redadas de civiles empezaron en los barrios de las afueras y siguieron en el centro, según han contado posteriormente los refugiados. "Podías ver a tu vecino serbio que entraba en las tiendas y cogía las cosas", recuerda un residente. El Ejército, la policía y civiles enloquecidos gritaban y disparaban sus pistolas al aire. Luego vinieron con sus armas y nos dijeron que teníamos que irnos a Turquía". El Ejército entró en las casas abandonadas, el hospital de la ciudad y las escuelas, al parecer con el fin de eludir los ataques de la OTAN.

A partir del 29 de marzo, la policía empezó a sacar a los residentes de Pristina de sus casas y a llevarlos a la estación de tren. Al cabo de dos días, las expulsiones se desarrollaban a tal ritmo que una columna de habitantes que recorrían las calles a pie se prolongaba por espacio de cinco kilómetros, desde un mercado de hortalizas situado en el centro hasta los límites de la ciudad. La policía vigilaba el recorrido mientras emitía burlas y abucheos.

Como en el caso de las zonas rurales, el terror formaba parte del programa: los refugiados hablan de ejecuciones aisladas en las calles de Pristina mientras se agrupaba a los residentes en el centro de la ciudad.

En la estación de ferrocarril, metían a la gente tan apiñada en los vagones que varios ancianos no sobrevivieron el trayecto de 60 kilómetros hasta la frontera con Macedonia. Por el camino pasaron junto a una sucesión de hogares incendiados. Al terminar la semana habían hecho el viaje miles de personas.

Un viejo modelo

Hace unos días, Milosevic declaró a través de los medios de comunicacion estatales que la ofensiva había terminado y que "la paz había prevalecido en Kosovo". Era una afirmación falsa. Las luchas continúan en ciertas áreas y algunos analistas creen que muchos rebeldes se han retirado a Albania con el fin de aguardar a un momento mejor para combatir. Los malos tratos a la población civil continúan. Lo más preocupante son el paradero y las condiciones de cientos de miles de albanokosovares desplazados en el interior de la región y que quedaron atrapados cuando se cerraron las fronteras. No obstante, en varios aspectos importantes Belgrado puede presumir de victoria. Para empezar, la velocidad de la operación ha permitido que las fuerzas yugoslavas se protegieran cuando el tiempo empezó a mejorar y los pilotos de la OTAN tuvieron más libertad de acción sobre el sur de los Balcanes. En ese momento, las tropas que unos días antes se encontraban alrededor de pueblos y ciudades, se dispersaron, con lo que constituían objetivos mucho más difíciles de alcanzar desde el aire.

Las fuerzas yugoslavas volvieron a actuar en las fronteras de Kosovo la semana pasada, cuando sembraron de minas y piezas de artillería los mismos límites por los que habían expulsado a miles de personas en los días anteriores.

Como consecuencia de la meticulosidad serbia en la erradicación de las poblaciones étnicas, la gran mayoría de los refugiados tienen ahora muy pocas cosas por las que regresar a Kosovo. Sus casas han desaparecido. Los robos y saqueos sistemáticos en las rutas de evacuación se ha llevado lo que, para muchos, eran los ahorros de toda una vida.

Y las fuerzas serbias fueron muy minuciosas a la hora de confiscar o destruir cualquier vínculo documental entre los refugiados y sus lugares de origen, incluyendo certificados de nacimiento, títulos de propiedad y documentos de identidad. Algunos refugiados han declarado que se les obligó a firmar la renuncia a su "derecho" a volver, como precio por salir de la provincia.

El embajador de Estados Unidos en Macedonia, Christopher Hill, encargado del problema de Kosovo desde el verano pasado y tal vez el norteamericano que más estrechamente ha trabajado con Milosevic durante ese periodo, ha comparado las actuaciones del dirigente yugoslavo con los programas de ingeniería social del antiguo líder de Camboya, Pol Pot.

Un funcionario de la OTAN, al intentar hallar una explicación para las acciones de Belgrado, ha propuesto otra comparación. Cuando Serbia arrebató por primera vez Kosovo al Imperio Otomano en 1912, sus fuerzas militares mataron a miles de personas de etnia albanesa en una operación de incendio de aldeas muy semejante a la actual, y que reflejó un cronista ruso llamado León Trotsky, que escribía para un periódico de Ucrania.

Trotsky escribió que, aunque algunos criminales profesionales se habían incorporado al Ejército serbio con la intención de cometer saqueos y pillajes, "los serbios de la Vieja Serbia, en un esfuerzo nacional para corregir los datos de las estadísticas etnográficas, que no les son muy favorables, se limitan al exterminio sistemático de la población musulmana".

"Es el mismo modelo que se ha seguido en tres ocasiones" en Kosovo, según el funcionario de la OTAN. Serbia es una república predominantemente conservadora, obsesionada con el pasado. A juicio de este funcionario, es posible que la dirección del país, al reflexionar sobre la ofensiva, llegue a esta conclusión: "Con esto hemos conseguido 20 o 30 años de paz y podemos seguir dominando a los albaneses".

Los autores de este informe son periodistas de The Washington Post. Han colaborado también los corresponsales Daniel Williams y Peter Finn, desde Albania, y los redactores Dana Priest y Vernon Loeb, en Washington.

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