_
_
_
_
_

Un hombre mata a cuchilladas a su esposa tras volver ésta de un centro de acogida en Madrid

Jan Martínez Ahrens

La última víctima mortal de la violencia doméstica en España se llamaba Lila Nasseri, tenía 37 años, una hija de cuatro meses y un marido -Mohammad Fazami, de 55- que la había tendido una trampa mortal. Después de traerla de Irán, la había convertido, según la policía y los vecinos, en el blanco de un odio que calmaba entre gritos y tragos de whisky en la trastienda de la frutería que poseían en Madrid. Era un terror callado y continuo que ya en julio pasado, tras una paliza, había empujado a la mujer a buscar refugio en una casa de acogida. Pero Lila, con una niña recién nacida entre los brazos, sin trabajo y sin hablar apenas castellano, decidió darle una nueva oportunidad a su marido y regresar a la frutería. Allí murió este jueves acuchillada tras una disputa conyugal. Poco después, Mohammad se entregó y confesó ser el autor del crimen.

Más información
Casi 15.000 denuncias

La pareja vivía desde febrero de 1997 en una planta baja situada en la calle de Ponzano, 78, en el madrileño distrito de Chamberí. El local, de unos 40 metros cuadrados, había sido dividido por Mohammad en un espacio comercial que servía de frutería y en una trastienda donde vivía con su mujer y su hija pequeña. En ese pequeño espacio, dominado por la cama de matrimonio, fue cometido, según las primeras versiones policiales, el crimen. Ocurrió a primera hora de la mañana del jueves. Aunque el detonante exacto seguía ayer en la oscuridad, fuentes policiales no dudaron en considerarlo un nuevo caso de violencia doméstica que arrancó como una disputa conyugal por celos y acabó cuando el hombre, con un cuchillo de cocina, apuñaló a su mujer en el cuello, la axila izquierda y la espalda.

Tras el crimen, Mohammad cogió al bebé y, aún con la ropa ensangrentada, salió a la calle. Eran las 10.15. María, la dueña de la peluquería que linda con la vivienda, les vio salir y cerrar la puerta: "Iba muy tranquilo, llevaba a su hija en el cochecito, parecía que iba a darse una vuelta". La reconstrucción policial refiere que Mohammad, sin separarse de su pequeña, empezó a dar vueltas sin rumbo por Madrid. Los pasos perdidos del supuesto criminal tocaron a su fin con la noche. A las 22.30, Mohammad entró en la comisaría de Chamberí y entre sollozos confesó a la policía que había matado a su mujer. Llevaba a su bebé en brazos.

Un coche patrulla se dirigió entonces a la frutería. En su interior, los agentes descubrieron el cadáver de Lila. Yacía sobre la cama de matrimonio. A su lado, encontraron el cuchillo de cocina y el paño con el que Mohammad supuestamente había limpiado el filo.

El hombre, entretanto, fue llevado a la Brigada Provincial de Policía Judicial para que prestase declaración, extremo al que se negó. La niña, sucia y hambrienta, según los agentes que la atendieron, fue trasladada a un centro de tutela de menores de la Comunidad de Madrid.

En la puerta de la frutería se arremolinaban ayer los vecinos. Decían conocer bien la corta y trágica historia de la pareja. Mohammad, que carecía de antecedentes policiales, había llegado a España a principios de la década tras un largo periplo por diferentes países del mundo. Ingeniero industrial, de maneras afables y muy mañoso, fue él mismo quien, según su casero, alquiló el local e hizo la obra de albañilería. Eso ocurrió en febrero de 1997. Seis meses después, en agosto, viajó a Irán, donde se casó con Lila. Juntos regresaron y, siempre según las primeras versiones, se pusieron a trabajar en la frutería.

El negocio marchaba viento en popa hasta que la noche del 27 de julio pasado, poco después de dar a luz, los gritos de la mujer restallaron en la calle de Ponzano. Mohammad, recuerdan los vecinos, estaba dando rienda suelta a su odio contra Lila. La golpeaba, la insultaba o machacaba su cabeza contra un coche. Una vecina consiguió parar la paliza y llevó a Lila al hospital Clínico. Al recibir el alta, la mujer se refugió con su hija en un centro de acogida de mujeres maltratadas de una ONG. A nadie explicó su paradero. Tampoco presentó denuncia.

Paradero desconocido

La policía, entretanto, recibió del hospital un parte médico que certificaba que la mujer había sufrido un traumatismo craneoencefálico causado por una agresión doméstica. Pero cuando los agentes fueron a buscarla a su casa, Lila ya se había marchado. Para la policía, la mujer pasó a engrosar el apartado de personas en paradero desconocido. Dos meses después, sin embargo, la mujer regresó al hogar. Los vecinos atribuyen este retorno a la propia situación de desamparo de Lila: no hablaba apenas español, carecía de trabajo propio, vivía en tierra extranjera y tenía que mantener una niña de cuatro meses. Pero su vuelta a la frutería no enderezó la pendiente de su vida conyugal.

Tras la paliza, las mujeres del barrio dejaron de ir a la tienda y Mohammad, como recuerdan los vecinos y los camareros de los bares cercanos, alimentó su creciente rencor con tragos de whisky cada vez más largos. Las discusiones entre la pareja arreciaron. "Él gritaba mucho, como era en persa no sabíamos lo que decía, pero se notaba que la cosa iba mal", contaba María. Este miércoles, nuevamente, la pareja despertó con una discusión. Pero ese día, la frutería de la calle de Ponzano no abrió.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_