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La pasión estival y cantonesa de Pedro Morago

Originalísimo estuvo el vallisoletano haciendo gala de cortesía castellana, al dar la bienvenida con su propia voz al público, antes de comenzar un desfile que discurrió casi en silencio, una paz buscada por el modista (y torturada convenientemente minuto tras minuto con el sonar de los teléfonos móviles) para mostrar su madurez y un concepto del vestir donde toda la procesión va por dentro.Hombres y mujeres aparecieron calzados con unas potentes bambas Esknido, de caucho inyectado y lona, para mostrar una primera serie de azules congelados del marino al gris, y donde ya se veía con claridad por dónde apuntaba la idea de bloque. La segunda serie, en negro y blanco, mostró en lanas frías y mezclas de viscosa unas preciosas chaquetas mandarín y unos trajes largos de dos piezas, donde las amplias faldas no restaban severidad imperial al trabajo.

Para el hombre las series se dividieron, entre otros aspectos, en el traje de lino blanco, que justifica la rotundidad de las perchas, mientras otros conjuntos de alpaca gris de cuatro botones, con pantalón muy estrecho, manifestaban el rigor de lo bien cortado; a este mismo criterio hay que sumar las levitas largas y los tornasolados con chalecos de seda clásicos en vivos colores por debajo.

Al final irrumpió la música, para llegar a un embrujo orientalista en delicados bordados grises sobre gasas cortadas al bies y colocadas en su diagonal natural, donde las mujeres iban cubiertas por echarpes al estilo religioso de Madrás. La joyería de Paris Montiel, espléndida, y la hebilla de los cinturones, de colección; Morago quedó tan original como su dosier de prensa.

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