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El sofá cama

Juan José Millás

El adúltero entró con la adúltera en el apartamento y vio un sofá cama abierto en la mitad del salón. -Bueno, ¿qué te parece el sitio? -preguntó la adúltera con expresión radiante- Es nuestro hasta las diez de la noche. Podemos usar el mueble bar y comer de la fruta que hay en la nevera. Ahora mismo, si quieres, preparo una ensalada.

-¿Pero dónde está el dormitorio? -preguntó con desasosiego el adúltero.

-¿Qué dormitorio? Éste es el dormitorio. ¿No ves la cama?

-Entonces no es un apartamento, es un estudio. -¿Y qué más da?

-Que me habías dicho que era un apartamento.

-¿Se puede saber qué te pasa?

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-No es por el sitio, sino por el sofá cama.

El adúltero, después de que ella insistiera, confesó que tenía miedo a esos muebles porque su primera mujer había sido devorada por uno de ellos.

-Estaba durmiendo la siesta cuando se cerró de golpe, como una boca. Luego se volvió a abrir, pero ella había desaparecido. Más tarde leí en un National Geographic que los sofá camas necesitan cada cierto tiempo tragarse un cuerpo. O dos, si son de matrimonio. Comprenderás que no me voy a meter ahí contigo. La adúltera observó a su amante con una expresión entre divertida y perpleja. -Pues digo yo -apuntó al fin- que podrías regalarle un sofá cama, a tu segunda mujer, a ver si se la traga también. Ya que no eres capaz de divorciarte, podrías al menos hacerla desaparecer.

-Ya sabía que no te lo ibas a creer, por eso no quería contártelo. Vivíamos en Cuatro Caminos.

-¿Y qué tiene que ver eso?

-Pues que esto es Bravo Murillo, ¿no? Vamos, que sucedió ahí al lado. No pensarás que con un recuerdo así voy a lograr concentrarme.

La adúltera se dirigió a la pequeña cocina americana, situada en un extremo del salón, abrió la nevera, tomó una naranja y se puso a pelarla con expresión sombría. El adúltero comprendió que la mujer se estaba cargando de algo malo, pero no sabía cómo evitarlo. Para no permanecer quieto, se dirigió a la ventana, corrió un poco el visillo y observó el tráfico con arrepentimiento. Había dejado el coche en un parking muy cutre, situado dos calles más abajo, y deseó estar dentro de él, solo, de camino a casa.

-Bueno, ¿qué? -preguntó la adúltera metiéndose un gajo en la boca, con la tormenta a punto de estallar en su cabeza. Podían verse ya pequeños rayos saltando de un mechón a otro de su pelo.

-Si quieres, nos acostamos en el suelo -concedió el adúltero.

-Acabáramos -dijo la adúltera-, tú lo que quieres es hacer guarrerías.

Pues las guarrerías, las haces con tu mujer, o con tu madre. -Sabes perfectamente que a mí me gustan las cosas normales -se defendió él.

-Entonces lo que buscas es un motivo para romper y creo que lo has conseguido.

Dicho esto, la adúltera le arrojó a la cara la mitad de la naranja sin comer, tomó el bolso y salió airada del apartamento. El adúltero se limpió la frente con la mano y permaneció indeciso durante unos instantes. Quería dar tiempo a que se alejara, pero no tanto como para que se arrepintiera y volviera a subir. Se sentó en la única silla de la estancia, y mientras tomaba una decisión contempló asustado los objetos del estudio, que parecían esperar un descuido para lanzarse sobre él. Esto no puede seguir así, se dijo. Entonces, tras desnudarse lentamente, se introdujo en el sofá cama, cerró los ojos, y aguardó con miedo y ansiedad a la vez el momento de ser devorado por el mueble. Luego, mientras desaparecía por un conducto gástrico hecho de sábanas, oyó abrirse la puerta del apartamento, y pudo oír el grito espantado de la adúltera, llamándole desde algún sitio que había sido de los dos, pero no fue capaz de regresaJUAN JOSÉ MILLÁS

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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