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LA CUMBRE DE DENVER

La exclusión de Yeltsin en una reunión revela la ambiguedad de su papel

"¡Borís, Borís!", gritaban los vecinos de Denver cuando le veían en persona o le imaginaban dentro de su limusina. Y es que Borís Yeltsin seguía siendo ayer el protagonista más popular de la Cumbre de los Ocho. Incluso sus ausencias eran noticia. Como estaba previsto, el líder ruso fue excluido de la reunión en la que los otros siete jefes de Estado y de Gobierno hablaron de asuntos financieros. Pero esa exclusión, la única en los tres día de cumbre, duró una hora.

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Los diarios estadounidenses subrayaban ayer el contraste entre la cordialidad demostrada por Clinton en su relación con Yeltsin -le transmite gestos fisicos de cariño, le elogia en público, le anima a incorporarse a las discusiones- y la frialdad y la tensión entre el presidente norteamericano y los líderes europeos que caracterizó el arranque de la reunión de Denver.Mientras que Clinton le tiene aprecio personal al ruso y le está agradecido por no haber obstaculizado la expansión de la OTAN al este de Europa, con Jacques Chirac, Helmut Kohl y Romano Prodi tiene roces sobre temas que van desde la exclusión de Rumania y Eslovenia de la ampliación de la Alianza hasta la arrogancia con la que EE UU exhibe sus éxitos económicos. Lo cierto es que la incapacidad para seguir con el proceso de paz en Bosnia sin la presencia de tropas norteamericanas y las dudas sobre el porvenir del euro están debilitando la posición europea en Denver.

Clinton usa en la capital de Colorado elogios tan cálidos para Yeltsin como decir que su política ha abierto "un momento de esperanza para el mundo" y que se caracteriza por su "visión y perseverancia". "Me siento feliz de que esta cumbre suponga la adquisición por Rusia de un papel líder en este tipo de instituciones mundiales", dijo en los primeros momentos de la reunión. Para subrayarlo, Yeltsin fue invitado a dirigir las discusiones de la cena del viernes, la primera reunión colectiva de los presentes en Denver.

Un problema de denominación simboliza el nuevo papel de Rusia en esta reaparición en la escena intemacional de Yeltsin: el de una potencia política y militar a la que no le sigue, ni de lejos, la intendencia económica. Para evitar discutir sobre si el G-7 se ha convertido o no a todos los efectos en el G-8, los norteamericanos denominan oficialmente a la reunión de Denver como "la Cumbre de los Ocho". Salvo en la reunión sobre asuntos financieros de ayer, Yeltsin ha estado presente en todos los encuentros. Y la bandera rusa figura en plano de igualdad con las de los otros siete países.

"El hecho de que es la primera vez en la historia de estas cumbres anuales en que un líder de Rusia elegido democráticamente esté presente entre nosotros desde el primer momento demuestra lo lejos que estamos ya de los días de la guerra fría", dijo ayer Clinton desde Denver en su semanal discurso por radio a la nación. Situada en el corazón de EE UU, Denver se jactaba en aquellos días de la guerra fría de que los misiles rusos no podían alcanzarla.

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Clinton aprovechó ese discurso para combatir cualquier tentación de proteccionismo y reafirmar que la mundialización de la economía es un "hecho irreversible". El presidente estadounidense está explotando la presencia en Denver de los líderes de los grandes países industrializados para esgrimir ante su opinión pública el mayor éxito de su presidencia: una economía con un fuerte nivel de crecimiento y que, por primera vez en cinco lustros, presenta al mismo tiempo bajos niveles de inflación y desempleo. Una economía que, como él dice, ha triunfado "en la transición desde la era industrial a la de la informática" y que ya está proyectada "en el siglo XXI".

Los datos son asombrosos: el desempleo en EE UU es del 4,8%, frente al 11% de Alemania y el 12% de Francia e Italia. El déficit presupuestario norteamericano puede situarse a final de este ejercicio en poco más del 1% del PIB, cuando el de Japón está en casi el 7% y los grandes país ' es de la Unión Europea, incluida Alemania, tienen enormes dificultades en alcanzar el objetivo del 3% de Maastricht.

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