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Tribuna
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El 'lager'

La editorial Anaya & Mario Muchnik ha publicado un libro de conversaciones con Primo Levi. El lector, tras bucear en las palabras del escritor judío Primo Levi (Turín, 1919-1987), imagina que resta un hálito de esperanza, y que los acontecimientos sufridos por Levi no se volverán a repetir. Ahí está su legado, la memoria histórica, la narración de una maldad sin aristas.Primo Levi es autor, entre otros, de un libro capital que resume el dolor y la brutalidad. Si esto es un hombre narra la estancia del escritor en el lager, el campo de exterminio nazi. Le encierran en Auschwitz con 24 años, es liberado con 25. Describe el campo de exterminio como una máquina perfecta de aniquilación, donde cohabitan dos categorías: los hundidos y los salvados. Los hundidos son incapaces de aferrarse a la vida; al poco de su entrada en el lager les conducen a la cámara de gas. Los salvados son los que, aun privados de humanidad y esperanza, sobreviven durante unos meses. Los jefes del lager habían inventado un sistema infalible de aniquilación. Los útiles eran enviados a trabajar; los inútiles, a la tumba (en muchas ocasiones las selecciones eran arbitrarias). Los niños, por ejemplo, abrazaban dos destinos. El primero y mayoritario era la cámara de gas; el segundo, el centro de experimentos del lager. El hambre y el frío son temas recurrentes en un libro que remueve las tripas y recuerda al hombre su infinita capacidad para el mal. Era necesario colocarse al final de la cola o comprar ese sitio, en el fondo del perol de caldo descansaban los trozos de alimento. Era necesario orinar sin perder de vista la escudilla, sería robada y nunca restituida; dormir alerta, despertarse con premura al escuchar el grito del soldado alemán. El castigo a cualquier falta, la más insignificante, pasaba por la muerte. Por eso recibir una paliza pertenecía a la normalidad y se contemplaba como un alivio. Escribe Primo Levi: "Si pudiese encerrar todo el mal de nuestro tiempo en una imagen, escogería esta imagen, que me resulta familiar: un hombre demacrado, con la cabeza inclinada y las espaldas encorvadas, en cuya cara y en cuyos ojos no se puede leer ni una sola huella de pensamiento". Su testimonio, su libro, duele, y no es éste un dolor factible de ser racionalizado o comprendido. La única posibilidad es estudiarlo, conocerlo y prevenir su resurgimiento, que se avecina en la oxidada Europa.

No hay reflexión que justifique el holocausto de seis millones de judíos en los lager. No hay inteligencia capaz de comprender la locura de un país que avala el nazismo, que tiene referencias sobre los campos de exterminio y que aparta la mirada y se recluye en el no saber. En unos casos el miedo al terror impuesto por Hitler les obligaba a ignorar los hechos; en otros, la complicidad y la creencia demoniaca en los postulados del nazismo. Fue fácil buscar el chivo expiatorio. Alemania estaba desangrada tras la primera gran guerra, su orgullo nacional mutilado y su economía devastada. El culpable era el judío, al que se debía privar de casa, familia, dinero y, por supuesto, de dignidad. El nazismo materializó el infierno en la tierra y engulló el Viejo Continente; lo llenó de miseria, traiciones, una llaga que continúa supurando.

Ahora se tiende a obviar el mal, a afirmar que es, cosa de un puñado de locos, faltos de dirección, organización y recursos, incapaces de captar a las bolsas de pobreza que exigen un clavo ardiendo, por aferrarse a algo. Una población que, como en los años treinta, puede recurrir a la opción más violenta. La última tendencia es cerrar' las viejas heridas y relegarlas al olvido; pretender que la historia, cuando es- atroz, obedece a causas aislables mediante el consenso. Eso ocurrió con Hifler, se pactó con él. Luego asesinó a los pacifistas. La herida del antisemitismo sigue abierta. Esa herida crece en Occidente;, a ella se suma un racismo activo que mata a las gentes de color, a los musulmanes, a cualquiera que provenga del Tercer Mundo. En el cielo del odio caben los homosexuales, los vagabundos, el que discrepe o sea diferente.

Bastardos como los skins, los terroristas, las bandas de ultraderecha, Le Pen, no parecen estar solos. Comienzan a tener el apoyo de ciertos individuos e instituciones, a gobernar ayuntamientos, a convertir las calles en un lager que se extiende y amenaza con fagocitar Europa.

¿Quién los va a detener?

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