Extravagancia
En su habitual columna Visto / oído aparecida en EL PAÍS el lunes 16, Eduardo Haro Tecglen me atribuye un comentario que jamás he formulado, ni comprendo a quién se le puede haber ocurrido semejante extravagancia. Según Haro Tecglen, yo no quiero de ninguna manera ingresar en la Real Academia Española hasta que no lo haya hecho Rafael Sánchez Ferlosio. No tengo por qué explicar aquí los motivos que, con todo respeto y detalle, vengo exponiendo ya hace años, oralmente y por escrito, cuando se me ha cursado tal invitación (motivos relacionados, sobre todo, con lo avariciosa que me he vuelto de mi independencia y de mi tiempo). Manuel Seco, Rafael Lapesa, Carlos Bousoño, Víctor García de la Concha, Francisco Adrados, Miguel Delibes, Francisco Rico, Pedro Laín o Emilio de Lorenzo son testigos de que, cuando han insistido cariñosamente tratando de vencer mi rechazo, entre las razones invocadas por mí para declinar su ofrecimiento jamás ha salido a relucir el nombre de Sánchez Ferlosio, escritor al que admiro y releo, pero con el que nunca he necesitado medirme.En su comentario, Haro Tecglen insinúa su aprobación a ese imaginario requisito, y sugiere una dependencia más matrimonial que literaria, como si el hecho de haber convivido con otro escritor estableciera una competencia que irremediablemente hiciera sentirse segundón a uno de ellos. Pues no. Ni entonces ni ahora hemos fomentado ninguno de los dos semejante interpretación. Si algún día llaman a Sánchez Ferlosio a la Academia y acepta, es asunto suyo. Pero eso -siento defraudar a Eduardo Haro- no va a influir de ninguna manera en mi decisión.-
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