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El primer ministro jordano rechaza dimitir y afirma que la 'revuelta del pan' está ya controlada

El primer ministro jordano, Abdul Karim al Kabariti, rechazó ayer las demandas de la oposición y de una gran parte de la población para que dimita por haber duplícado el precio del pan. Kabariti aseguró que "está muy contento con la actuación de su Gobierno" y que la revuelta del pan está ya bajo control. Pero no es ésa la impresión que ofrece Karak, la ciudad donde comenzaron los disturbios. Cada 50 metros, una patrulla; en cada esquina, un carro de combate, y sobre casi todas las terrazas, un centinela. Tres días después del estallido de la rebelión popular, en las estrechas calles de esta ciudad jordana del sur hay calma, pero nadie sabe cuánto puede durar.

ENVIADO ESPECIALTambién hay descontento frente a la formidable militarización ordenada por el rey Hussein en su declarado empeño por erradicar a toda costa las protestas que estallaron el viernes. Ayer, en la llamada calle de la mezquita, no lejos de un monumento ecuestre al legendario héroe Saladino, un empleado del Banco de Jordania que dijo llamarse Náser, resumió así los tres días de violencia en Karak, Maan y Tafilé: "La protesta del pueblo es justa. Hay hambre y Kabariti no se da cuenta. El rey tampoco quiere ver la realidad".Náser se reunió con algunos colegas aprovechando el breve levantamiento del toque de queda para ir a inspeccionar la agencia bancaria, una de las primeras instalaciones públicas atacadas por los manifestantes. Había poco que ver. Las bombas incendiarias acabaron con todo. Justo al frente del Banco de Jordania, las oficinas del Arab Bank ofrecían idéntico aspecto. "No queda nada. Nos costará más de dos millones y medio de pesetas reparar todo esto", comentó un empleado que contemplaba absorto los cables de un cajero automático arrancado con violencia. En total, seis sucursales bancarias fueron destruidas durante los motines. Nadie sabe con exactitud cuántos coches fueron incendiados. A la entrada del edificio del Ministerio de Educación, cuadrillas de trabajadores limpiaban la calle de cristales rotos y restos carbonizados de escritorios y maquinaria de oficina.

No había ni siquiera un atisbo de rabia contra los manifestantes en los rostros de los hombres y mujeres que comenzaron a hacer inventario de los tres días de violencia callejera. "La culpa la tiene el Gobierno, no los que destruyeron todo esto", dijo un estudiante que admitió haber participado "en más de un encuentro" con las fuerzas de seguridad jordanas. "La política de Kabariti golpea sin contemplaciones el bolsillo de los pobres. El Gobierno protege a los ricos. Los ricos no van a sentir el impacto del alza del precio del pan.Yo, que me gano la vida como puedo y tengo que ayudar a mi madre y mis tres hermanos, no puedo quedarme de brazos cruzados ante esta injusticia", agregó el joven.

A pocos pasos de la municipalidad, detrás de una esquina fuertemente custodiada por soldados jordanos enfundados en flamantes uniformes de camuflaje del Ejército norte ' americano, Ahmed al Garada, el fornido propietario del restaurante Shalalaat servía té a tres oficiales. "El gobernador me ha ordenado que abra a pesar del toque de queda", susurró. Al Garada debe darle la impresión de que Karak ha vuelto a la plena normalidad, pero a él le parece una broma de mal gusto. "La gente está cansada de vivir en la pobreza. Ése es el problema", dijo.

"Agentes iraquíes"

Kabariti se sumó ayer a las acusaciones hechas por el rey la noche del domingo contra "agentes iraquíes infiltrados", a los que responsabilizó directamente de los peores disturbios registrados en el reino hachemita desde la rebelión de 1989 que culminó con la destitución del primer ministro Zarif Zeid y abrió las puertas a las reformas democráticas.El Gobierno de Irak, que otrora hallaba firme apoyo en el de Ammán y que todavía cuenta con amplia simpatía entre los jordanos, no se ha tomado siquiera la molestia de refutar las acusaciones del rey Hussein de que la rebelión que amenaza la estabilidad de uno de los principales aliados de Occidente en Oriente Próximo es parte de un compló urdido en Bagdad. "No es necesario" decía anoche un funcionario iraquí. "Todo el mundo sabe que esas acusaciones no son ciertas".

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La supuesta complicidad del régimen de Bagdad, a cuyo derrocamiento, el rey se ha brindado a contribuir desde hace más de un año, es una cuestión que nadie toma en serio. "Saddam Husein no ha duplicado el precio del pan", decía ayer con sorna un joven dentista que se aventuró al mercado más cercano a comprar algunas latas de leche en polvo, harina y algunos tomates en las dos horas en que se levantó el toque de queda.

El Gobierno no ha dado cifras de detenidos, pero varios residentes de esta ciudad aseguran que pasan de 300. Circulan rumores de que muchos de ellos han sido maltratados y a juzgar por los grandes bastones de pino que esgrimen policías y soldados, no es imposible imaginarse que haya órdenes de apalear al que se ponga en medio. El propio rey Hussein ha exigido "mano de hierro" contra la protesta.

En las calles, sin embargo, la presencia del Ejército no inspira miedo, pese a la profusión de carros de combate, las bayonetas caladas y los innumerables controles militares.

[La policía dispersó anoche una manifestación contra la carestía de la vida en Marj Haman, localidad situada a unos 10 kilómetros al sur de Ammán. La policía practicó tres detenciones pero no se produjeron incidentes violentos, informa France Presse.

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