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Reportaje:

Turquía mira hacia La Meca

La llegada al poder de los islamistas en Ankara, una revolución tranquila en el Estado laico fundado por Atatürk

Juan Carlos Sanz

ENVIADO ESPECIAL"En Ankara, Estambul o Esmirna basta con cambiar de barrio para pasar de Kabul a Copenhague, de Teherán a Düsseldorf". Así ilustra un diplomático español en la capital turca la complejidad de un país que vive a caballo entre dos continentes. Puerta de Oriente o último eslabón de Occidente, según se mire, Turquía sigue siendo el único país islámico que goza de un sistema democrático y forma parte de la OTAN. Hace una semana, la culminación de la carrera hacia el poder del Partido del Bienestar (Refah) hizo saltar las alarmas en las cancillerías europeas. Por primera vez en los 73 años de existencia del Estado laico fundado por Mustafá Kemal Atatürk entre las cenizas del Imperio Otomano, un islamista ocupa el despacho del primer ministro en Ankara.

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Pero Necmettin Erbakan, de 69 años, tendrá que esperar a mañana para poder pisar terreno firme. Su Gobierno de coalición con -el conservador Partido de la Recta Vía (DYP) de la ex primera ministra Tansu Çiller -la misma que proclamaba a comienzo de año que los islamistas tendrían que pasar sobre -su cadáver antes de llegar al poder-, se someterá entonces al voto de confianza del Meclis (Parlamento). A pesar de la fuga de diputados y la sospecha de compra de lealtades, Erbakan confía en poder sumar una ajustada mayoría de escaños a su favor

¿Qué ha pasado en Turquía para que un partido antisistema y con poco más de un quinto de los votos en las elecciones del pasado 24 de diciembre se haga con las riendas del Ejecutivo? Por un lado, la sociedad turca ha recobrado paulatinamente su identidad islámica; por otro, 61 complejo militar y económico que mueve los hilos del poder real en Ankara desde la sombra ha acabado por dar luz verde al Refah para poner fin a medio año de bloqueo politico.

Éxodo hacia las ciudades

En los últimos 20 años Turquía ha registrado un éxodo masivo de población desde el interior de Anatolia hacia las grandes ciudades. Así, Estambul se ha transformado en una megalópolis de 12 millones de habitantes. Los recién llegados, arrojados a la periferia de las ciudades y a la base de la pirámide social, constituyen el caldo de cultivo del auge del islamismo turco.Por lo demás, la autocombustión de los partidos de centro-izquierda tras el golpe militar de 1980, con una representación marginal en el actual Parlamento, ha dado paso a una feroz pugna entre los dos nuevos líderes de la vieja derecha. Los poderes en la sombra que concertaron y bendijeron el matrimonio político por interés de Çiller con Mesut Yilmaz, jefe de filas del Partido de la Madre Patria (ANAP), ignoraron la desmedida ambición de los contrayentes. Cuando su socio en el Gobierno se disponía a votar la tercera apertura de una comisión de investigación por corrupción contra ella, Çiller hizo saltar por los aires la coalición.

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Y en esto llegaron los islamistas, el partido más votado en los comicios generales. La presidenta de la Asociación de Mujeres de Estambul, Necla Arat, se ha apresurado a denunciar el acuerdo de Çiller con Erbakan como "una traición a todas las turcas" y por "incumplir su promesa de frenar a los islamistas".

En cualquier otro país democrático, la convocatoria de elecciones anticipadas sería la fórmula más adecuada para romper el bloqueo de la vida política. En Turquía no. Ser diputado en el Meclis cuesta mucho dinero: gastos de campaña, regalos..., de manera que los parlamentarios tratan de rentabilizar al máximo la legislatura y vetan la disolución de la Cámara. No es extraño que la prensa turca ponga cifras de hasta dos millones de dólares tras el nombre del diputado que salta de un partido a otro, como un futbolista cambia de equipo.

El Ejército, un poder autónomo en Ankara y omnímodo en el sureste del país, donde rige el estado de excepción contra la insurrección kurda desde 1984,no parece temer ya una infiltración islámica en el aparato del Estado, una penetración que es palpable en el Ministerio de Educación -que da vía libre a las escuelas coránicas, favorece la educación religiosa en los centros públicos- y, en menor medida, en el de Interior.

Esperar y observar. Este ha sido el lema tradicional de la diplomacia occidental en Ankara. "El poder atempera y, además, los islamistas van a contar con un margen de maniobra muy estrecho", recuerda un diplomático europeo en Ankara, que destaca el abismo que separa a la dinámica sociedad turca con la agonizante Argelia en la que emergió el Frente Islámico de Salvación.

Durante esta primera, y puede que última, semana de Gobierno de Erbakan, el líder islamista ha hecho gala de una gran moderación al presentar ante el Parlamento un programa calcado, del anterior acuerdo de Çiller con Yilmaz. Erbakan se ha desdicho también de las vitriólicas invectivas que lanzó en la campaña electoral contra el tratado de unión aduanera con la Unión Europea o la presencia norteamericana en una base aérea del sureste de Turquía para proteger a los kurdos del norte de Irak contra Sadam Husein.

En Ankara, según predicen los observadores europeos, se avecina una diplomacia con dos caras. Mientras Çiller se seguirá ocupando desde la cartera de Exteriores del flanco occidental, Erbakan aspira a abrir un nuevo frente de relaciones con Oriente Próximo -Irán y Siria han saludado su llegada al poder- y las ex repúblicas soviéticas de lengua túrquica. Mientras tanto, Rusia -por el apoyo prestado por el Refah a los rebeldes chechenos- y sobre todo Armenia y Grecia, enemistadas históricamente con Turquía, se inquietan por la evolución política en el vecino país islámico.

Pero todos estos augurios bizantinos sobre política exterior sólo ocultan tras un velo los principales problemas de Turquía: la batalla que libra Ankara contra la guerrilla separatista del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que se cobra centenares de vidas y supone una sangría de millones de dólares de las arcas públicas cada año; la fragilidad de los derechos humanos -2.000 reclusos llevan dos semanas en huelga de hambre para protestar contra el hacinamiento y los malos tratos-, y la crisis económica, con una inflación (82,9% en los últimos 12 meses) que duplica cada año los precios.

Sacudida por la violencia, el malestar económico y el desgobierno, Turquía asistirá mañana a la previsible investidura de su primer jefe de Gobierno islamista. Todo parece apuntar a que el mercurial Erbakan, abstemio de poder desde hace más de veinte años, acabará disolviéndose en el pragmatismo político como el agua en un vaso de raki (licor anisado), la bebida tradicional turca.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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