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MATANZA EN MADRID

"Todo se hizo fuego y añicos", dice uno de los testigos heridos

Vallecas vio ayer el rostro de la muerte. El barrio obrero madrileño recibió el zarpazo terrorista en una zona popular muy transitada. La explosión de un coche bomba despedazó a seis personas en la calle de Peña Prieta al paso de la furgoneta militar en que viajaban e hirió gravemente a otras cinco. La desolación se adueñó del barrio. Decenas de gitanos perdieron sus hogares tras la deflagración. Una veintena más de edificios sufrió daños demoledores. A primera hora de la noche, sin embargo, algunos vecinos se aprestaban ya a repararlos."Conducía mi Polo y me desvié por un ramal para salir a Vallecas desde la autovía [M-30]", cuenta Luis Ortiz González, de 42 años, inspector de seguros. "Había frenado a la espera de que girara el coche que me precedía. Entonces... hasta entonces nunca había oído algo semejante" cuenta con la mirada levemente ensimismada. La pechera de su camisa azul muestra salpicaduras muy recientes de sangre. "En un instante, todo fueron añicos. Después, todo se hizo fuego. Y humo. Comenzaron a llover cristales y pedazos de metal. Salí del coche velozmente. Sobre la calzada vi un brazo ensangrentado arrancado de cuajo. Me encontraba a unos metros del lugar de la explosión", dice con tristeza, mientras con un gesto de dolor se lleva la mano a la sien derecha, donde un vendaje cubre un corte profundo causado por el impacto de un cristal proyectado a gran velocidad sobre su cabeza.

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Justo enfrente del lugar donde Luis Ortiz intentaba escapar de aquel infierno, varias familias gitanas, cargadas de niños, almorzaban en ese momento en sus domicilios de Peña Prieta, 18. Jesús Lobato, de 32 años, aún conserva en la mirada el rastro de lo vivido. "Comía con mi mujer y mi niña Jessica, de siete años. De pronto, pegó un zambombazo seco, muy tremendo. Primero creí que era nuestra bombona de butano, pero cuando fui a echar mano de la puerta, estaba descolocá. No se podía abrir. Las ventanas habían saltado por los aires. Me agobié un poco y a todo meter saqué a mi esposa y a la niña por la ventana. Vivimos en un primero alto y era algo peligroso. Entre los nuestros hay varios heridos", dice Jesús. "Ana María Campos, de 52 años, Manuel Vargas, de 12, que se lo han llevado al hospital porque un cristal le ha cortado la garganta y Basilia Vargas, su hermana, que además está preñada", agrega.

Al grupo de gitanos se incopora en ese momento Jesús Jiménez: "Aquí está Basilia, mi mujer". Ella tiene 20 años y se encuentra embarazada de seis meses. Parece aún más joven. "Ya me han atendido; estoy bien", asegura de palabra. Sus ojos dicen lo contrario. Con una mueca de dolor se lleva las manos al vientre. Su marido está muy preocupado. "Lo hemos perdido todo. Los muebles, los oros...". "¡Y el género!", le grita una mujer de su familia de pelo ensortijado, dedicada a vender ropa interior. "Somos doce familias, vivimos ahí desde hace dos años y ahora todo ha quedado destruido. Esto es una ruina muy grande. No tenemos adónde ir, con este frío ...", se lamenta, mientras pasa su mano sobre el pelo oscuro de un niño con los ojos dete nidos en una expresión de incertidumbre.

Uno de los vehículos afecta dos es un autobús escolar, cuyo conductor, Juan Sánchez Mora les acababa de dejar minutos antes a 35 niños en el colegio Divina Pastora, de las monjas franciscanas, a unos 200 metros cuesta arriba y, detrás del lugar de la explosión. "Menos mal que el retrovisor de un gran transporte me impido pasar y me encontré en rojo el semáforo de salida a la calle de Peña Prieta. Si no, me hubiera dado de lleno".

En el patio del colegio, 700 niños y niñas entraban en las aulas. María Eugenia Romero, profeso ra de Lenguaje, resultó herida. La directora, Carmen León, comenta con una sonrisa: "Pese a todo ha sido un milagro. A las cinco de la tarde, dos autobuses escolares cruzan Peña Prieta".

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