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Reportaje:

Paraíso radioactivo

La base militar de Mururoa es un santuario nuclear aislado del mundo

Enric González

El agua de la laguna es transparente y reluce al sol en verdes y azules extremadamente puros. Un par de hombres nadan junto a la playa. Un poco más allá se deslizan varias velas de surfistas. Aún más allá, a unos ocho kilómetros de la zona residencial, está listo y cargado ya el pozo en el que, en fecha indeterminada, estallará un nuevo artefacto atómico francés. La base militar de Mururoa es un santuario nuclear aislado del mundo por 14 barcos de guerra y miles de millas de océano. Es un extraño paraíso con las entrañas emponzonadas de radiactividad, un volcán muerto que de romperse, provocará una catástrofe oceánica de consecuencias imprevisibles."Las pruebas son absolutamente seguras. Estoy de acuerdo en que no lo eran las pruebas atmosféricas, [las realizadas hasta 1974, colgando una bomba atómica de un globo elevado por encima del atolón] y en que tampoco era buena idea la de realizar explosiones en las paredes del volcán, porque tenían consecuencias geológicas. Cada explosión hundía el atolón varios centímetros hacia el fondo del mar. Pero ahora, con pozos de entre 600 y 1.200 metros excavados desde el centro, de la laguna hasta el corazón basáltico del volcán, no hay ningún problema". La explicación es del coronel Luigi Marano, responsable del Estado Mayor para el mantenimiento de las instalaciones de Mururoa. La audiencia es un grupo de siete periodistas detenidos por penetrar, el sábado, en aguas del islote prohibido.

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Marano tiene a su espalda el gigantesco bloque de hormigón en el que había que ocultarse durante las pruebas atmosféricas. "Ahora ya no es necesario parapetarse, pero seguimos utilizándolo porque todos los instrumentos están ahí", afirma. Los pozos miden entre 1,5 y 2,5 metros de diámetro. Son los mas grandes excavados nunca por el ser humano. Para hacerlos se utilizan gigantescas cabezas horadadoras que se deslizan por tubos dé acero."Los pozos son perfectos. Quiero decir", señala el coronel legionario Jean Marie Gallandt, jefe de seguridad, "que el diámetro entre la boca y, el extremo inferior no varía en más de dos centímetros". La perfección es esencial para que no se repitan desastres como el de 1979, cuando un artefacto quedó encallado a 400 metros de la superficie y, al estallar, arrojó radiactividad y una brutal onda expansiva al exterior. Cientos de toneladas de pescado muerto, un maremoto, fisuras en la superficie del atolón y, sobre todo, un número nunca determinado de afectados por la radiactividad fueron las consecuencias de aquel accidente.

Esperar 2.500 siglos

Una vez hecho el pozo, se deposita en el fondo la bomba, en vuelta en sensores conectados por cables a los remolques blancos. Se rellena el pozo de nuevo con la grava basáltica extraída durante la perforación, y se coloca un tapón de al menos 100 metros de hormigón. Cuando se produce el estallido, las señales eléctricas corren hacia la superficie por los cables, perseguidas a milésimas de segundo por una devastadora fuerza de calor. La radiactividad queda almacenada en el fondo, "en una cavidad de menos de un centenar de metros cúbicos", según el coronel Marano, "y allí permanece para siempre". Para siempre significa que los elementos radiactivos mantienen la misma peligrosidad del primer día durante, al menos 250.000 años, 2.500 siglos."Quizá algún día se haga realidad la sugerencia del primer ministro, Alain Juppé, y se instale aquí un club de vacaciones. ¿Por qué no? El agua está limpia, el clima es bueno y hay cientos de especies de peces en la laguna. Pero está claro que deberá permanecer aquí una guarnición militar para vigilar que no se filtre al exterior eso", admite Marano, señalando con el dedo hacia el suelo.

Un millar de soldados y medio millar de trabajadores tahitianos aprovechan las quietísimas aguas de la laguna central del atolón, En la playa hay varias cafeterías y un club náutico gratuito. Es una estampa polinésica en la que algo no encaja: están el mar, la playa y el cocotero, pero sólo hay hombres malencarados y silenciosos deambulando por el paisaje idílico. "No es mal sitio para pasar una temporada", opina Andrew, un sargento irlandés que eligió ese nombre cuando hace ocho años se enroló en la Legión Extranjera. "Veo por la tele que hay alboroto en el mundo por las explosiones. ¡Pero si no pasa nada! El día del primer ensayo [5 de septiembre] yo estaba bañándome con otros en la laguna", relata el dublinés, "y ordenaron por los altavoces que saliéramos del agua porque iban a hacer la cosa. Apretaron el botón, la tierra tembló durante un minuto o minuto y medio, el agua se cubrió de espuma blanca y ya está. Al cuarto de hora nos bañábamos otra vez y los peces estaban vivos".

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