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Un jurista liberal en la Academia

Eduardo García de Enterría habla de un lenguaje nuevo, el de la ley, los derechos y las libertades

La lengua de los derechos. La formación del Derecho Público Europeo tras la Revolución Francesa es el título del discurso con el que el jurista Eduardo García de Enterría ocupó el sillón U de la Real Academia Española el pasado lunes. García de Enterría, el jurista español más internacional -doctor honoris causa por la Sorbona y por Colonia, ha sido juez del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, y sus libros sobre Derecho Público están traducidos y se utilizan como texto en toda Europa-, ha escrito un discurso de 240, páginas en la edición de la Academia, que será publicado por Alianza Editorial, y del que leyó 45 minutos en la solemne ceremonia, presidida por el Rey. La respuesta y la bienvenida al nuevo académico corrieron a cargo del académico Ángel Martín Municio.

"En este momento", dice Eduardo García de Enterría, "soy el único jurista en la Academia y sustituyo a otro, García Valdecasas, pero continuamos una tradición larga de Juristas del Derecho Público presentes en la Española, sobre todo hasta el siglo pasado".

"La Academia", dijo a este diario, "no es propiamente un lugar donde se corona a los grandes escritores, aunque ellos, que son quienes mejor utilizan la lengua, tienen que estar allí. Pero no es un senado de escritores ni un premio. Es un centro de trabajo sobre la lengua. En la Academia", dice, "siempre ha habido lo que en su argot se llaman técnicos: muchos lingüistas, científicos de otras especialidades. Hay, por ejemplo, un químico, Martín Municio; un ingeniero industrial, Antonio Colino; un zoólogo que es Rafael Alvarado. Hay médicos como Laín y Juan Rof, cuya muerte he lamentado mucho: nos unía una gran amistad, y él fue uno de los que firmaron mi propuesta. Ninguno de ellos son estrictamente creadores".

Tradición de juristas

Recuerda García de Enterría que la Academia tiene una larga tradición de juristas, sobre todo hasta el siglo pasado y desde el final del absolutismo, "porque se da cuenta de que hay unos hombres-nuevos con un lenguaje nuevo: el lenguaje de la ley, los derechos y las libertades". Ya en el discurso de ingreso este hombre, que muestra las preciosas ediciones de los libros a que se refiere, hace "una pequeña semblanza de los que trajeron la lengua de los derechos: Larrizábal, el mexicano, el primero que trae la idea de la libertad de los modernos, en un importante discurso sobre la legalidad de los derechos y las penas; Jovellanos, Martínez Marina, que hizo una interpretación liberal de la historia antigua de España por la que las Cámaras españolas se llaman Cortes; Javier de Burgos, que crea la administración moderna; Antonio Alcalá Galiano, el teórico de la revolución de Riego; Alejandro Oliván, que publicó en 1842 un precioso libro de Derecho Público que reedité en los 50, y por fin Pacheco, autor del primer Código Penal de 1848, vigente aún con algunos retoques".Y sobre ese lenguaje nuevo, y a partir de esos pensadores liberales bajo cuya advocación se coloca, es sobre lo que ha versado su discurso. "Cuando las potencias absolutistas europeas vencen a Napoleón, al fin y al cabo el heredero de la Revolución Francesa, justo en ese momento se apresuran a recibir el Derecho Público. En España se inicia en 1812, con las Cortes de Cádiz, pero Fernando VII es in capaz de hacer lo que la restauración francesa y el resto de los imperios, que comprendieron los beneficios de adaptar la organización que había puesto a punto la revolución, sobre todo en materia de Derecho Público. Por ejemplo, en Derecho Penal. Antes de la Revolución Francesa el Derecho Penal era algo atroz, basado en la superioridad moral del monarca para di rigir hacia el bien a los súbditos. Simplemente, el principio de legalidad de derechos y penas, que hoy es un dogma universal -que no se puede conde nar a nadie por delitos que no estén tipificados en el Código Penal, ni imponerle penas que no estén definidas en la misma ley-, en el mundo no se instaura hasta que no lo impone la revolución".

Cita a Benjamín Constant, que acuña la idea de la libertad de los modernos, o la ley escrita como marco de derechos y libertades, menciona hechos "ahora obvios, como la organización de tribunales, la división de poderes o la obligación de motivar las sentencias", y resume que está hablando de "el gobierno por la ley. Un gobierno, de leyes, no de hombres". Reconoce el peso de la palabra, cuando se trata de escribir leyes, él, que ha intervenido en la redacción de tantas, y precisamente ese peso justifica su presencia en el sillón U, el que ocupara, entre otros, el propio Maura.

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