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ELECCIONES 94: NUEVA YORK

La última batalla del viejo Mario

Cuomo, el veterano líder demócrata, se enfrenta a una dura lucha para lograr un cuarto mandato como gobernador

Antonio Caño

Nacido y crecido en Puerto Rico, cuando Roberto Ramírez llegó a Nueva York no hablaba un sola palabra de inglés. Veinte años más tarde no sólo domina ese idioma, sino que se ha convertido en el presidente del Partido Demócrata en el Bronx, derrotando nada menos que a un miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. En sus manos, o en su capacidad de reclutar el voto hispano y negro de esa importante circunscripción, está buena parte de las posibilidades de que el gobernador Mario Cuomo gane el próximo 8 de noviembre su cuarto mandato de cuatro años."No va a ser fácil" reconoce Ramírez: "Ganar la reelección para un gobernador que ha tenido que convivir con la peor recesión de las últimas décadas la gran epidemia de crack y los años de la Administración de Ronald Reagan y George Bush no va a ser nada fácil, ni siquiera tratándose de un hombre como Mario Cuomo, que representa uno de los fenómenos más fascinantes de la historia de Estados Unidos".

Mario Cuomo, uno de los grandes caudillos del Partido Demócrata norteamericano y uno de los últimos testimonios del viejo progresismo de este país, está prácticamente empatado en las encuestas con su rival republicano, George Pataki, de 49 años, y en serio peligro de desaparecer, no sólo del mágico escenario de la Gran Manzana, sino de la vida política de una nación de la que nunca pudo ser presidente.

Mario Cuomo, a sus 62 años, es demasiado liberal, demasiado retórico, demasiado italiano y ha sido gobernador durante demasiado tiempo como para tener una sencilla reelección. "Después de 12 años de gestión, a Cuomo se le ve como a alguien a quien ya le ha llegado la hora de irse. Eso es más importante en estos momentos que sus méritos como gobernador", afirma Frank Lombardi, comentarista político del diario New York Daily News.

Sus méritos, fuertemente discutidos por la población alta de clase media que llena los barrios residenciales y las ciudades del norte del Estado, tampoco le ayudan. Entre 1989 y 1993, Nueva York perdió 548.000 puestos de trabajo, que equivalen al 7% del total de su fuerza laboral y al 25% de los empleos destruidos en ese periodo en el conjunto del país. Los impuestos de ese Estado son los más altos de Estados Unidos, después de Alaska, y un 62% más elevados que la media nacional. El sector privado neoyorquino está situado en el puesto 400 de los 50 del país en cuanto a su capacidad de generar mano de obra.

Firme defensor de la política de new deal implantada en Nueva York en los años sesenta por Nelson Rockefeller -el único gobernador que ganó cuatro mandatos en la historia del Estado-, Mario Cuomo ha sido en su puesto un estatista y un impulsor de programas sociales. En 1991, por ejemplo, mientras California gastó 7.500 millones de dólares en los cuatro millones de pobres que reciben allí asistencia sanitaria gratuita por parte del Estado, Nueva York dedicó 13.700 millones de dólares sólo para 2,4 millones de personas. Casi un millón y medio de neoyorquinos trabajan para el gobierno local, y los expertos calculan que casi cuatro millones de puestos de trabajo están vinculados al Estado, lo que iguala la cantidad de empleados que tienen las empresas manufactureras, de turismo y de servicios financieros juntas. De esta manera, Mario Cuomo ha creado en Nueva York la reproducción más cercana en Estados Unidos del Estado de bienestar europeo, aunque una reproducción cara y probablemente insostenible.

"Gracias a esa política, Mario Cuomo, que debía ser el candidato de los italianos y los irlandeses, el candidato de la clase media blanca a la que pertenece, se ha convertido en el hombre de los negros y los hispanos", afirma Roberto Ramírez.

Los grupos minoritarios temen que la victoria de George Pataki les prive de los beneficios conseguidos en los últimos años. Pataki ha prometido reducir los impuestos del Estado en un 60%, incluidos los que se aplican a los beneficios de las empresas. El candidato republicano afirma que, para no arruinar las arcas públicas con ese recorte, disminuirá drásticamente el volumen de la burocracia. Pero expertos de Wall Street advierten que la consecuencia inmediata del recorte de impuestos en Nueva York será un brusco corte de los programas sociales.

Las comunidades minoritarias respaldan también la posición de Cuomo contra la pena de muerte. Es lógico. Son ellos los que delinquen y serían ellos los que irían a la silla eléctrica si gana Pataki y, como ha prometido, reinstaura la máxima pena. Cuomo ha vetado numerosas propuestas del Congreso neoyorquino en favor de: la pena de muerte, y se niega a convocar un referéndum al respecto, consciente de que, como muestran las encuestas, una mayoría de la población del Estado es partidaria de esa extrema medida de combate contra el crimen. "Este Estado tiene que seguir siendo la última gran voz por el civismo", ha declarado Cuomo.

Las elecciones para la gobernatura de Nueva York son una carrera entre una leyenda de la política norteamericana y un perfecto desconocido que era alcalde de la minúscula ciudad de Peekskill cuando Cuomo ganó su primera elección para gobernador. Desde entonces, George Pataki, un producto del blanco y desarrollado norte del Estado, no ha llegado más lejos que a un puesto en el Senado local. Pero eso no cuenta demasiado. Cualquier candidato designado por los republicanos tendría casi idénticas posibilidades de batir a Mario Cuomo, porque Mario Cuomo, como otras grandes figuras demócratas, este 8 de noviembre, está lidiando esta batalla contra sí mismo. "La popularidad que gana Pataki equivale exactamente a la popularidad que pierde Cuomo", opina Ramírez.

Nacido en el neoyorquino barrio, de Queens, en una familia de emigrantes italianos, Cuomo progresó cómo abogado unido casi siempre a causas de carácter social. Cada vez que su nombre sonó como candidato a la presidencia, se mencionaron sus posibles conexiones con la mafia en el pasado.

Perder en Nueva York, un Estado demócrata desde hace más de 20 años, no seria un problema sólo para Cuomo, sino un pésimo síntoma para todo el Partido Demócrata con vistas a las elecciones presidenciales de 1996. Una derrota significaría para Mario Cuomo el final de su carrera política. En una entrevista con The New York Times, Mario Cuomo afirma que no piensa en absoluto en esa posibilidad: Me sentiría muy desafortunado si pierdo, porque éste es un momento diferente de la historia norteamericana. Existe un negativismo y un miedo en el entorno que me preocupa. Pero ¿qué voy a hacer si pierdo? Eso no le interesa a nadie. Dentro de unos pocos días, si pierdo, nadie se molestará en hacerme esa pregunta".

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