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"El humor es el único arma que tenemos los viejos", dice Jorge Amado

El escritor brasileño abre un ciclo sobre literatura latinoamericana

"Hace ya media vida que no asisto a ninguna conferencia, ni para darla ni para recibirla. No soporto ese invento soporífero. Voy sólo a hablar de lo mío: del peculiar mestizaje de la cultura brasileña", dice el escritor brasileño Jorge Amado, de 81 años, natural de Bahía, que inaugura hoy en Madrid la tribuna de escritores latinoamericanos organizada por la Real Academia y la Fundación Ramón Areces. Acogedor y locuaz, Amado combina ese vocabulario orgánico y nutritivo, de palabras que se mastican, tan típico del rigor de los intelectuales lusos, con el desparpajo y la guasa brasileños, que entre los bahianos se exacerba aún más.

"Hay que aclarar que el humor es el único arma con que contamos los viejos", precisa Amado, antes de enfrascarse en la explicación del contraste cultural en su país, mucho más fundido al sol que en otras latitudes latinoamericanas. "Los portugueses trajeron la propensión a la melancolía, en la cubierta de las carabelas, pero luego llegaron los negros, en las mazmorras, y en cambio lo arreglaron; trajeron ese vitalismo y humor, que es verdaderamente ejemplar para cualquiera otra raza del planeta. He oído decir, en alguna parte, que la alegría brasileña es una tristeza disfrazada. Es algo que está de moda, y resulta pernicioso: colocar la fuente de la alegría en la tristeza, como si fueran el haz y el envés de la misma cosa. Por el contrario, hay una alegría rabiosa, doblemente meritoria, en la medida en que transcurre en condiciones de miseria y de explotación latifundista. Gozamos de una alegría atemporal en una organización social todavía propia del medievo, y eso es un regalo que nos sigue haciendo la negritud, la africanía".

"En realidad, procedemos de la cohabitación de una india y de algún bandido portugués", añade, es lo que intentaré explicar en mi charla de Madrid. La primera gran oleada de colonos portugueses está compuesta por bandidos portugueses, que fueron traídos a esta cárcel, mucho más espaciosa y barata, que era la selva brasileña. Luego llegarían los judíos, los cristianos nuevos, perseguidos en la península Ibérica, que conformarían la población industrial, y al fondo de toda la maleza permanecen los indígenas". Amado no duda un instante en responder hasta qué punto sería posible una metástasis de las revueltas indigenistas mexicanas por la América del Sur: "Sería posible que se diera ya mismo. Las revueltas de Chiapas no han respondido a ningún conflicto racial, como se las ha querido enmascarar, sino a un problema económico y social. Es muy sencillo: mientras perdure en Latinoamérica una organización propiamente feudal, y los indígenas cumplan el papel de siervos de la gleba, el caldo de cultivo para la sublevación es lógico y permanente".

El autor de Cacao manifiesta que, luego de haberle dado muchas vueltas al problema de la convivencia entre culturas -de uno u otro modo, a lo largo de sus. 65 años de escritura-, ya sabe al menos de qué forma no se arreglaría jamás el racismo. "Por más que nos rompamos la cabeza o nos llenemos la boca de deontología interracial, sólo hay una única manera de acabar con el racismo, y no dos ni tres. El mestizaje sanguíneo, la fusión carnal, es la única vía para combatirlo", apuntala Amado. Él observa que en su país no existe una filosofía de vida racista: "Hay elementos de la élite que incurren en racismo, pero no existe del modo institucional en que sí se aprecia en Estados Unidos o, de un modo más matizable, en Europa".

A Amado le produce claustrofobia ser presentado en España -tan recurrente- como un miembro del convoy de la eclosión de la literatura latinoamericana; como el portugués del grupo, que fuera el que justificase con su presencia el rebasamiento de la palabra hispano. "Semejante rótulo es un invento colonizador de los españoles. Existen los escritores de Latinoamérica, pero no hay una literatura latinoamericana, sino de cada país respectivo".

En torno al Premio Nobel

Eterno candidato al Premio Nobel, Amado acoge incrédulo -y, en todo caso, impasible- los rumores insistentes de que al fin, en esta próxima edición, la lengua portuguesa se estrenará con su nombre en el galardón de Estocolmo. "Si lo recibiera, no me haría la menor ilusión. Creo que al que le interesen los honores por los honores, de ese premio o de cualquier otro, es un pobre desgraciado. Otra cosa muy distinta es la plata inmensa que dicen que te dan. Eso no le viene mal a nadie. Haría como hizo Françoise Mauriac al recibirlo, subirme a la tarima y declarar que lo más importante del premio es el cheque. Mi discurso sería leer las cifras de los dólares".Amado tiene lectores millonarios por todo el mundo, con traducciones de sus 30 libros a 43 idiomas, lo que no impide que la gente lo pare por las calles de Bahía, tirándolo de la camisa y llamándole Jorgiño.

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