_
_
_
_
_

"Desde aquí machacaban Mostar"

'Cascos azules' españoles controlan el alto el fuego en la capital de Herzegovina desde posiciones de la artillería croata

Jorge A. Rodríguez

ENVIADO ESPECIAL"Desde aquí machacaban Mostar a placer". Un soldado español señala la ciudad desde la misma fortificación desde la que hace un mes los croatas de Mostar bombardeaban a sus vecinos musulmanes. La bandera de la ONU ondea ahora en este puesto, donde aún permanecen cientos de casquillos de todos los calibres como recuerdo de la matanza. Es el monte Hum, un promontorio de 436 metros de altura desde el que se domina esta ciudad de apenas seis siglos de historia.

Tres soldados del Consejo de Defensa Croata (HVO) se sientan con el Kaláshnikov., entre las piernas alrededor de la hoguera de los soldados españoles. Hasta hace poco ése era su puesto de combate. Tenían un observatorio privilegiado. Esta colina de unos dos kilómetros de extensión domina la ciudad desde el aeropuerto hasta el campo de fútbol. Abajo estaba el enemigo de ahora. Frente a ellos tenían al antiguo. Estaban las posiciones de los serbios enclavadas justo en las colinas del otro lado del río Neretva y ahora supuestamente abandonadas por sus combatientes. "Desde allí los serbios tienen el conflicto en. sus manos y creemos que algunas explosiones de estos últimos días han venido de allí", afirma un mando de los cascos azules españoles.

Más información
La máquina de matar duerme, pero engrasada

Bombas con nombre

Las posiciones del monte Hum permitían ver a los croatas inmediatamente el daño de sus disparos. No mandaban bombas anónimas a enemigos sin rostro. "Desde aquí veían a qué, a dónde y a quién disparaban, y comprobaban en el acto el daño causado", según un capitán español. Es más, para mejorar la eficacia usaban "armas de tiro tenso", apenas sin curva balística, para asegurarse de que su objetivo dejaba de serlo. A lo largo de este monte habían instalado cañones antiaéreos, morteros, cañones sin retroceso y francotiradores para batir todo el barrio musulmán, que queda a sus pies.Ahora ya se han ido quienes disparaban. No hay armas pesadas. Pero abajo han quedado los muertos, y arriba, las vainas vacías de las balas y un tanque reventado de un cañonazo y con las cadenas mustias. Con los restos de este punto de combate los soldados españoles han montado sus tiendas de campaña en el observatorio, que sujetan al suelo con granadas de mortero inservibles.

Los cascos azules españoles han montado en el Hum dos observatorios, desde los que pueden comprobar casi a la perfección el origen de las posibles violaciones del alto el fuego. Pero la eficacia del observatorio para delimitar la procedencia de los disparos es limitada. Se ve dónde cae la granada, pero es difícil señalar con precisión el origen. "Si cae en un lado viene del otro", señala uno de los miembros del observatorio. "Hoy [por el miércoles] no ha habido ninguna violación", admite un cabo con los prismáticos al cuello. La misión de estos observadores es comprobar las violaciones y comunicarlas inmediatamente a sus superiores para que transmitan estas denuncias a las comisiones formadas por croatas y musulmanes que supervisan el cumplimiento de los acuerdos de paz.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Desolación y ruinas

El capitán Javier Rodríguez señala desde arriba, como si la ciudad fuera un mapa por dónde discurre la línea de enfrentamiento viva. "¿Ves esas minas en el puente Hasana? Pues la línea cruza por ahí el río Neretva, donde los musulmanes han cogido un trozo del oeste de Mostar. El frente sube por esa carretera con trincheras hasta el bulevar del barrio de Cernica y cruza otra vez el río por el puente Karinski", apunta.Y se ve que es cierto, que es el frente. No hay un alma, ni humo ni disparos. Sí hay desolación, cenizas y ruinas. Lo que era la avenida de la Revolución, tan ancha como la calle de Serrano, de Madrid, es el frente donde el tiro va de casa a casa y, en mitad de toda la calle, la Casa de la Cultura, por sortilegio no demasiado dañada.

Y el capitán Rodríguez sigue con su puntero. "Aquellas naves industriales son la cárcel de Rodoc, donde quedan prisioneros musulmanes, y si sigues con la vista de frente verás las pistas del aeropuerto totalmente inservibles porque las dinamitaron a conciencia". Después se detiene sobre un triángulo arbolado para señalar la que se está convirtiendo en la gran base de los españoles en la ciudad de Mostar: un concesionario de Volkswagen roído a disparos en medio de lo que es la línea de frente, ahora apagada.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jorge A. Rodríguez
Redactor jefe digital en España y profesor de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Debutó en el Diario Sur de Málaga, siguió en RNE, pasó a la agencia OTR Press (Grupo Z) y llegó a EL PAÍS. Ha cubierto íntegros casos como el 11-M, el final de ETA, Arny, el naufragio del 'Prestige', los disturbios del Ejido... y muchos crímenes (jorgear@elpais.es)

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_