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38ª SEMANA DE CINE DE VALLADOLID

'En busca de Bobby Fischer' trae el genio del cine en estado de total pureza

En el último Festival de Cannes se proyectó Lloviendo piedras, última película del británico Ken Loach, que está a la altura del talento radical, generoso y solidario de su célebre creador y así se dijo entonces. Pero ahora, junto a ella, descubrimos que la primera película dirigida por el escritor estadounidense Steven Zaillian, En busca de Bobby Fischer, que fue arrinconada como un filme menor durante el Festival de Venecia, reaparece en Valladolid y nos trae cine en estado de absoluta pureza: obra donde la matemática y la emoción se funden hasta ser la misma cosa.

A propósito de Lloviendo piedras algún miope dijo que era una concesión del insobornable Ken Loach a la invasión de conservadurismo que azota a Europa. Que este cineasta de raíz subversiva asuma ahora la defensa de un obrero inglés católico a machamartillo, es interpretado por algunos como una bajada de pantalones de Loach ante la bestia thatcheriana, cuando en realidad es todo lo contrario: una subida del listón de su intransigencia contra el capitalismo salvaje, pues Loach enrola en su llamada a la movilización activa contra esta plaga bíblica contemporánea a un católico, casi un beato. Y lo hace con todas las consecuencias, incluida la dinamita moral con bendición sacerdotal.LLoviendo piedras es una provocación natural de la lección de coherencia moral y política que Ken Loach viene dando película tras película: golpe a golpe, desde hace tres décadas. Y lo que eleva esta coherencia ética es que su traducción al cine segrega a su vez una coherencia estética inseparable de aquélla, por lo que no hay manera de distinguir en Loach entre el artista y el agitador. Y es en la transparencia y sencillez de Lloviendo piedras donde esta indistinción alcanza, por ahora, su mayor grado de firmeza.

De Loach y su nueva película teníamos noticia: no nos coge desprevenidos. Quien en cambio nos cogió con el pie cambiado, por lo que nos paralizó y dejó con la boca abierta por la admiración, es el guionista norteamericano Steven Zaillian, que ha dirigido su propio formidable guión de En busca de Bobby Fischer, y lo ha hecho con no menos talento que lo ha escrito. El resultado es una película situada en los bordes de la perfección, la que contiene más y mejor cine de cuantas hemos visto este año aquí.

La película construye en forma de evocación -con exquisitas pinceladas elegíacas, dignas de Jean Renoir o de John Ford- un intenso y crucial año, de la vida de un niño verídico.- un muchacho neoyorquino que se llama Josh Waitzkin -ahora tiene 14 años- cuando a los siete se rebeló de pronto como un superdotado jugador intuitivo de ajedrez.

Con esta sencilla materia, el guionista Zaillian trenzó y puso en bandeja al director Zaillian una construcción primorosa. Apoyado -y esto no puede ser casual- ni más ni menos que por el gran Sidney Pollack, aquí en funciones de productor ejecutivo, se atrevió a ponerla en imágenes por sí mismo, con -un cuadrángulo de formidables intérpretes -Joe Mantegna, Ren Kingsley, Joan Allen y Laurence Fisliburene-, cuyo centro geométrico está ocupado por un quinto rostro, el de Max Bomeranc, un niño de ocho años al mismo tiempo actor excepcional y ajedrecista de un gran talento precoz.

El quinteto es todo un lujo para los ojos, un alarde de talento colectivo en la composición del reparto. Y el resultado es una indagación poética de primer orden dentro del misterio de la formación de la identidad de un niño y dentro de las aguas profundas donde se desliza como un pez el enigma del despertar de la inteligencia humana, del instinto de la creación y del talento.

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