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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dinamarca se repite

LOS DANESES votan mañana, por segunda vez, la ratificación del Tratado de Maastricht. El 2 de junio de 1992 rechazaron por escaso margen el proyectó de Unión Europea diseñado por los Doce, por considerar que no estaba suficientemente garantizada la voluntad danesa de acogerse libremente a los aspectos optativos del tratado: moneda única y políticas de defensa, seguridad y justicia. El Tratado de Maastricht no permito deducir que, una vez se cumplan los criterios de convergencia, sea obligatorio eliminar la moneda nacional y adherirse a la moneda única. Pero los daneses han querido subrayar su rechazo a esta posibilidad, así como a la de incorporarse plenamente a la Unión Europea Occidental (UEO), la organización de defensa resucitada por el tratado para conformar el brazo militar europeo. Paradójicamente, Dinamarca tiene estatuto de observador en la UEO y es miembro de pleno derecho de la OTAN. Los daneses rechazan, además, la participación en la política de justicia y de policía, una posibilidad que el propio tratado ya contempla, dado que las votaciones en este terreno requieren la unanimidad, por lo que bastaría el voto en contra de. Dinamarca para bloquear cualquier decisión que no compartiera.Todos los partidos parlamentarios daneses, a excepción de la extrema derecha, consensuaron una fórmula jurídica que permitiera aceptar el tratado, para su aprobación por los Doce en el Consejo Europeo celebrado en Edimburgo los días 11 y 12 de diciembre. En ella se incluyen cuestiones difíciles de comprender, como la insistencia en reconocer que los otros europeos no accederán a la ciudadanía danesa, a pesar de que Dinamarca viene aceptando, mucho antes de que se llegara a consagrar en Maastricht, la participación de los ciudadanos europeos en las elecciones locales de los países en que. residen. Pero no son los daneses los primeros en pedir un estatuto especial dentro de la CE. El Reino Unido no se integra a la Europa social y se reserva la posibilidad de eludir la moneda única en el momento en que deba decidirse. Los daneses, en cambio, no lo hicieron en su día y han querido apuntarse también a la elección a la carta posteriormente. Están en su derecho y nadie podrá reprochárselo.El Tratado de Unión Europea que votan el martes los daneses es ciertamente el mismo que los Doce aprobaron en Maastricht. No hay novedades ni correcciones, como quieren subrayar con ingenua astucia los euroescépticos británicos. Pero Dinamarca ha hecho un ejercicio, desde el referéndum del 2 de junio, que merece la consideración y el respeto de todos los europeos, por más que muchos hubieran agradecido que se evitara una complicación más a la ya de por sí dificultosa construcción europea. Las aclaraciones aprobadas por los Doce reconocen, de forma jurídicamente vinculante, el menú especial elegido por los daneses. No se puede pedir más.

Si el no saliera victorioso, no hay duda de que la crisis europea se agravaría. Maastricht dejaría de existir en su forma actual y quienes tuvieran ánimos y voluntad política deberían empezar de nuevo el ejercicio casi desde cero. Quedarían paralizadas las conversaciones de adhesión con Austria, Finlandia, Suecia y Noruega, y difuminados todos los buenos propósitos sobre las incorporaciones de los países de Europa central y oriental. Pero todo esto no debiera. convertirse, en un proceso de culpabilización contra los daneses. Todos estos males que pueden aquejarnos si Dinamarca vota no pueden abatirse sobre nosotros igualmente si junto al sí danés no hay un esfuerzo de todos los europeos para salir de la paralización actual. El no danés de 1992 sirvió para evidenciar algunos de los graves problemas de comprensión del proyecto europeo entre los ciudadanos del continente. Si los daneses votan afirmativamente, habrá que regocijarse: el último año de vida política europea no es pródigo en buenas noticias. Pero un sí no hará cambiar los efectos de un no que actuó además como catalizador de todas las crisis -política, económica, monetaria- y no como causa última de algo que trasciende, en mucho, la decisión y la responsabilidad de los seis millones de ciudadanos de un país amable, democrático y civilizado.

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