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EL CRIMEN DE ALCÀSSER

La caza del culpable

La ira desata en el pueblo un sentimiento colectivo de venganza

Jan Martínez Ahrens

En un pequeño pueblo de la comarca valenciana de L'Horta, Alcàsser, la aparición de tres cadáveres ha cambiado el sentido de, las palabras; por justicia se entiende venganza, y por sentencia, muerte. Es el despertar de una pesadilla de 75 días que ha dado paso a otra: la caza del culpable. "Pegaría cinco tiros en la cabeza del asesino", dice tranquilamente Pepito, de seis años. No hace sino repetir la voz de sus mayores, a los que no les importaría convertirse en verdugos. Y es que en Alcásser muchos vecinos se veían ayer reflejados en el asesinato de Toñi, Mirian y Desirée. "Igual que ellos, podríamos ser nosotros", resumía Maica, una estudiante de BUP que conoció a las fallecidas.

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Mientras en Valencia se procedía a la autopsia de los cadáveres, por una estrecha calle de Alcàsser discurría un grupo de alumnos del instituto del vecino pueblo de Picassent. Eran chicas que llevaban carteles de protesta por la muerte de sus amigas. Se dirigían a la plaza del Ayuntamiento, donde se concentraban los medios de comunicación. A la cabeza de la comitiva iba José Ortiz, un albañil de 29 años que se había sumado a la protesta. Su pancarta decía: Asesinos, ¿Por qué lo habéis hecho?"."Tengo un chiquillo de cuatro años y sé lo que se siente", afirmó José para justificar su sed de venganza. Él mismo reconocía que no le importaría mancharse las manos de sangre.

Como él pensaban muchos otros vecinos, a los que la noticia de la muerte de las tres niñas les había conducido al odio como revulsivo del temor. "Tenemos miedo, porque todos más o menos hemos estado con las desaparecidas", señaló Aurora, una muchacha de 17 años que, al igual que su amiga Pilar, se había ido de fiesta con Toñi. "Era muy loca, muy divertida", recordaban.

El instituto de Picassent, al que pertenecían, había suspendido sus clases y la mayoría de los alumnos pululaban por Alcàsser. Son jóvenes que los fines de semana siguen acudiendo a la discoteca Coolor, el destino al que jamás llegaron sus compañeras muertas. "Seguimos yendo a Coolor porque la discoteca ha puesto un autobús que te lleva y te devuelve", comenta. Aunque mantienen sus hábitos, reconocen que algo ha cambiado en ellos. "La cárcel es poco. Mataríamos a los culpables cruelmente, con lentitud", indicaban. Es una avalancha de odio que los profesores del colegio de EGB de Alcásser, donde las fallecidas estudiaron toda su vida, intentan frenar. En un aula del centro se han reunido los que fueron compañeros de estudios de Mirian, Toñi y Desirée. "El descubrimiento de los cadáveres los ha destrozado", dice la directora del centro, María Llum Marqués.

Llanto en las aulas

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Los maestros procuran que los alumnos se desahoguen. Para, ello han reunido escritos, dibujos y deberes de las fallecidas y así recuerdan los días de clase. En el aula se oyen llantos. La tutora les ha leído un poema de, Mirian, -que escribía muy bien-, dedicado a Desirée. Fue escrito cuando ambas estudiaban quinto de EGB. "Todos tenemos rabia. Yo fui profesora suya durante cinco años. Ante hechos así, los convencimientos se desmoronan y las actitudes que hemos inculcado a los chavales se desvanecen", reconoce la tutora.

Las calles de Alcàsser aparecen tranquilas. La mayoría de los vecinos, sin embargo, habla del hecho que ha sacudido al pueblo con un discurso monocorde, en el que sólo cabe la venganza. "Es preciso vivirlo para conocer lo que pensamos", dice María del Carmen, una ATS de 43 años, mientras pasa el mocho por la acera de su casa. "Mira, friego para matar la angustia que tengo. Hoy, aquí, nadie ha comido ni dormido", añade Carmen, que tiene dos hijas, amigas de las desaparecidas, quienes frecuentemente iban a su casa. "Mis hijas ni siquiera se atreven a salir. Llevan más de dos meses pensando únicamente en sus amigas. Como todo el pueblo, tenía la esperanza de encontrarlas. El conocer su muerte, ha sido una puñalada en el corazón", afirma.

Carmen estuvo la noche anterior frente a la plaza del Ayuntamiento, donde se reunieron los vecinos a la espera de la confirmación de la muerte de las tres niñas. "Cuando vimos entrar a las autoridades supimos lo que había ocurrido. Sentimos la impotencia", dice Maribel, otra vecina, que aún recuerda cómo las tres niñas se deslizaban por el pueblo en patines.

Los gritos y amenazas de la noche del miércoles aún les suenan bien. "¡Que nos entreguen a los asesinos!", grita en un bar un joven. Los otros clientes asienten a su petición. La dueña del local se acerca y dice: "Esos no tienen hijos. Yo, como madre y amiga de las desaparecidas, creo que merecen un juicio, pero no la vida". Es la opinión más moderada. Su hijo Pepito, de 6 años, que acaba de ver por la televisión los rostros de las fallecidas, es todavía más intransigente. "Les pegaría cinco tiros en la cabeza a los culpables", dice sin que nadie le corrija.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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