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Historias de Travinik

La gran siembra del odio empezoña el porvenir de Bosnia-Herzegovina

Alfonso Armada

ENVIADO ESPECIAL Antes de la guerra, Travnik tenía 70.000 habitantes, un,45% de musulmanes, 36% de croatas y un 11% de serbios. Ahora, los chetniks, nombre con que se conoce a los radicales serbios, están a las puertas de Turbe. Si conquistan este pueblo, a tan sólo ocho kilómetros, Travnik, la de los 17 alminares, antigua sede del visir otomano de la provincia de Bosnia, estará perdida y una nueva oleada de refugiados inundará los caminos nevados de Bosnia, de la mínima parte de Bosnia que está aún libre de chetniks.

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Por Travnik han pasado 80.000 refugiados desde que hace nueve meses empezo la guerra. De ellos, 12.000 viven en esta bella ciudad del norte de Bosnia. En Travnik, cada rostro esconde un drama.

Historia de Emir. El antiguo night-club y restaurante Plava Voda (Agua azul) es la sede de la comandancia bosnia de Travnik. Emir, un joven taciturno y cálido de 25 años, prematuramente envejecido, es el encargado de prensa. La guerra ha hecho de él un existencialista bosnio. El 14 de agosto iba a casarse, y ahora tiene un arma entre las manos y sabe que la usará para defenderse. "Yo no creo en nada, sólo creo en mi fusil. Mi arma es mi Dios. Yo nunca pensé que iba a tener que matar para no morir. Y eso hace que mi parte animal crezca, y que mi parte humana se haga más pequeña". Por eso, Emir tiene miedo: "Yo tengo miedo de que los nifios, que han visto morir a su padre y a su madre, quieran más tarde vengarse e iniciar otra guerra", dice Emir sin dramatismos.

Antes de la guerra trabajaba. Era director de una empresa de turismo. Ahora, su escuela secundaria ha sido convertida en residencia para refugiados. 800 personas duermen allí en las aulas, muertas de frío.

"Si miro al universo, soy habitante de la tierra; si miro a la tierra, soy europeo; si miro a Europa, soy bosnio; si miro a Bosnia, soy musulmán". Emir habla con un dulce fatalismo. Pertenece a la estirpe de los justos. "Cuando escucho música, escucho a Madonna o a U2; cuando voy al cine veo películas de James Bond; cuando hablo otro idioma, hablo inglés. Pero yo no quiero pertenecer a una Europa que no me proteje del mal. Europa es corno una vieja dama a la que no le preocupa que alguien pisotee Bosnia, la flor de su jardín. Yo creía en Maastricht, creía en una Europa democrática, y ahora no creo en nada. Maastricht es un chiste". "Ya no tengo ni futuro ni memoria".

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Historia de Sakib. Sakib Mulic llegó el 1 de noviembre a Travnik desde Jajce, el última ciudad importante conquistada por los chetniks en Bosnia, con su mujer y una hija de 19 años. Sakib tiene 51 años y es musulmán. Fue enviado a defender Jajce, al norte de Bosnia, tras el incendio de Dugon, la aldea donde vivía. "Recibirnos órdenes de retirarnos de Jajce, porque iba a ser intercarribiada por Kupres. Entonces, los croatas empezaron a retirarse y después, los musulmanes.

La caída de Jajce, que provocó una oleada de casi 40.000 refugiados hacia Travnik y Zenica, es puesta como ejemplo de las consecuencias funestas de las divergencias entre croatas y musulmanes -que ya se enfrentaron a tiros en Travnilc- en cuanto a su estrategia frente a los serbios radicales. "Cuando los croatas supieron lo que ocurría en Travnik, empezaron a retirarse. Nos sentimos traicionados. Las autoridades nos prometieron armas y refuerzos durante siete días. Pero nada llegó", revela. Sakib.

Sakib era cocinero en una granja. Ahora lo ha perdido todo, y él y los suyos viven refúgiados con una familia die Travnik. Acude a combatira Turbe desde la antigua capital otomana. A Sakib se le rompe la voz cuando se le pregunta qué hará a partir de ahora. "SI puedo me quedaré aquí. Tengo ian hijo que estaba en el Ejército yugoslavo, y ahora está combatiendo contra los serbios en Kladuica. Sólo espero que esté bien", ruega mientras se muerde los labios para no romper a llorar.

Historia de Verica. La gente se arremolina a las puertas del local de la Cruz Roja de Travnik. Buscan comida y ropa, y los recién llegados una cartilla de refugiado. Verica Jokanovic tiene 29 años, es croata y es voluntaria de la Cruz Roja. "Mi marido es serbio, y fue intercambiado por prisioneros rnusulmanes. Mis dos hijos y yo nos quedamos aquí. Fue muy duro separarnos. Él aguantó siete meses aqui, pero recibíamos amenazas y se presentaban soldados en cas:a-buscando armas".

Verica habla con la misma tristeza tranquila que Emir. "Tengo miedo, pero más por mis hijos [una niña de cinco años y un bebé de 16 meses] que por mí". Cuenta Verica que su marido pensaba que los serbios se vieron obligados a "hacer esta guerra". También ella lo cree así. "Tenían buenas razones", pero piensa que "la guerra es la peor manera de arreglar los problemas. Nada será mejor para nadie cuando la guerra termine.

Nadie se siente seguro: los serbios tienen miedo de los croatas, los croatas de los serbios, los musulmanes de los croatas y los serbios". Cuando mira hacia atrás, Verica sabe que algo se ha perdido para siempre en Bosnia: "Creo que sólo podré vivir a salvo en el extranjero. En este país mi propio marido puede verse obligado a disparar contra mí". A ocho kilómetros, el frente se estrecha en Turbe, a las puertas de Travnik. El invierno llega y el mal parece no tener fin.

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