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De los lanzagranadas a los bofetones

Los refugiados afganos en los campos de Pakistán intentan obviar los enfrentamientos étnicos

Juan Jesús Aznárez

Antes, los afganos que envejecían en miserables ciudadelas de adobes y dirimían sus diferencias tribales con lanzagranadas, se disputaban la razón a muerte. Ayer, en el campo de Naserbar, a 20 kilómetros de la ciudad paquistaní de Peshawar, dos de ellos intercambiaron únicamente un par de bofetones cuando este enviado les preguntaba por las posibilidades de paz en una nación en la que los enfrentamientos étnicos amenazan con provocar una nueva guerra civil entre grupos guerrilleros tras la derrota del régimen de Kabul.

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Para visitar los campos de refugiados son necesarias una autorización del Ministerio de Información y la compañía de un guía oficial que hace de traductor con los hastiados habitantes de estos reclusorios de barro y caña controlados por garitas militares y separados con barreras. "Son gente pacífica. Apenas hemos tenido problemas", subraya un funcionario. Un grupo de ancianos ha sido preparado para la visita y todos declaran ansiar la paz y el regreso, aunque el futuro de Afganistán les ofrece poco más que nuevos sufrimientos e incertidumbre. "No podemos perdonar a quien es uno de los principales responsables de nuestra triste vida", dicen los ancianos que llegaron a Naserbar en 1978, año de la invasión soviética.

El día es luminoso y, como ocurre en todos los campos de refugiados del mundo, los niños aportan la única nota alegre en esta comunidad que vive con la vista puesta en las montañas del Norte, próximas y majestuosas, que ocultan a pocos kilómetros el comienzo de la geografía patria.

"Ahora viven mucho mejor que cuando llegaron; entonces no tenían luz y las condiciones higiénicas eran lamentables", reconoce el guía. Tenderetes de frutas y comestibles y pequeños puestos con pollos, artesanía o patéticas chucherías son administrados por los más emprendedores. Pero la gran mayoría de los 60.000 refugiados no trabaja y tiene hambre. Cuando pueden, o los afortunados ingresan algún dinero trabajando como peones o en la construcción o como braceros. "No tenemos comida ni infraestructura para cubrir todas las necesidades, y los países donantes han reducido su ayuda; Pakistán carga con el 50% de los gastos", se lamenta el director del campo, dividido en siete asentamientos y regido por los códigos de las diferentes etnias.

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En una de las insuficientes escuelas, 30 alumnos adolescentes, pulcros y educados, se levantan como un resorte y permanecen de pie cuando este enviado visita o el aula acompañado por las autoridades. Dicen confiar en una pronta solución de las diferencias entre los dos comandantes compatriotas que cercan Kabul.

Apenas se puede preguntarles algo más porque son ellos quienes se interesan rápidamente por la reacción internacional ante su drama. "¿Qué piensa usted de nosotros?", ¿qué piensa usted de Afganistán", "¿ha visitado nuestro país?", preguntan.

Letanía de paz

No se observan armas en las humildes viviendas donde sus inquilinos recitan la preceptiva letanía de paz. "Las traen y las llevan a través de las montañas", apunta un funcionario. Muestrarios con minas antipersonal y obuses soviéticos recuerdan en algunos lugares los motivos del exilio. Nadie habla al periodista de que las rivalidades de las cerca de 30 minorías étnicas no sólo existen entre los guerrilleros dispuestos al asalto final en las trincheras en torno a kabul, sino también en las calles polvorientas y ocres de naserbar.

Casi al partir, en una de las avenidas, abordo a un paseante con una pregunta original: "¿Qué piensa de la actual situación en Afganistán?". "Por fin podemos tener un futuro mejor", responde el joven. En cuestión de minutos, más de 100 hombres y niños se agrupan allí y el diálogo se toma en un agrio foro de discusión cuyo desarrollo no precisa de guías ni traductores. Es el Afganistán de las diferencias étnicas el que se manifiesta en la algarabía. "Vámonos", me apremian, poco después de que al fondo de la concentración dos vociferantes se ayudaran en el razonamiento con un fugaz intercambio de mamporros."Esto no es nada", apostilla el conductor del coche. "En una ocasión, un equipo italiano de televisión grabó varias entrevistas. Cuando se fue comenzaron los reproches entre unos y otros; fueron tan fuertes que acabaron a tiros y con seis muertos".

Las familias numerosas son mayoría en Naserbad y muchos varones tienen una, dos, tres o cuatro esposas, según el credo religioso de los refugiados, que apoyan una sociedad islámica en Afganistán.

Un chaval de 13 años explicaba así el dilema de muchos jóvenes que nacieron en otro país y acusan el contacto con otra realidad: "Nací en Pakistán, estudio aquí, me puedo comunicar en su lengua y después de todo nunca he visto mi. tierra. Pero pese a todo quiero volver a Afganistán cuando haya paz". Según las encuestas, el 98% de los refugiados quiere volver a casa.

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