_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Exposiciones en París: de Bonington a Rouault

En pleno desarrollo de la temporada, la actualidad artística en París tiene no pocos centros de atención en lo que se refiere a las grandes exposiciones temporales. En este sentido, haciendo un rápido balance de lo más notable, merece destacarse la retrospectiva dedicada a Alberto Giacometti, que permanecerá aún abierta en el Museo de Arte Moderno de la Villa de París hasta finales de marzo; la asimismo espectacular muestra monográfica itinerante de Toulouse-Lautrec, que puede contemplarse en las galerías del Grand Palais, aunque en este caso, eso sí, como era de esperar, debiéndose aguantar grandes colas.Además, la interesantísima a la par que gustosa exposición dedicada al pintor británico Richard Parkes Bonington (1802-1828), que se puede visitar hasta el próximo 17 de mayo en las salas del Museo del Petit Palais; las muestras sobre la primera etapa de Georges Rouault (1871-1958) y sobre el arquitecto norteamericano Louis Khan, ambas abiertas en el Centro Pompidou hasta comienzos de mayo, y, en fin, la monográfica consagrada al artista norteamericano Ellsworth. Kelly, cuya asimismo reciente inauguración ha tenido lugar en las bellamente remozadas salas del Jeu de Paume.

Evidentemente, las cosas no se acaban ni mucho menos ahí, pero me limitaré a tratar sólo dos de las más destacadas exposiciones de reciente inauguración -las de Bonington y de Rouault-, aunque sin que por ello me olvide de citar al menos la presencia en París de una exposición española: la que se exhibe en el Instituto Cervantes sobre la llamada Escuela de Madrid, con un importante conjunto de piezas de Palencia, Zabaleta, Caneja, Arias, San José, Menchu Gal, García Ochoa, del Olmo, Cirilo Martínez Novillo, Álvaro Delgado, etcétera.

Un legendario acuarelista

En cualquier caso, trataré, en primer lugar, de la muestra dedicada a Bonington, el muy sensible y acreditado acuarelista británico que logró hacerse un nombre legendario entre expertos y coleccionistas, a pesar de su prematura muerte, acaecida cuando contaba tan sólo 26 años de edad. Por otra parte, aunque Bonington había nacido en la localidad inglesa de Nottingham, el año 1802, se trasladó a vivir a Francia en 1817, con apenas 15 años, y residió básicamente en este país hasta su muerte, con lo que se trata de un pintor medio británico y medio galo. También es verdad que podría haber llegado a ser considerado como un completo artista francés, de orientación romántica, si nos atuviéramos a los datos fundamentales del lugar de residencia y principales maestros, pero el hecho de haber sido originalmente iniciado en el arte por su propio padre, su brillante especialización en esa técnica pictórica que los artistas británicos llegaron a convertir en un género casi nacional, la acuarela, y las influencias que sufrió de notables especialistas de su país de origen, como los hermanos Fiedling, Thomas Girtin, Samuel Prout y, naturalmente, el mismísimo Turner, hacen que su obra sea un original cruce de caminos estéticos sin que quepa una decantación clara entre lo que toma del arte de cada uno de estos dos países situados a ambos lados del Canal de la Mancha.Quizá haya sido esta tensa indefinición estilística, junto con prematura muerte, la que finalmente ha ubicado a Bonington en una especie de tierra de nadie y desdibuje su proyección histórica, incluso tras haber alcanzado una fama legendaria poco después de morir. De hecho, han transcurrido 25 años desde que se celebró en París la última exposición dedicada a Bonington.

Sea como sea, volviendo sobre la actual exposición del Petit Palais, hay que resaltar la inteligente decisión de haber sido ordenada mediante criterios temáticos, no sólo explicable en razón de la brevedad de la existencia de Bonington y, por tanto, la irrelevancia de un planteamiento cronológico, mediante etapas o épocas, sino también por haberse centrado casi con exclusividad en el paisaje y el panorama urbano, lo que hace que su trayectoria sea más discernible desde esta perspectiva de los temas o contenidos de sus cuadros. Distribuida la muestra en ocho salas diferentes, en las que cuelgan un centenar largo de obras de Bonington, y unos cuantos significativos ejemplos de pintores contemporáneos que le resultaron por alguna razón particularmente próximos, entre los que hay que contar a Huet, Turner, Ingres o Delacroix, los temas sucesivamente dominantes en cada una de las respectivas ocho salas citadas son los siguientes: 1) Los años de formación, 2) Bonington paisajista, 3) El viaje a Londres, 4) La escuela de la naturaleza, 5) Bonington y Delacroix, 6) El género heroicoa, 7) El viaje a Venecia, 8) Los últimos años.

Con el solo enunciado de estos episodios se puede deducir la marcada importancia que tuvo para él un género como el paisaje, que interpretó al principio de forma moderadamente romántica, para posteriormente acentuar los aspectos naturalistas del mismo. De todas formas, el rasgo más notable en los cuadros y acuarelas paisajísticos de Bonington es la brillante mezcla que logra entre las impresiones luminosas y la precisión caligráfica en el tratamiento de los detalles más insignificantes.

El doble de obras

Casi 15 años después de la retrospectiva, que en 1978 pudo contemplarse en el Museo de Arte Moderno de la Villa de París, Georges Rouault vuelve a ser objeto de una exposición, pero en esta ocasión teniendo lugar en el Centro Georges Pompidou y contando con 104 obras, más del doble que en la anterior ocasión y a pesar de que en la actual la selección está circunscrita al primer periodo de su obra, entre 1903 y 1920. Por otra parte, si bien Dominique Bozo exagera cuando afirma en el prefacio del catálogo que el momento artístico actual es especialmente adecuado para volver sobre este pintor finalmente esquivo a los gustos de la época, siempre es interesante aproximarse a una obra que, fondo y forma, escapa a todos los esquemas de la historiografía artística contemporánea, e incluso a los modelos antropológicos en uso.Para decirlo de una vez, resulta que Rouault, que fue condiscípulo de Matisse en el taller de Gustav Moreau y que suele incluirse entre los Fauves, la versión francesa del expresionismo de comienzos de siglo, no sólo era católico, sino que pintaba como tal. A finales del XIX, entre esteticismos estragados, se produjo en Francia una corriente de exaltado misticismo, que afectó tanto a los simbolistas como a los primeros grupos de vanguardia, como los Nabis, pero Rouault llevó sus ardientes creencias por derroteros artísticos y morales muy distintos. Era de hecho un católico de los que con el tiempo se llamarían progresistas y que, por aquel entonces, en Francia formaron un grupo intelectual, del que surgieron personalidades como Leon Bloy o, más tarde, Georges Bernanos. Violentamente antiburgueses, todos ellos no sólo se pusieron del lado de los socialmente desfavorecidos, sino de los moralmente réprobos, como delincuentes, prostitutas y toda suerte de marginados.

Huellas de Van Gogh

Viendo la obra que actualmente se exhibe de Rouault, cabe reconocer al respecto la huella de Gaumier, de Millet y hasta del primer Van Gogh, aunque, desde el punto de vista formal, también se noten las enseñanzas de su maestro, si bien completamente ennegrecido, y las de Cézanne, que conmocionó a todo el mundo en la primera década de nuestro siglo. Con todo, a pesar de estas influencias que Rouault compartió con bastantes contemporáneos, nuevamente nos produce una impresión de aislamiento alucinado, de pesadilla repugnante. No es que no case con las pastorales de Matisse, sino que ni siquiera se acomoda junto al Picasso más negro y primitivo, el de las Señoritas de Avignon; más aún, sus gruesos trazos negros, subrayando los contornos de figuras humanas violentamente animalizadas, tampoco acaban de concordar con los expresionismos alemanes, ni con la sombría derivación de Derain maduro. Es definitivamente un extraño, que continúa refractario a nuestra mirada secularizada, y ése puede ser su tormento, pero también su éxtasis.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_