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La estrategia de Estados Unidos

Desde la guerra de 1967 en Oriente Próximo, todas las Administraciones estadounidenses han perseguido en uno u otro momento el espejismo de que una sola jugada heroica podía aportar una paz general a esa región. Todos esos planes, ya fueran sustantivos o de procedimiento, tuvieron un Fin frustrante. Irónicamente, la única iniciativa de conjunto que condujo a ciertos avances -la de la Administración de Carter- logró lo opuesto de lo que se quería que consiguiera: inquietó tanto al presidente egipcio Anuar el Sadat que éste viajó a Jerusalén para preparar la plataforma de un acuerdo por separado entre Israel y Egipto.La actual Administración se' está aproximando a su punto de decisión. La presente estrategia está condenada a llegar a un punto muerto; si no en el procedimiento, sí con toda seguridad en la sustancia. Una solución de conjunto no es posible en estos momentos. Pero hay todavía campo de acción para una nueva valoración del denominado resquicio de oportunidad y para convertir éste en un progresivo relajamiento de las tensiones.

Esta nueva valoración tiene que reflejar la nueva realidad creada por la crisis del Golfo. La Unión Soviética no hizo nada mientras un estrecho aliado suyo era humillado y sus armas se veían superadas: en realidad, para salvar alguna influencia, tuvo que tomar parte en el proceso que condujo a Irak a la derrota. En las secuelas de la guerra, Moscú no está en situación de ofrecer ayuda financiera a la región. La economía de Siria se encuentra sumida en una profunda crisis, y el pagador tradicional, Arabia Saudí, acaba de pedir préstamos en los mercados internacionales por primera vez desde hace 20 años. Irak, el Estado árabe radical más poderoso, ha sido eliminado como amenaza militar para muchos años. Los movimientos radicales están desacreditados después de su política en la guerra del Golfo. Los Gobiernos árabes moderados tienen, pues, un mayor campo de acción para las negociaciones, mientras que hasta ahora los Estados radicales como Siria están más abiertos a las propuestas, estadounidenses. Todo esto define una preeminencia sin precedentes de Estados Unidos.

Pero hay también factores que contrarrestan los anteriores. La nueva realidad reduce el incentivo de Israel para hacer concesiones; contribuye poco a aliviar la inseguridad de los Gobiernos árabes moderados, enfrentados internamente por la oposición radical o fundamentalista. De hecho, muchos de los Estados moderados están psicológicamente exhaustos por los recientes acontecimientos y no están en condiciones de tomar las difíciles decisiones inherentes a un proceso de paz.

¿Cómo, pues, van a ser equilibrados esos elementos? La sabiduría convencional nos dice que podría conseguirse una solución global presionando a Israel para que se retirara a las fronteras de 1967, elaborando un nuevo estatuto para la ciudad vieja de Jerusalén y estableciendo la identidad palestina a cambio de reconocimiento, paz y garantías internacionales. Yo creo que la sabiduría convencional no tiene ninguna base en la realidad de Oriente Próximo. No puedo recordar ningún conflicto entre las naciones-árabes que alguna vez haya sido definitivamente solucionado en una gran negociación. ¿Por qué iba a funcionar, pues, entre países que hasta ahora se han tratado mutuamente como enemigos mortales? El ingrediente que falla en la sabiduría convencional es que ninguno de esos países comparte la visión estadounidense de la paz como un punto terminal después del cual se disipan todas las tensiones; todos ellos la ven sólo como una etapa en una lucha continuada.

Esto se aplica sobre todo a Siria, que ha surgido como el jugador clave. Irak, su principal rival, ha resultado aplastado, y Jordania, su vecino, es demasiado frágil para comprometerse en negociaciones sin la aprobación de Damasco. Siria, un país con una larga tradición pero con una breve historia, se considera a sí mismo la fuente del nacionalismo árabe. En calidad de tal, ha rechazado históricamente a Israel como una creación ¡legal cuyas fronteras precisas son filosóficamente irrelevantes para su ilegitimidad. Cuando visité Damasco por primera vez, los periódicos informaron que yo había llegado desde "territorio ocupado"; mi punto de origen había sido Tel Aviv, muy dentro de las fronteras de 1967.

La nación árabe

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Para el presidente sirio Hafez Assad y sus colegas en el partido Baaz, la defensa de la nación árabe y el liderazgo del nacionalismo árabe tienen prioridad sobre abstracciones tales como el proceso de paz. Aceptar la permanencia de Israel seria inconcebible para Siria antes de que sean satisfechas todas las demandas árabes. Estoy convencido de que Assad rechazaría sin duda una paz basada en la devolución de los altos del Golán a menos que se resolviera simultáneamente la cuestión palestina. Y si por un milagro se consiguiera ese objetivo, luego insistiría -como ya lo ha hecho- en la aplicación de las anteriores resoluciones de las Naciones Unidas, que exigen el regreso a sus hogares de los refugiados árabes, un proceso que aplastaría a Israel.

Tampoco es probable que Assad apueste todo a la mediación estadounidense, especialmente desde que -como me dijo una vez- contempla este siglo como una historia de traición a Siria por los extranjeros: por los turcos antes de la I Guerra Mundial, por los británicos y los franceses en el periodo de entreguerras y por los estadounidenses después. Pero sobre todo es un hombre realista, y como tal sabe que Estados Unidos es la principal superpotencia y que el proceso de paz es importante para nosotros. Intentará, por consiguiente, tratar con nosotros. Pero como veterano de un maratón de 35 días de negociación con Assad, yo estoy seguro de que lo hará únicamente sobre la base de algún específico quid pro quo, no de invocaciones a un orden pacífico. Puede llegar, y llegará, a acuerdos limitados basados en un equilibrio de fuerzas si cree que hacen progresar su visión de la nación árabe. (En mis tiempos me puso en aviso desplegando en su despacho una pintura que representaba a los ejércitos árabes prendiendo fuego a los últimos castillos de los cruzados). Mientras ese equilibrio se mantenga, observará meticulosamente esos acuerdos, como lo ha hecho en el pasado. Pero una verdadera reconciliación -el objetivo declarado de la iniciativa estadounidense de paz- no tiene traducción en el idioma árabe de Assad.

Aspiraciones palestinas

De todos los negociadores potenciales, el soberano de Jordania es el más deseoso realmente de conseguir un acuerdo duradero. Pero su población es Palestina en un 60%, e inevitablemente esta población considera todo el territorio occidental del Jordán como su patria. No hay duda de que muchos de ellos están dispuestos a conceder alguna clase de partición para acabar con una odisea de 50 años. Pero la mayoría de ellos seguirá luchando por la tierra de sus antepasados, encontrándose la -mayor parte de dicha tierra en el Israel anterior a 1967. Las aspiraciones palestinas deben ser comprensibles para los judíos que han mantenido vivo su propio anhelo por ese desolado territorio durante 2.000 años. La dificultad radica en que los anhelos palestinos pueden no ser compatibles con la supervivencia de Israel.

Egipto está comprometido en un concepto más permanente de la paz que sus hermanos árabes porque ya ha conseguido su objetivo máximo -la devolución de los territorios que considera suyos-. Pero sin que le quede por satisfacer ninguna reivindicación, tiene también escasos incentivos para correr grandes riesgos internos en beneficio de un proceso estadounidense de paz.

Henry Kissinger fue Secretario de Estado del Gobierno de los EE UU. Copyright 1991, Los Angeles Times Syndicates. Traducción: M. C. Ruiz de Elvira.

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