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Tzvetan Todorov escribe sobre el fin de las utopías

El autor de 'La conquista de América' reflexiona en sus dos nuevos libros sobre los dramas de la historia

"Las razones por las que abandoné el trabajo teórico sobre la poética o la literatura fantástica son de índole personal" explica Tzvetan Todorov. 'No podía continuar manteniendo separados dos mundos, ya que lo que descubría o aprendía en mi trabajo no me era posible utilizarlo en mi vida. Eso hizo que tuviera la sensación de estar realizando un ejercicio retórico, escolástico. Necesitaba cambiar de orientación. La conquista de América, en tanto que encuentro, intercambio y guerra entre culturas, tiene algo que ver con mi biografía, con mi condición de sujeto desarraigado, que ha crecido y ha sido educado en una cierta cultura pero luego se ha instalado en otra".

Nacido y educado en la Bulgaria comunista. Tzvetan Todorov llegó a Francia en 1963, cuando De Gaulle intentaba organizar el difícil post-colonialismo. "Entonces tuve la impresión de que se hablaba poquísimo de la guerra de Argelia. Era algo que se ocultaba, que se rechazaba y de ahí, de ese negarse a admitir que existían asuntos pendientes, la actual resurrección de la xenofobia, del nacionalismo parafascista —el adjetivo quizás sea excesivo—de la gente del Front Nationa".

Los actuales entusiasmos europeístas le hacen sonreír: "En el plano cultural y en el futuro que vamos a vivir no creo que pueda pensarse en reemplazar la cultura francesa, la alemana, la española o la italiana por una síntesis o híbrido llamado cultura europea. La cultura está muy ligada a la lengua y a la tradición y si las tradiciones son distintas no veo como puede crearse una cultura independiente. Lo que une o debiera unir Europa es la democracia, la protección de las libertades individuales y de la igualdad de derechos, una cierta corrección en la distribución de la riqueza..., esos son los valores de Europa y me parecería muy bien que la comunidad obligase a sus miembros a respetarlos, a conformar los Estados en relación con ese compromiso de defender al individuo sin dejar de preocuparse por corregir las desigualdades".

Los encuentros entre civilizaciones, entre concepciones del mundo distintas, son el núcleo de Les morales de l'histoire. Todorov escribe, al refererirse a los conquistadores: '¿Los españoles llegaron y vencieron? No: vencieron porque llegaron'. Y comenta: "El simple hecho de que los españoles fuesen capaces de atravesar el Atlántico ya significa diferencia tecnológica, y el ser lo bastante curioso y audaz para lanzarse en búsqueda de lo desconocido presupone una cierta evolución cultural. Por eso es cierta esa paradoja en la que aseguro que, sólo por ir, los españoles ya eran vencedores".

'Invasión'

No le gusta utilizar la palabra descubrimiento y prefiere conquista o invasión. Pienso que hay que repetirse que el Descubrimiento supuso la muerte del 90% de la población y que hay que ser Dios o situarse en un punto de vista interplanetario e intemporal para decirse: '¡Finalmente, no estuvo mal!'. ¿No es tuvo mal para quien? ¿Para los millones que murieron? Hay que contemplar el pasado con ojos desolados y no sentirse orgulloso de nada. Pero eso no supone acusar a la sociedad española de la época ni tampoco es posible, 500 años después, continuar explicando el presente a partir de ese pasado traumático, como si se tratase del pecado original".

Tanto en Les morales de l'histoire como en Face à l'extrême Todorov cuestiona la llamada responsabilidad de los pueblos para exigirla a las personas. "No hay que olvidar la historia pero en su nombre no hay que sacrificar la memoria, los destinos y acciones individuales. En Face à l'extrême me consagro en gran parte a eso. Es una manera de escapar a los juicios globales e in discriminados, que siempre me parecen falsos. Es importante no ver ni las poblaciones ni las personas como un todo homogéneo. Pero tampoco niego que existan responsabilidades colectivas. Los campos de concentración y de exterminio lo prueban. Los vecinos sabían de su existencia, sabían lo que pasaba, y son, en mayor o menor medida, responsables. No se trata de organizar un juego entre buenos y malos aunque los campos son una real encarnación del mal".

Con un cierto deseo de provocación, Tzventan Todorov escoge palabras que le gustan por que, según él, "están desacreditadas y hay que reivindicarlas". Escoge moral frente a ética y no duda en referirse al bien y al mal.

Celebra que se "hayan hundido las grandes utopías porque significa que se renuncia a mejorar a todo el género humano al mismo tiempo, y entramos en el terreno de lo realizable, a mejorar cada día la condición y la vida del individuo. No hay que olvidar nunca ese principio moral de Kant por el que, en ningún caso, 'hay que tomar el individuo como medio para un fin".

En Face à l'extrême el individuo, la libertad o la responsabilidad de la persona frente a su destino, es vista en los campos de exterminio: "el libro comporta dos partes centrales, una dedicada a las manifestaciones del bien en circunstancias extremas, la otra se ocupa del mal en ese mismo contexto".

La desconfianza respecto a las grandes teorías le lleva a "observar que hubo dos clases de bien y que una de ellas me parece más valiosa. Los actos heroicos tienen como objetivo una abstracción, están realizados en nombre de la patria, la historia, la humanidad, Dios o cualquier otra gran idea; los actos de la virtud cotidiana, más valiosos, tienen como beneficiario una persona o personas determinadas. La vida de los demás, la dignidad de la persona es lo que guía esos actos. Ayudan a mantener nuestra humanidad en circunstancias que buscan hacerla desaparecer. Son actos que no pueden ser pervertidos, utilizados, que no admiten tergiversaciones como las de Hitler cuando asegura que toda su actuación se propone frenar la expansión del bolchevismo".

Primo Levi

En Face à l'extrême Todorov recoge el testimonio de muchas de las manifestaciones de la virtud cotidiana. Y un hombre, Primo Levi, se convierte en referente constante, en ejemplo de actitud valiosa: "Su testimonio me ha impresionado, como a millones de lectores, porque Levi supo continuar siendo totalmente humano en medio del campo de exterminio. Evitó que el odio invadiese su alma y siempre rechazó ver el mundo en blanco y negro, se interesó por las excepciones y no quiso generalizar. Cuando apareció su primer libro en Francia publiqué un artículo titulado Le meilleur des hommes (El mejor de los hombres)".

La humanidad de Levi, como la de otros muchos deportados, tiene un precio trágico: entre los pocos supervivientes, el suicidio es el final de la experiencia. "Siendo menos generoso y más esquemático y maniqueo puede que Levi hubiese defendido mejor su vida. Las víctimas siguen sufriendo lo que pasó hace ya más de 40 años, padecen graves depresiones no lo olvidan, se suicidan. No se conocen casos de verdugos roídos por el sentimiento de horror o de culpa respecto lo que hicieron. Es como si una maldición persiguiese a quienes sobrevivieron a los campos. Nos gustaría imaginar el mundo al revés: en 1945 acaba la guerra y los que eran prisioneros se sumergen en un mundo feliz mientras los verdugos empiezan su calvario. ¡Pero no es así!".

Necesitar héroes

En Les morales de l''histoire y en Face à l'extrême hay destellos que recuerdan al minucioso crítico estructuralista que también ha sido Todorov. Reivindica la figura de Arnerico Vespucio por que es la de un escritor que sabe completar el descubrimiento físico con el intelectual; cuando valora el sentido de los pequeños gestos de la virtud cotidiana, es porque no son polisémicos y se inscriben en una cadena de sentido lógica.

Pero el Todorov de estos libros aparecidos simultáneamente se preocupa de otras cuestiones: se queja de que "los ecologistas sumerjan al hombre en el orden de lo vivo sin respetar que él debe ser el centro de todas las cosas. Para ellos un insecto es igual de valioso que un humano. Es una divinización de la naturaleza". Se ríe del inglés como idioma internacional de cultura —"sirve para viajar por todo el mundo, y eso es muy cómodo, pero sólo un inglés puede expresarse bien en inglés"—-. Cree que Sócrates es el modelo de intelectual porque "no aceptaba cargos públicos y nunca renunció a la crítica". Se lamenta de que "la cultura francesa se preocupe a menudo más de su difusión internacional que de traducir e incorporar lo más interesante del pensamiento no francófono". Reivindica la condición de extranjero si permite "enfrentarse a una pluralidad de puntos de vista", y se acuerda de Brecht cuando celebra el presente y teme que los nacionalismos emergentes nos devuelvan "esos desgraciados países que necesitan héroes".

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