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Las astucias de Sadam

Jesús Ferrero

"Confía más en tu astucia que en tu bravura, y concede más importancia a tu circunspección que a tu coraje en el combate, pues la guerra es una sucesión de acciones para despistar al enemigo. Para el que se precipita ciegamente en una operación se trata de una guerra, pero para el que permanece circunspecto se trata únicamente de una nube pasajera". He entresacado este párrafo del capítulo 11 del actual libro de cabecera de Sadam Husein, si hemos de creer lo que dicen algunos arabistas. Me refiero a El libro de las astucias, traducido al francés por René R. Khawam, y que lleva por subtítulo La estrategia política de los árabes. El libro de las astucias fue escrito casi dos siglos antes que El principe, de Maquiavelo, y es, según se dice en la contraportada de la edición francesa, la mejor respuesta a la actitud de los occidentales que lo descubren hoy "con estupefacción que no excusa su escandalosa ignorancia", y explica en parte "la extraordinaria habilidad política de los responsables del mundo musulmán: ministros del petróleo, emires del desierto en poder de inmensas fortunas, representantes de países pobres pero firmemente decididos a ocupar su lugar en el concierto internacional (a costa, si es preciso, de los países ricos que los han explotado), pues son los herederos de un saber secular y sorprendentemente actual. Los ejecutivos americanos, los banqueros londinenses, los comerciantes alemanes, cuando se enfrentan a estos hombres y se sienten batidos en su propio terreno, piensan que los árabes aprenden rápido. Error: lo sabían ya, y desde hace mucho tiempo". Y ese saber se halla ampliamente desarrollado en El libro de las astucias, confeccionado por un viajero que erró de una a otra biblioteca, desde El Cairo a Ispahan, desde Ispahan a Ghazna, cuando estaba a punto de concluir el siglo XIII. Como se sabe, la mentalidad árabe (aunque también se podría decir la mentalidad oriental, tanto china como hindú) aborrece de la literatura demasiado abstracta y prefiere explicar las cosas recurriendo a las anécdotas jugosas y a los cuentos; por eso, El libro de las astucias es en realidad una colección de fábulas e historias de claro valor simbólico, que le sirven al autor para ilustrar toda suerte de comportamientos humanos, tanto en la paz como en la guerra, y en las que va a privar el concepto hila, cuya mejor traducción sería el término griego metis. Como dice el traductor en el prólogo, "hila designa una máquina que economiza el trabajo humano gracias a la aplicación, por un inventor astuto, de las leyes físicas domésticas". Por extensión, el término va a significar astucia en general, tal como ocurrió también en Grecia con metis, y en Grecia, la plasmación de esta clase de astucia se concretizó, como nadie ignora, en el caballo de madera que los aqueos introdujeron en Troya y que tanto nos recuerda los tanques de plástico y madera que los aliados han bombardeado tan exhaustivamente. En El libro de las astucias, su autor nos advierte que ya en el Corán se dice que "Dios usó la astucia, y fue el que mejor la empleó para llegar a los fines que se había propuesto", y también nos recuerda que el filósofo persa Al Farrá dijo que "la astucia, referida a las criaturas, comporta la seducción, el engaño, el fraude; y referida al Altísimo, comporta la progresión en los actos mínimos para llegar al fin requerido". De igual manera nos recuerda que el Dios Altísimo dijo en el libro: "Les acosaremos por los flancos que ignoran...". Las citas que el autor de El libro de las astucias incluye en su curioso tratado, y que podrían servir para ilustrar lo que ahora está pasando, son prácticamente infinitas; cojamos otra de Al-Zadjadj: "La astucia de Dios es la retribución de sus propias astucias. Recurre a una astucia para anular otra astucia y hacerla ineficaz". Una fábula que ilustra esta lucha de astucias que se contrarrestan unas a otras es la titulada La mudanza, que el propio René R. Khawam comentó hace días en Radio Montecarlo. En esa fábula se cuenta cómo Abul Husain, prefecto de la ciudad de Ispahan, fue destituido. Viendo en ello gato encerrado, Abul sacó de su palacio todas las riquezas y las ocultó en las casas de sus hermanos y arnigos. Entre sus muchos tesoros poseía una colección de 7.800 piezas de porcelana china, así como collares de perlas y "una sopera de color melocotón que valía 100 piezas de oro". No mucho después de haber ocultado sus riquezas, Abul recibió la visita de un enviado del visir de Bagdad, que le notificó que volvía a ser nominado para otro cargo, por lo que debía trasladarse a la capital con todos sus enseres. Abul sospechó que lo que quería el visir al obrar así era apoderarse de sus tesoros, asaltando su caravana en el camino, y a la argucia del ministro respondió con otra argucia, cargando sus mulos con cajas llenas de cachivaches sin valor. Como cabía esperar, los sicarios del visir salieron al encuentro de la caravana y la confiscaron. Cuando abrieron las cajas, comprobaron con decepción que aquellos objetos apenas valían 6.000 piezas de plata, y el visir decidió dejar definitivamente en paz a Abul Husain. Todo El libro de las astucias está impregnado de esta dialéctica de la zorrería. A una zorrería se la combate con otra que la anula. No son, pues, las ideas las que se organizan en una supuesta lógica de la esencia que dará razón del mundo y su compleja mecánica, son más bien las ocurrencias las que establecen su litigio y las que explican la vida, generando su propia dialéctica de la astucia, en estrecha relación con el instinto de supervivencia y con el instinto dé dominación, y pobre del poderoso que no sea un maestro en el arte de la seducción, el fraude, el chantaje y toda clase de argucias y zorrerías. Era sin duda alguna la estrategia de Ulises, llamado el polymetis o el muy astuto, y era también la estrategia de los antiguos pueblos del Mediterráneo, que los árabes heredaron y que incluyeron en su libro, donde tanto se habla de las astucias de Dios y sus profetas, incluyendo al mismo Jesús, que, como se dice en una de las fábulas del capítulo III de El libro de las astucias, también recurría a las argucias; y no deja de ser curioso que sea precisamente esta dialéctica de las astucias la que más está desconcertando al bando aliado y a sus máquinas presuntamente inteligentes. Como vemos, los árabes han tenido siempre su estrategia, de la que han hecho uso y abuso siempre que lo han creído necesario. Nosotros también hemos tenido la nuestra, y el mejor ejemplo de ello es El principe, de Maquiavelo. Pero así como los árabes han sido fieles a El libro de las astucias, nosotros no hemos sabido ser siquiera mínimamente coherentes con la política de Maquiavelo, menos perversa de lo que se cree. Cojamos, para finalizar, algunos de sus principios básicos que han sido ostentosa y peligrosamente ignorados. Primero: "Aquel que causa la ascensión de otro se arruina a sí mismo". Segundo: "Si es fácil persuadir al pueblo, es dificil mantenerlo en esa persuasión". Tercero: "Es menester mantener el favor del pueblo". Cuarto: "El capitán mercenario busca siempre su propia grandeza, despojándote a ti mismo y aliándose cuando le conviene con el enemigo". Y el quinto y más definitivo: "Reconocer los males desde su origen".

es escritor.

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