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RECUPERACIÓN DE UN GUIONISTA OLVIDADO

Miguel Mihura en el infierno del cine

Editado un estudio sobre la obra cinematográfica del comediógrafo

Un libro editado por la organización del Festival de Valladolid recupera un aspecto poco conocido, cuando no olvidado, pero de extraordinario interés, de la obra de uno de los grandes escritores teatrales de la España de este tiempo, Miguel Mihura, quien con Jardiel Poncela, Edgar Neville, Tono y López Rubio llenó la cúspide de la comedia española en el ecuador del siglo.Estamos ante Mihura escritor de películas. Los autores del libro son Fernando Lara y Eduardo Rodríguez y su título Miguel Mihura en el infierno del cine. El estudio está primorosamente escrito, tiene gracia e inteligencia, y proporciona elementos de juicio que sobrepasan la exégesis de un rincón oscuro de la obra del gran escritor, situándonos en la pista de cuestiones vitales para entender carencias y plenitudes de nuestro cine.

De estos cinco escritores de comedia española, sólo Tono y Mihura no tuvieron acceso a canales específicos para el aprendizaje del cine en la gran industria de Hollywood, durante el periodo entreguerras. Mihura, mientras algunos de sus colegas emigraban al cine de Estados Unidos, se quedó aquí y, como ellos pero lejos de ellos, fue atrapado también por el cine en territorios más caseros.

Inicios

Inició sus balbuceos en la escritura cinematográfica durante la República y su arranque ocurrió en 1934, con la trilogía dirigida por Eduardo García Maroto Una defieras, Una de miedo y Una de ladrones. En 1935 escribió tambíén para Maroto los diálogos de La hija del penal, película fundamental de este gran pionero recientemente muerto.

El reconocimiento de Mihura como hombre de teatro, pues su prodignosa Tres sombreros de copa es obra de juventud y no fue estrenada hasta muy avanzada la posguerra civil, fue tardío. De ahí la importancia, al mismo tiempo fórmativa y alimenticia, que el cine (junto con el chiste, la viñeta y el relato de humor en las revistas La ametralladora y La codorniz) tuvo en su vida profesional, lo que en parte explica la irregularidad de su aportación a la pantalla, cuya vértebra fue, desde 1935, su estrecha colaboración con Jerónimo Mihura, productor y director de cine hermano suyo.

Ironía y precisión

Esta colaboración arranca de Don Viudo de Rodríguez y se extiende: (además de otras obras primerizas) a El señorito Octavio, Mi adorado Juan, Siempre vuelven de madrugada, Vidas confusas, Confidencia, a lo largo de casi dos décadas, en una decena de películas donde la mano de escritor vierte ironía, precisión verbal y ternura en ocasiones a raudales. Mihura escribió argumentos, guiones y diálogos en los que aportó oro a filmes que sin su pluma hubieran sido barro. Escribió en filmes dirigidos por Antonio Román, Ignacio Iquino, Benito Perojo, Rafel Gil, Luis Saslavsky. Títulos que aún resuenan: La calle sin sol, Los hijos de la noche, Una mujer cualquiera, La corona negra.

Su apartamiento del teatro vivo -derivado de su adelanto a su país y su tiempo- terminó tras el triunfo de Tres sombreros de copa. Sus trabajos alimenticios acabaron y comenzó imparable su carrera de comediografo, que le convirtió en un escritor fundamental en la dramaturgia española contemporánea. Su hastío del cine no tardó en estallar. Y la situación envilecedora que siempre ha padecido el guionista en el cine español -que es una de las causas indiscutibles del atraso endémico de este- no fue ajena a que, después de 1951, colaborara tan sólo en cinco películas. Una de estas colaboraciones -decisiva no solo para el filme sino para la historia del cine español- fue su contribución a Bienvenido Mister Marshall: esencial, como deja ver el elocuente recuadro que acompaña a esta crónica. Después, Mihura dejó únicamente que el cine adaptara sus comedias (Sublime decisión, Tres sombreros de copa, Carlota, Maribel y la extraña familia, Ninette y un señor de Murcia, Sólo para hombres, Melocotón en almíbar) y se desentendió de él.

Desoladora experiencia

Reproducimos, como colofón a su, en ocasiones desoladora y casi siempre íntimamente insatisfactoria, experiencia como escritor de cine (Mihura es paradigma de la ceguera con que la industria cinematográfica española ha tratado y trata a la función del escritor) una graciosa y feroz frase suya, en la que vuelca la amargura anidada a lo largo de 20 años de trabajo para el cine, que le condujo, como a otros, al menosprecio y al olvido, del que ahora, gracias a Lara y Rodríguez, sale: "En honor a la verdad y para ser justos, hay que reconocer que en la mayor parte de los casos el verdadero autor de una película es el director: se puede comprobar viendo la cantidad de películas estúpidas y sin personalidad que se proyectan".

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