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Tribuna:HACIA UNA NUEVA EUROPA
Tribuna
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El Mediterráneo, un mar olvidado

Sin lugar a dudas, el otoño de 1989 pasará a la historia como el período de mayor trascendencia en las relaciones internacionales desde la II Guerra Mundial. El sistema político internacional acaba de sufrir una profunda convulsión. Se ha alterado bruscamente un statu quo sin que ni los kremlinólogos ni los expertos de la Alianza Atlántica ni los gabinetes de planificación de las distintas cancillerías occidentales lo hubieran siquiera vislumbrado.Se ha confirmado así, una vez más, la inefectividad de basar los análisis de futuros acontecimientos internacionales exclusivamente bajo el prisma de viejos clichés y esquemas bipolares en los que predominaba el enfoque Este-Oeste, olvidando por el contrario los movimientos sociales, políticos y culturales de unos pueblos, ansiosos de superar las frustraciones diarias acumuladas durante 40 años de sacrificios en favor de futuras generaciones.

Lo que está viviendo la Europa del Este es sin duda el acontecimiento más relevante que el mundo europeo tiene planteado desde Yalta. Es por ello. lógico que el monotema político de nuestros dirigentes, diplomáticos y analistas se dirija al teatro centroeuropeo. La seguridad de Europa, el futuro de nuestro continente y el nuevo orden político-económico europeo están en juego. Pero esta verificación no debe hacernos olvidar otros escenarios que por su proximidad geográfica y por la importancia y gravedad de los desafíos que presentan no deberían quedar relegados a un segundo ni menos a un tercer plano.

El pasado mes de mayo, el histórico político francés Jacques Chaban Delmas clausuraba en Tánger el II Foro Mediterráneo. Su alocución concluía solemnemente señalando que "los vientos del Este no harán olvidar a los países mediterráneos europeos que otros alisios soplan sobre el Levante europeo".

El Mediterráneo, alma e historia de los países ribereños de su cuenca, como proclamó el ex ministro argelino señor Ibrahimi en su conferencia del pasado mes de agosto en El Escorial, exige un mayor grado de atención tanto de la sociedad española como de la europea. Nuestro país no puede ni debe renunciar a su vocación mediterránea. Su europeidad -cada día más consolidada- debería permitirle prestar un mayor interés a un área vecina con la que mantiene estrechos lazos de historia y cuya evolución afectará muy directamente a su propio futuro.

Señal de alarma

La razón de estas breves reflexiones no es tratar de sustituir o reemplazar el actual interés europeo y español por el futuro de la Mitteleuropa, sino recordar otra realidad que, quizá por vivir en estos momentos una situación de normalidad controlada, no despierta el interés de los centros de poder europeos. Para la democracia cristiana alemana, para la clase política francesa, para el beligerante anticomunismo thatcheriano, no hay duda alguna de que el nacionalcatolicismo polaco, la supresión del muro de Berlín y la reunificación alemana cobran un mayor protagonismo que un mar alejado, aparentemente estable, en el que por el momento no parecen peligrar sus respectivos intereses.

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Pero frente a esta acomodada postura de anclarnos en el corto plazo -que en parte explica muchos de los, errores de la diplomacia actual- deberíamos lanzar una señal de alarma sobre una región en la que curiosamente se entrecruza todo género de relaciones susceptibles de ser analizadas desde diferentes ópticas: Este-Oeste, Norte-Sur, Sur-Sur.

Algunos analistas se preguntan incluso si el período de distensión Este-Oeste que vive el flanco de Europa central puede determinar que los focos de tensión desciendan hacia el Sur. Otros, por el contrario, consideran con esperanza que la ola de diálogo de desarme debe incidir próxima y favorablemente en los dispositivos navales de las dos superpotencias en el Mediterráneo.

El que la próxima cumbre soviético-norteamericana se celebre en el mar Mediterráneo constituye una decisión de máximo significado político para la mencionada cuenca. El encuentro pondrá, sin duda, de actualidad al Mediterráneo, y la comunidad internacional, y particularmente la europea, se preguntará sobre el futuro de la seguridad mediterránea, la presencia de las flotas soviética y americana en el Mare Nostrum y las modificaciones que puede sufrir el equilibrio Este-Oeste en esta zona.

No obstante, aun cuando la óptica Este-Oeste siga presente en el escenario mediterráneo, ocupa un lugar muy secundario si la comparamos con la Norte-Sur.

Las dos riberas mediterráneas muestran importantes disparidades y profundos desequilibrios. Frente a una ribera norte económicamente desarrollada, los países de la ribera sur tratan de superar a duras penas las difíciles etapas del subdesarrollo. Frente una pirámide de población de los países europeos mediterráneos con una tendencia al estancamiento y al envejecimiento, nos encontramos con una fuerte vitalidad demográfica de los países del Sur. En el reciente coloquio celebrado en Barcelona sobre los Movimientos humanos en el Mediterráneo occidental quedó claramente reflejada esta preocupación por el futuro de los 450 millones de ciudadanos mediterráneos en el año 2000. De esa cifra, 120 millones corresponden sólo al Magreb.

Estas disparidades económicas y sociales se ven además agravadas por las fuertes divergencias político-institucionales. A pesar de sus respetables esfuerzos que muestran un progreso notable hacia una mayor democratización y un mayor grado de pluralismo en sus sistemas políticos, los países del Sur siguen, estando caracterizados por una débil vertebración social.

El grado de participación política de sus poblaciones es insuficiente en la actualidad, y el carácter centralista y autoritario de sus regímenes no parece ofrecer el marco más adecuado para hacer frente a un proceso de cambio que ya se ha iniciado, pero que sin duda se acelerará en un futuro próximo. Una vez las reformas económicas empiecen a dar sus anhelados frutos, difícilmente podrá ser aceptado el modelo actual que predomina en la mayoría de estos países.

Por último, frente a unas sociedades de la ribera norte mediterránea que culturalmente se debaten agnósticamente bajo los posos de una vieja ética judeocristiana, los países de la ribera sur recuperan como nueva ideología su tradicional legado religioso. Las mezquitas se configuran como centros alternativos de poder, y los ¡mames se presentan como futuros dirigentes políticos.

El desafío es, pues, de enorme envergadura, y la totalidad de los intereses europeos se verá profundamente afectada si no se define con, suficiente antelación un nuevo marco de relaciones entre las dos riberas del Mediterráneo.

Apoyo financiero

En estos momentos la Comunidad se está viendo desbordada por la evolución vertiginosa de los acontecimientos en Centroeuropa. Los acuerdos entre la CE y los países de la Europa oriental han quedado totalmente caducos, y el masivo apoyo financiero que parece que se va a destinar a Polonia, Hungría, etcétera, nos hace pensar en un renovado plan Marshall. Nadie duda de la necesidad de estos países de contar con recursos financieros suficientes para consolidar sus procesos de cambio. Las cantidades son importantes e inimaginables hasta ahora para otros escenarios regionales. Ni América Latina, ni el Magreb, ni los restantes países mediterráneos podían esperar verse beneficiados con unos paquetes financieros como los atribuidos a Polonia y Hungría (alrededor de 1.000 millones de dólares, respectivamente). No cabe poner en duda la difÍcil situación económica polaca. Tampoco las dificultades de la economía húngara. Pero en ningún caso estas reafidades económicas pueden compararse con las gravísimas deficiencias estructurales de los países de la ribera sur del Mediterráneo. La montaña del hambre, a la que tantas veces ha hecho alusión el profesor Sampedro, se encuentra más en el Sur que en la Europa central.

En estas circunstancias parece imperioso plantearse la necesidad de definir una nueva política mediterránea de la Comunidad Europea. Europa no tiene política mediterránea: lo único que posee es un ramillete de acuerdos comerciales, revisados tras la adhesión de España y Portugal, a la que se han incorporado algunos elementos novedosos de cooperación, pero que siguen siendo considerados por los propios beneficiarios como claramente insuficientes.

Hay que reinventar la dimensión mediterránea europea. Un enfoque global puede, todavía mantenerse para diseñar los grandes principios, pero si éstos quieren traducirse en proyectos y acciones operativos, la geometría variable puede ser nuestra guía de conducta. El Mediterráneo occidental podría ser el escenario inicial para establecer un nuevo modelo de cooperación que podría ser posteriormente ampliado a la región oriental de la cuenca.

Tres tipos de acciones

Se trataría de compaginar tres tipos de acciones. En primer lugar, el reforzamiento de las relaciones bilaterales. En segundo lugar, el establecimiento de una nueva relación entre. la CE la Unión del Magreb Arabe. Ésta debería incluir inexcusablemente, un a dimensión política y podría encontrar su reflejo en el marco de los futuros acuerdos de proximidad entre los doce y distintas organizaciones regionales. Por último, el inicio de una tercera vía de cooperación en la que se daría paso a una sociedad civil, operadores privados, empresas, etcétera. Con ello se lograría crear esa tan deseada zona de prosperidad compartida.

Lo sucedido en Europa oriental podría servirnos de ejemplo para poder evitar la embarazosa situación de tener que reaccionar tarde y sin un diseño serio de rápida aplicación. Parece como si el temor a prever el futuro nos obligase siempre a desprendernos de nuestra mayor virtud humana: la imaginación. Refugiándonos en el statu quo, nunca podremos analizar acertadamente la evolución de sociedades vivas y extremadamente dinámicas.

El principio de incertidumbre, hoy día científicamente tan en boga, debería hacemos reflexionar también a los analistas internacionales. Ya no hay teorías científicas eternamente válidas. Con mayor razón este principio debe aplicarse a la hora de examinar la evolución de la sociedad internacional. El Mediterráneo, como bien lo describe el escritor mallorquín Valentín Puig, es espacio heteróclito, espacio movimiento que nos hace hombres fronterizos: cada horizonte y cada límite guardan una reciprocidad inextricable.

El futuro de las relaciones entre las dos riberas está ya delimitando su horizonte. Éste se manifiesta aún un tanto difuminado, pero sus límites son claros: el establecimiento de un zona de paz, seguridad y cooperación que permita hacer realidad las aspiraciones de más de 400 millones de ciudadanos en su búsqueda natural de un bienestar cultural, económico y social.

Miguel Angel Moratinos es subdirector general de África del Norte.

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