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Los pintores del 90, una generación reflexiva

Los jóvenes artistas huyen de la pintura feliz e intentan establecer nuevas fronteras

A las puertas de los noventa, los síndromes que hicieron furor en la pintura de los ochenta van dejando paso a la reflexión sobre la propia obra y la condición del artista, el análisis del propio trabajo, la inserción en un segmento cronológico y cultural determinado, y la conviccíón de que en el arte, algo más que el saqueo sistemático, el bombo autobiográfico e inmediato y las cuestiones relativas a la fama y al dinero fácil, deben ser las coordenadas en las que se ínscriba la creación. Nacidos en los sesenta, son los herederos del boom de las artes plásticas, los que discutirán espacio y atención a los clásicos, apenas unos años mayores que ellos. Alex Gornemann, Delia Piccirilli, Manuel Ludeña, Darío Álvarez Basso, Pedro Morales Elipe, Consuelo Chacán, Lorenzo Valverde, Pilar Viviente, Begoña Egurbide, Ignasi Aballí, Pep Agut, Miquel Forrellad, Magdalena Durán o Berta Cáccamo son algunos ejemplos de que algo cambia.

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Quizá sea aún muy pronto para hablar de los sucesores de esa pintura que en España se revistió, casi de repente, de un cierto tono internacionalista, puesto que es todo muy reciente y la perspectiva muy corta; debido a lo apresurado de esa normalización de la escena española respecto al panorama europeo y americano, y a la falta de un debate acerca de lo que todo ese auge, ese entusiasmo -término acuñado por José Luis Brea-, supuso y va a suponer en los primeros años, parece prematuro hablar de sucesores, máxime cuando los reyes ven su liderazgo cada vez más cuestionado. Sin embargo, sí cabe remarcar que en estos últimos años un tipo de trabajo pictórico radicalmente desligado de lo que en el mundo se conoce como pintura española ha hecho su aparición masiva: ¿será, pues, que ese maestrazgo no ha sido tal?

Consumo feroz

Las prisas y la voracidad del mercado, hecho acerca del cual queda mucho por hablar ya que en España ha cobrado dimensiones contextualmente desorbítadas, van propiciando la aparición -y su consumo feroz- de nuevos nombres, pasada ya la fiebre del arte joven, pero manteniendo aún la esperanza de conseguir nuevos descubrimientos del calibre de los Barceló y Sicilia de rigor.

Aunque las nuevas modas siguen haciendo estragos -la información es ahora mucho más rápida y global-, el trabajo de los artistas que hacen de su obra una cuestión vinculada con la reflexión y con el contraste aparece como el de una generación radicalmente distinta a las propuestas que han ido engrosando las exposiciones oficiales de los últimos tiempos y los patrocinios reiterativos que han propiciado esa especie de marca que dístingue en la actualidad a los pintores españoles legitimados internacíonalmente.

Tienen en común el rechazo de las pasiones inmediatas. Comparten una cierta rcívindícación de la pintura como zona en la que se cruzan diferentes posiciones ideológicas, como lugar de deslizamientos materiales, físicos y significantes que, en ocasiones, se produce también hacia extremos que limitan con el formalismo, en un intento por establecer nuevas ftonteras, dinamitar otras y abolír adscripcíones un tanto forzadas, separándose radicalmente de todo cuanto produjo la fiebre pictoricista de los ochenta, y adoptando a menudo actitudes combatívas frente a la manipulación y la desvirtualízación suscitadas por los aspectos que interfieren en la creación contemporánea, como los relacionados con la promoción forzada, el consumo apresurado o esas ansias por figurar a toda costa.

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