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EL TERCER MUNDO SOVIÉTICO

Los asiáticos pobres de la URSS

Las repúblicas de Uzbekistán, Tadzhekistán, Turkmenistán y Kirguisia viven en el límite de la miseria

Pilar Bonet

Con los dedos encallecidos por el roce de los hilos, las tejedoras de las alfombras turkinenas se inclinan sobre sus telares para producir en una jornada de ocho horas tres centímetros de labor, que les re portará una media de 140 rublos (30.800 pesetas) al mes, en la fábrica de Ashjabad, la capital de la república asiática soviética de Turkmenistán. "Las alfombras se venden bien en todo el mundo, pero a nosotras nos pagan poco", dice una anciana que en los 32 años que lleva trabajando en la fábrica no ha visto más cambio en sus condiciones laborales que la sustitución de un incómodo banco por otro con respaldo.

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Las mujeres, algunas ayudadas por hijas pequeñas, van vestidas todas ellas con trajes regionales (una bata de colores vivos y un pañuelo en la cabeza), y pueden considerarse afortunadas por disponer de un trabajo en una de las cuatro repúblicas asiáticas que hoy constituyen la zona más depauperada de la URSS, donde los niños mueren en porcentajes tercermundistas y la leche materna es tan salada como el agua que se filtra en un sistema de regadío insaciable.El límite de la miseria ha sido fijado en 75 rublos por cabeza y mes en la URSS. Unos 36 millones de personas, aproximadamente un 12,6% de los 285 millones de habitantes del país, se quedan por debajo de ese listón según los datos estadísticos oficiales. En Uzbekistán, Kirguisia, Tadzhekistán y Turkmenistán, las cuatro repúblicas que forman el Asia central soviética, el porcentaje poblacional que no llega a este mínimo se distingue escandalosamente de la media con cifras de 44,7%, 37,1%, 58,6% y 36,6%.

Se trata de los miembros de familias numerosas residentes sobre todo en el campo e imposibilitados para buscar trabajo debido a la falta de industria local y la polarización de las actividades económicas hacia el cultivo del algodón.

La obsesión del agua

El Asia central soviética, junto con la vecina república de Kazajstán, acoge a una población de más de 81 millones de habitantes, según resultados del último censo (enero de 1989). Desde la década de los sesenta esta zona, donde se encuentra el mar de Aral y algunos lagos, ha vivido obsesionada con la idea de la falta de agua.El regadío ha sido durante varios quinquenios el tema principal de todas estas repúblicas, que han competido entre sí para arrebatarse el agua, y se han aliado para tratar de arrebatarla a las otras zonas con un fantástico proyecto sobre el desvío de los ríos siberianos, que aún hoy, cuando el tema ha sido archivado por el Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), dado los potenciales problemas ecológicos, no acaba de desaparecer de los sueños de las elites locales.

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Para regar la árida república de Turkmenia se inauguró en 1963 el canal de Karakum, que saca su agua del río Amurdaria y se extiende a lo largo de más de 1.000 kilómetros en dirección al mar Caspio y sobre el desierto que lleva su nombre. Turkmenistán debe su agricultura al canal, pero las cosas han cambiado.

Los vecinos afganos han comenzado a consumir más agua del Amurdaria que en el pasado y los uzbekos les escatiman el agua a los turkmenos pensando en el mar de Aral. El terreno que éste ha perdido a su alrededor está sembrado de esqueletos de madera o metal de lo que en otro tiempo fueron barcas y buques. Miles de pescadores se han quedado sin trabajo y un nuevo desierto se perfila en la zona: el Aralkum.

La autosuficiencia algodonera, un lema de la época de Stalin, llevó con Breznev a dedicar cada vez más energías, recursos y superficie al cultivo de este vegetal. Dos tercios de la población asiática viven del algodón, según datos publicados por la revista Novi Mir. La Unión Soviética exporta sólo entre un 1,3% y un 1,9% del algodón que produce (9,1 millones de toneladas en 1987), y dedica las divisas obtenidas a la compra de carne, materias primas y leche condensada, que podría producir si no fuera por el algodón.

Un mundo casi feudal

En Asia Central se elabora sólo entre el 2% y el 8% de la fibra, y el resto va a otras regiones, de acuerdo con los esquemas de una economía supercentralizada, hoy cuestionada.Comparados con la modernización de los dirigentes bálticos, los de Asia Central parecían inmersos en un mundo casi feudal al expresarse ante el reciente Congreso de los Diputados de la Unión Soviética.

El jefe del partido de Uzbekistán, Rafik Nishanov, nombrado presidente del Soviet de las Nacionalidades, pidió que se recorten los planes de acuerdo con las necesidades reales del país y demostró que la Unión Soviética puede vestir de algodón no sólo a sus habitantes, sino también a los vecinos socialistas.

La división territorial de Asia Central, otro de los legados de Stalin, respondía a la necesidad política de fragmentar para poder controlar mejor.

Hoy las elites locales de estas repúblicas comienzan a pensar en términos globales e inician tímidamente formulaciones para un enfoque conjunto de los problemas. En esta línea están las mesas redondas de economistas, altos funcionarios, políticos y científicos, que realiza la revista literaria Ashjabad, de Turkmenistán, dirigida por el escritor coreano Vladimir Pu.

El mar de Aral, la salinización de la tierra por un regadío ineficaz, el monocultivo, las consecuencias ecológicas de los pesticidas, el paro, la creación de una industria propia o la natalidad, son algunos de los elementos que tejen el debate asiático ante el futuro josraschot o autofinanciación republicana.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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