Estonia, paraíso, pero menos
La agitación nacionalista crece a la sombra de la crisis económica
Un individuo corpulento, de pie, clava tina pluma en el ojo de otro, pequeño y postrado. Con la sangre que mana del reventado globo ocular, el individuo grande escribe el lema: "Amistad entre los pueblos". Es uno de los dibujos que se encuentran en la carpeta de un artista estoniano. En otro, un personaje de sarcástica sonrisa escribe la expresión bienvenido (en estoniano) en la carrocería de un tanque. Ambas imágenes son el testimonio de un rechazo ante un modo de actuar -colonizador y prepotente- que muchos intelectuales de la República atribuyen al poder central soviético.
Éste se instaló en Estonia en 1940. Esta república báltica, Estado independiente entre las dos guerras mundiales, representa hoy un 0,2% del territorio soviético y cuenta con 1,6 millones de habitantes, algo más del 61% de los cuales son estonianos.La república, de arraigada tradición agrícola y desarrollada industria de bienes de consumo, ha visto menguar en los últimos años la diferencia que la convertía en un paraíso para cualquier ruso de provincias.
La carne, un producto de exportación durante la época de independencia, está hoy racionada en vanas regiones estonianas, incluidas las zonas vecinas a Tartu, la cuna universitaria de Estonia. La república, que aporta buenas divisas a las cajas de Inturist (la organización estatal de turismo), comparte estos días la escasez de café y buen té con las otras repúblicas soviéticas.
La perestroika, entendida como democratización radical, ha encontrado un terreno abonado en Estonia, y las iniciativas desde abajo proliferan al margen de la máxima dirección política, Karl Vaino, el jefe del partido, y Bruno Saul, el presidente del Consejo de Ministros, sometidos a fuertes presiones para que dimitan.
Los estonianos ponen a prueba la voluntad de Moscú. No sólo con manifestaciones callejeras de carácter nacionalista. Lo hacen sobre todo con propuestas avaladas por las elites intelectuales (incluidos miembros del partido) y tramitadas por los cauces legales.
La hora del riesgo
A algunos estonianos con responsabilidad política la palabra euforia les da terror, pero la euforia se reflejaba en el rostro de Heinz Valt, uno de los fundadores del Frente Popular de Defensa de la Perestroika, cuando contaba a esta corresponsal en Talin cómo surgió la idea que está aglutinando a centenares de personas en apoyo de Gorbachov. "Ha Llegado la hora del riesgo", afirmaba Valt.
En su historia, Estonia ha conocido la presencia de suecos, alemanes, polacos, daneses y rusos. Los estonianos gustan de considerarse un pueblo racional e incluso individualista. "No tenemos la retórica verbal de los rusos, ni estamos acostumbrados a escribir cartas encabezadas con la expresión querido partido", me decía el crítico cinematográfico Jaari Ruus.
"Nuestra racionalidad", agregaba, "tal vez sea la mentalidad sobria del campesino al que piden carne todos los que entran en su finca con el pretexto de salvarle".
"Nosotros mismos decidimos, nosotros mismos actuamos, nosotros mismos respondemos". Éste es el lema de un cartel prohibido con el pretexto de que los en él dibujados llevan que recuerdan demadiado a la época presoviética.
En el cartel, el artista Rein Magan ha reproducido la página del diario Efasi (publicado en Tartu en idioma estoniano) donde apareció en septiembre de 1987 el proyecto para convertir Estonia en una "zona especial autogestionada".
Estonia sería así dueña de sus recursos, introduciría el rublo convertible en sus transacciones con las repúblicas soviéticas, actuaría como puente entre los países nórdicos y Rusia y, frenaría la inmigración impuesta por los planes de los ministerios estatales en Moscú.
Tiit Made, un profesor de economía internacionall y antiguo diplorriático soviético en Suecia, y Edgar Savisaar, filósofo y economista, son dos de los cuatro autores de este texto colado un viernes cuando el ojo vigilante del partido iniciaba el descanso de fin de semana.
Made considera los ministerios estatales como "empresas transnacionales" que imponen sus condiciones y prescinden de la ecología.
El caso más candente es el proyecto para explotar unos yacimientos de fosforitas en Rakvere (al norte de Estonia). Las autoridades de la república han vetado el proyecto que destruiría una fértil zona agrícola.
El Ministerio de Abonos Minerales de la URSS no se resigna a abandonar la idea, y los verdes estonianos, en continua movilización, alarman a los países escandinavos, sensibles a la contaminación procedente del Báltico soviético.
Desequilibrio comercial
Los economistas estonianos consideran injusto que les echen en cara contribuir con menos de lo que reciben al presupuesto de la URSS, un reproche hecho por Gorbachov durante su visita a Estonia en 1987.
El sistema de precios administrativos valora muy bajo la carne y los productos lácteos que vende Estonia y muy alto los productos industriales que recibe.
Unos precios de mercado invertirían el equilibrio desfavorable al que se refería Mijail Gorbachov, en opinión de Made y Savisaar.
De acuerdo con el modelo de autogestión, al poder central le quedarían competencias en defensa, política exterior, programa espacial y programa energético. Los poderes locales han reaccionado con precaución.
"La cuestión no está suficientemente elaborada teóricamente. Algunos tienen la utópica idea de aislar el complejo de la república del resto de la URSS. Estonia no saldría ganando de tal aislamiento, si éste fuera posible", nos dice Igor Belistov, el responsable de economía en el Comité Central del Partido Comunista de Estonia.
"Se podría hacer una zona es pecial como en China, pero no en todo el territorio de la república" afirma cautamente el funcionario, un ruso de 39 años nacido en Moscú.
Igor Belistov Regó con sus padres a Estonia en 1955 y forma parte de la elite política dirigente que habla en ruso y usa expresiones como "las repúblicas hermanas de la URSS".
"Nuestro problema son los emigrantes rusos"
"Los rusos vienen aquí como los gastarbeiter turcos, a Alemania Occidental. Les interesa sólo el nivel de vida". Frases como éstas son pronunciadas, a veces con desdén, por estonianos que reaccionan con irritación ante la retórica oficial, según la cual los rusos "han traído cultura y desarrollo" a la República."Nuestro problema son esos emigrantes rusos que se concentran en barrios donde no se oye ni una palabra de estoniano", nos dice un íubilado que en el Ejército Rojo y que hoy no avergüenza de sacar su veterano para que le despachen sin cola en el café. Los emigrantes viven en ciudades dormitorio en los alrededores de Talin, como Lasnamae, una mastodóntica concentración de hormigón cerca de la cual hay un acomodado barrio de villas residenciales con garaje y jardín.
En los rótulos bilingües de la calle los nombres rusos han sido tachados con un brochazo de pintura. "Los vecinos se quejan de que los habitantes de Lasnamae les arrancan las flores del jardín", me dice mi acompañante estoniano.
Los intelectuales de quieren frenar la inmigración en nombre de la subsistencia de su nación. El poder central está de acuerdo en restringir la emigración a Estonia en nombre del desarrollo de otras zonas soviéticas, pero sólo un 20% del flujo humano a Estonia es controlable.
En 1987 el saldo migratorio dejó 8.000 almas más en Estonia, y para este año están previstas 4.000, después de haber enfigado a las empresas a pagar una cuota por cada trabajador 4m-nortado,
El 54% de la mano de obra industrial de la construcción y el 39% de los empleados de servicios son forasteros en Estonia.
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